Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Alrededor de los tenis de la ministra

El hecho de que la ministra de minas haya usado tenis en un encuentro oficial suscitó muchos comentarios en su contra. Es fácil de entender, pues para muchas personas este acto iba en contra del protocolo, por lo que se podía tomar como un acto desafiante.

El tema es interesante, aunque suene banal, porque muestra distintos aspectos de la sicología humana.

En general, casi todas las personas tienen en sus mentes un código de vestido, de lo que es apropiado llevar en distintas situaciones. Y aquí hay dos aspectos: 1, ese código depende de la cultura: será distinto en Colombia, en Inglaterra y en Mozambique. Recordemos que las inglesas llevan sombreros en las bodas, y nosotros no; esto para dar un simple ejemplo. 2, dentro de la misma cultura puede variar, dependiendo de la zona y del nivel económico.

Sin duda estos códigos son casi por completo arbitrarios y se llaman moda. Varían y han variado en el tiempo de manera asombrosa. No son del todo caprichosos, pues el clima  impone sus restricciones, y nadie se pondrá un abrigo de cuero en un lugar caliente, ni usará sandalias en un lugar frío y lluvioso.

Lo que es más interesante es el hecho de que no seamos conscientes de que los códigos que cada uno de nosotros lleva por dentro no son ni más ni menos válidos, serios o importantes que los códigos que otros tienen. Preguntas como si lo que llevamos es práctico, es funcional, es éticamente adecuado (ya nadie se sentiría bien llevando un abrigo de mink) deberían ser las preguntas que nos hiciéramos antes de vestirnos, pues son las preguntas que se hace una mente racional que hace esfuerzos por ser consciente de sus propios prejuicios y de la lógica de cada situación.

Y aprovechando el tema, no deja de ser absurdo, desde el punto de vista de la razón, el hacer una prenda para dañarla. Parece poco ético: ya sea el teñir para desteñir, así como el tejer para romper. No es una cuestión de estética, pues entre gustos no hay disgustos, es una cuestión de cuidado del planeta. La preocupación hoy en el vestido debería ser ante todo la de cómo vestirnos cómodamente sin dañar más nuestro entorno, sin apoyar absurdos que vayan en contra de las funciones de los objetos que portamos y mostrando que no tenemos mentalidad de rebaño.

Y dejemos de hablar de buen o mal gusto, pues como dije en un artículo que ya publiqué llamado Tener buen gusto, tener mal gusto:

“Si lo pensamos bien y ampliamos nuestra cultura es probable que lleguemos a la conclusión de que no hay tal cosa como buen o mal gusto. El mal gusto parece ser una simplificación de un juicio inmediato en el cual el ente que juzgamos se sale de lo esperado, de la norma que conocemos. Así que el concepto del gusto hay que entenderlo como un mecanismo para crear diferencias de clases, para alienar, eliminar o excluir de nuestro grupo a los que nos parecen de más bajo nivel social, o lo contrario, incluir y emular a los que nos parecen de más alto nivel social. Ser incluyentes es tomar una posición civilizada. Por eso no es exagerado decir que lo verdaderamente mañé es creer que lo del otro, si es distinto de lo nuestro, es mañé”.

Y sobre los tenis y los tacones: es una magnífica idea que los tacones, tan dañinos para la salud de los pies, tan incómodos, aunque sexis, se dejen de considerar la prenda adecuada para usar en el trabajo. El mundo está cambiando, las mujeres queremos poder correr y caminar con soltura, y bienvenidos los zapatos que así lo permiten.

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