Una forma de definir lo simple y lo complejo es por medio de la cuantificación del número de datos que se necesitarían para describir el objeto que vamos a calificar. El volumen de una esfera es más simple que el de una piedra. El primero queda determinado con un solo dato: su radio (se eleva al cubo, se multiplica por 4 y por Pi y luego se divide por 3; en cambio, el volumen de la piedra, si esta es irregular, necesita muchísimos datos. Una línea recta es simple, una línea ondulada lo es menos. Este problema de lo simple y lo complejo es realmente muy difícil, este escrito es una aproximación.

La Sinfonía No. 7 de Anton Bruckner guarda mucha más información que una canción de reggaetón, como la del grupo Ñejo & Dálmata, “Pasarela” .

Una pared plana y en blanco contiene menos información que una fachada decorada al estilo churrigueresco, pero esta a su vez puede contener menos información (de otro estilo, no en la descripción, mas en la cantidad de cultura que se necesita para llegar a tal diseño) que la pared cuyas fisuras crean la cruz de la Capilla de la luz, de Tadao Ando. Una novela como el Quijote contiene más información que un cuento como el de Caperucita roja. Y la Teoría de la Relatividad de Einstein contiene muchísima más información que la Mecánica de Galileo.

Tadao Ando, Capilla de la luz.

Al cerebro humano le gusta lo simple y lo complejo, pero no tan simple como para que no haya nada que entender, ni tan complejo que le quede imposible hacerlo. Quizá para un niño, una sinfonía sea muy compleja y difícil de apreciar; en cambio, una canción de cuna le podría sonar muy atractiva. Para muchos, con el oído educado, el reggaetón resulta insoportable, mientras que una sinfonía podría ser placentera.

Fachada churrigueresca

Estamos diseñados cerebralmente para dejar de poner atención a lo que no ofrece información nueva (perderíamos energía, recursos, en algo que ya está entendido) y para sentir interés por lo nuevo, por lo que porta información relevante socialmente o para la supervivencia. La respuesta emocional nos acerca o aleja del objeto de estudio, y se mueve entre la aburrición y la excitación, el hambre de saber y el fastidio.

Nos gusta lo complejo que se ha simplificado, y nos fastidia lo contrario: lo simple que se ha complejizado aparentemente. En lo primero vemos una muestra de inteligencia, de capacidad de síntesis; en lo segundo, relleno, pretensión, bufonería. A veces, en lo complejo no hay sino apariencia de complejidad, una sencilla instrucción, un algoritmo, puede generar una forma visulamente compleja que responde en realidad a una sencilla instrucción.

Los aforismos nos encantan, pues contienen mucha información, dicen mucho usando unas pocas palabras. Algunos detestamos los textos posmodernos, pues son lo contrario, contienen muchas palabras y pocas ideas. Nos gusta lo simple cuando resume, cuando es sinónimo de economía; allí reside la belleza de los teoremas, la gracia de las leyes de la física.

En el arte del siglo 20 se exploró la simplificación por todos los caminos posibles, hasta llegar al concepto e incluso al vacío como obras de arte. Y los artistas nos aburrieron con sus oleos negros, con sus óleos blancos o rojos por completo, con sus cuadros y exposiciones vacías, con sus músicas en silencio y sus obras de teatro en las que no pasaba nada. Exploración muy importante en sí misma y a veces con resultados sorprendentes, pero también con muchos resultados simplemente aburridos.

Cuadrado negro, de K. Malevitch

Y es que el arte descuidó el hecho de que el cerebro necesita tener que hacer un esfuerzo para sentir interés. Tener algo para resolver y poder hacerlo nos procura un enorme placer: un crucigrama, un acertijo, encontrar una palabra perdida en la memoria, una respuesta sencilla, entender una imagen o un chiste. Pero tampoco el objeto puede ser muy complicado, muy complejo o muy confuso, pues nos lleva a la misma respuesta: pronto perdemos el interés, como nos ocurre también ante lo demasiado simple.

En gran parte del arte del siglo 21 se da mucho pero de nada: la complejización de lo tonto, de lo banal, presentado como misterioso e interesante. En todos los museos hay muestras de video en las que se nos muestra algo de la vida cotidiana, filmado en detalle y en tiempo real, con el fin de que hagamos consciente alguna cosa elemental, alguna cosa que seguramente no vale la pena hacer consciente. En muchos museos de arte hay muñecos de peluche, más grandes o más chiquitos o más numerosos, etcétera, mostrados con más complejidad que la que en realidad tienen, bajo la idea de tener un propósito sugestivo, cuando estarían mejor en el cuarto de un infante.

Somos idiotas, sí, pero no a largo plazo.

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