Desde que tengo uso de razón me habían dicho que los países a los que llamamos “desarrollados” son los países que mejor industria, mejor sistema económico y mayor cobertura de derechos tienen. Y puede que así sea, pero creo que esa descripción es de muy corta visión.
Pienso, contrario a lo que me han dicho durante toda la vida, que los países “desarrollados” son los que se han puesto en la tarea de pensar, conversar y debatir sobre los puntos más álgidos a los que se tienen que enfrentar las sociedades. Es un proceso difícil y de largo alcance que implica confrontarse y cuestionarse sobre las más profundas incógnitas.
En primera instancia se debe investigar, consultar y analizar el tema que se quiera tratar; después se debe hablar con las personas más cercanas buscando empatía o rechazo a las ideas previamente contempladas; y finalmente se debe debatir sobre las mencionadas ideas para llegar a un consenso que le sirva a la mayoría o a la totalidad de la población.
Los países “desarrollados” son entonces los que han logrado los mayores consensos para que su industria sea altamente productiva, su sistema económico sea fuerte y estable y la cobertura de los derechos sea casi universal para todos sus habitantes. Aclaro con la palabra “casi” porque aún así allí se presentan violaciones a los derechos fundamentales.
Con esta premisa, es muy claro que Colombia está muy lejos de ser parte de ese selecto grupo de países que admiramos y detallamos con la palabra “desarrollados”. Y la razón es muy sencilla: Pereza.
Los colombianos en el momento de tratar los temas álgidos como lo es el consumo de estupefacientes (Marihuana para uso medicinal y recreativo), la eutanasia, el aborto y ahora UBER y las plataformas de economía colaborativa, hemos preferido la censura y la prohibición antes que, si quiera iniciar la parte de investigación, consulta y análisis. Demostrando así la pereza que tenemos a afrontar nuestra corta existencia en el planeta.
Las repercusiones de esta pereza están a todos niveles. No solo en que no podamos dar estos debates como sociedad para poder progresar, sino también en el día a día, en cada esquina donde reina la intención de sobreponerse al otro antes de emplear el dialogo y la empatía.
Estaremos condenados a sufrir de miles de prohibiciones y ver cómo los demás van mejor que nosotros, mientras que prefiramos esa pereza las voces y sugerencias de pedir referendos o consultas populares para que sea la turba de votantes quienes definan el rumbo de la sociedad y no que sea mediante el debate de ideas.