Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Alberto Sierra y la galería La Oficina

sierra

Se pregunta uno qué hubiera sido del arte en Antioquia sin Alberto Sierra. Si algo está claro es que a él le debemos el desarrollo de la cultura artística de Antioquia. Sierra era una de esas personas que realizan silenciosamente un trabajo fundamental por la cultura de una ciudad y un departamento. Sin negar que ha habido otros personajes en esto de la cultura del arte en Antioquia, se puede asegurar que ninguno ha tenido su acertado ojo selector. Pocas veces en la vida se encuentra uno un ser más esteta, intuitivo y hábil en descubrir quién hace arte.

Ex seminarista, arquitecto y galerista, Sierrita, como le decíamos sus amigos, estudió para cura en el Seminario Menor de Medellín, hasta que una beca para estudiar en Roma lo disuadió de su Divino empeño. Aunque el latín y la filosofía le encantaban, y en cambio el inglés no hacía latir su corazón; sin embargo, una vez retirado del seminario, se dedicó a aprenderlo con la profesora María Cristina Londoño; dizque infructuosamente, según sus palabras. Sierrita asegura que no nació, como muchos otros, predestinado para el arte. En el seminario lo habrían dejado más perdido que una oveja sin rebaño, si no hubiera sido por un pastor que le señaló el camino. —Hombre, vos debes ser muy bueno para la arquitectura—, le dijo, un día, el padre Luis Guillermo Villa. Los astros se conjugaron en la posición debida y el decano de arquitectura de la Universidad Pontificia Bolivariana, en ese entonces, Hernando Botero Méndez, le perdonó su debilidad para el cálculo y lo dejó ingresar a la carrera. En 1975, Alberto Sierra Maya se estaba graduando de arquitecto.

Según Sierrita, su mayor fortaleza, y la más envidiable, es la de haber tenido buenos amigos. Desde la universidad, Jota, Patri y Santi se convirtieron en sus amigos más entrañables y definitivos. En compañía del arquitecto Santiago Caicedo (Santi), abrió La Oficina de arquitectura, cuyo primer encargo fue el de diseñar una fábrica de productos de plata y acero inoxidable, en Bogotá. Edificación que en realidad nunca se terminó de construir, jamás se supo el porqué. Sierra, no sin devoción, diseñó la iglesia de La Santísima Trinidad, sobre la avenida Santander, para la ciudad de Manizales. Cuando lo contaba, se sonreía. El caso es que, a pesar de todo, su fe en la arquitectura era frágil. Dice que siempre prefirió dejar los diseños en manos de Santiago Caicedo.

La Oficina estuvo situada en el edificio de Camacol, en el centro de la ciudad. Jorge Mario Gómez (Jota) se unió al grupo, más adelante. Con Jota realizaron investigaciones sobre las alas de las cucarachas y sobre las ventanas arrodilladas. Para los no arquitectos, estos nombres suenan asombrosos, parecen del realismo mágico. A lo mejor Sierra estaba haciendo un chiste.

Sierra se quedó en Medellín, mientras que, como bandada de golondrinas, el grupo de amigos emigró hacia otros continentes. La Oficina de arquitectura, de ocho metros cuadrados, dejó de ser de arquitectura y se convirtió en galería de arte, en la galería La Oficina. Para su inauguración se trajeron pinturas del maestro Alejandro Obregón; pero casi nadie asistió a la muestra, y la gente decía que los obregones expuestos allí eran falsos. Sobre la muestra, Garaicoa Ponce escribió un artículo para el periódico El Colombiano, pero usaron una fotografía de Edgar Negret, en lugar de una de Obregón, por error. Eso fue alrededor de 1972. En 1976, publicaron de nuevo un artículo sobre Negret, ya sí usando la fotografía correcta, esta vez acompañada de un peculiar comentario: “Nótese el parecido con el actor Yul Brynner”. A Sierrita le daba risa recordarlo; su sentido del humor era agudo. Era un placer verlo sonreír con sus dientes grandes y su risa un poco ladeada.

Al tiempo que Saturnino Ramírez y Alejandro Obregón exponían sus obras en La Oficina, Sierra participaba como artista en la Bienal de Coltejer. Su obra fue portada de la famosa revista Art Forum, en septiembre de 1972. El crítico de arte Lawrence Alloway escribió el artículo correspondiente. Alloway era considerado en ese momento el padre intelectual del movimiento Pop.

Con el arquitecto Álvaro Delgado, como nuevo socio, La Oficina se trasladó a la calle Sucre, también en el centro de la ciudad. Inauguraron el nuevo lugar exponiendo pinturas de Andrés de Santa María, préstamo que hizo el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Darío Abad Arango, gerente de Suramericana de Seguros, compró un cuadro por 17.660 pesos. Más adelante, en conjunto con el Banco de la República, se efectuó una colectiva con los artistas colombianos que hoy están consagrados: Luis Caballero, Beatriz González, Antonio Roa y Juan Cárdenas. Luego de algunas exposiciones más, la galería cerró durante seis meses. Fue de nuevo reabierta y en un nuevo local, en la avenida La Playa, con una serie de autorretratos, de veinte artistas. Juan Camilo Uribe llevó su inolvidable instalación de una mesa, por la cual asomaba su cabeza (Cabeza parlante), como si hubiera sido cercenada y ofrecida en un plato. Una instalación tan avanzada estilísticamente como cualquiera en Nueva York o Londres, en esa misma época.

En 1976, Álvaro Delgado dejó la galería, y Sierrita, como único dueño, hizo maravillas: expuso la obra de Dora Ramírez, Negret, Luis Caballero, Beatriz Gonzales, John Castles, Antonio Roda, Ethel Gilmour, Álvaro Barrios, los grandes del arte en Colombia; y de los nuevos artistas como Julián Posada, que era entonces un adolescente (que hacía instalaciones, arte de vanguardia), María Teresa Cano, José Antonio Suárez y Ramiro Gómez. Confiabilidad es una característica que una buena galería tiene que tener, y fue lo que Sierra dejó asegurado. En el año 1984, Sierra trasladó la galería del centro de la ciudad al barrio El Poblado, sobre la calle Diez, donde todavía se encuentra. Las esculturas de espuma, de Carlos Vélez, fueron las últimas obras que se exhibieron en La Oficina del centro.

En 1978, en el segundo piso de La Oficina, se firmó la personería jurídica para la creación del MAMM. Un pequeño grupo de entusiastas del arte se unió con la ambición de abrir un museo de arte moderno. El Museo de Antioquia ya existía. En 1981, el gobernador Rodrigo Uribe Echavarría fundó el Museo de Arte Moderno de Medellín, en la Cámara de Comercio, y Belisario Betancourt prestó las instalaciones para el mismo, en el barrio Carlos E. Restrepo, donde el museo estuvo ubicado durante muchos años. Jorge Velázquez, del grupo de arquitectos Habitar, fue su primer director.

Como un movimiento lento de tierra que termina modificando el paisaje, los distintos eventos y el esfuerzo mancomunado de amigos, movidos por un interés común, empezó a formar la cultura del arte en Medellín y en Antioquia. Eventos como las bienales de Coltejer, dirigidas por Leonel Estrada, con sus famosos invitados y críticos de arte: Borrobio y Guiulio Carlo Argán; galeristas de la talla de Eduardo Serrano, el “Sierra” de Bogotá, que traía y llevaba artistas de Bogotá a Medellín; los aportes de las galerías de arte de Aníbal Vallejo, de Walter Correa, de El Taller, de Samuel Vázquez; eventos como Los Nuevos Once, en los cuales se seleccionaban y promocionaban artistas jóvenes que no tuvieran todavía reconocimiento; revistas como la RE – VISTA del Arte y la Arquitectura en América Latina, 1978, con Sierra como director; el Coloquio Latinoamericano de Arte no–objetual y Urbano (1981); la entrada al MAMM de la obra de Débora Arango (1984); los Salones Tulio Rabinovich, en el MAMM, que movieron el entusiasmo de los jóvenes por el arte; los premios de adquisición Luis Caballero, el Festival Internacional de Arte de Medellín, las grandes muestras, como la de la Historia del retrato en Antioquia, la de la Historia de la acuarela en Antioquia, los Salones Nacionales de Artistas; la norma de construcción del alcalde Federico Moreno, en la cual cada edificio debía colocar una escultura en sus zonas externas, para deleite del peatón; la creación del Parque de las Esculturas, en el Cerro Nutibara, la apertura de la Sala de Arte de la Biblioteca Pública Piloto y de la Sala y Colección de Suramericana de Seguros cambiaron el ambiente cultural, al crear nuevas alternativas de conciencia y espacio artísticos para Medellín.

La galería La Oficina ha sido muy selectiva con los artistas que ha expuesto, pues ni ser comercial ni vender han sido los criterios de elección para exponer allí. Alberto Sierra exhibió en su galería aquellas obras que pasaban un examen muy exigente de calidad, de innovación, de capacidad comunicativa. Por esa razón, los artistas que expusieron en la galería cuentan con una credencial de credibilidad y confiabilidad. Seguramente, no se ha expuesto allí todo el arte que puede ser valioso de la ciudad, claro que no, pero lo que se ha expuesto allí sí que lo es.

No sobra mencionar que el esfuerzo de Alberto Sierra no se limitó a la curaduría, selección y promoción de artistas, también participó en muchísimas publicaciones de libros de arte, con las editoriales de la Universidad EAFIT, La otra orilla y La oveja negra. Colaboró en libros sobre la obra de artistas como: Hugo Zapata, Óscar Jaramillo, Luis Fernando Peláez, Beatriz Olano, Rodrigo Callejas y el libro de los 60 años de Suramericana, entre otros.

Ese no sé qué que entusiasma, ese intangible que llamamos sentido estético fue su gran don. No ha habido otro como Sierra, que lo haya hecho con igual dicha, osadía e intensidad, y decirlo en alta voz sea quizás una forma de agradecérselo. Gracias, Alberto, por todo lo que hiciste por los artistas, por la cultura, por los amigos.

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Las Alas de Cucaracha y Ventanas Arrodilladas, son dos términos derivados de “formas” de algunos elementos de la arquitectura colonial. La ventana arrodillada es la que no se pega a la pared, sino que tiene una curvatura (rodilla) en la parte inferior, para facilitar que las personas (las mujeres de aquella época) pudieran mirar de arriba abajo la calle, sin salir de la casa. Lo del ala de cucaracha es más complicado. Imaginemos un techo de cuatro aguas (cuatro pendientes) pero una de las pendientes es más larga que las otras, se proyecta más afuera del rectángulo, probablemente destruyendo la armonía de ese techo. Ese alerito es el ala de cucaracha.

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