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No es la Revolución Francesa. Es vandalismo.

Ayer la conversación durante el desayuno fue acerca de las protestas y manifestaciones contra la policía, con motivo del asesinato de Javier Ordoñez por un par de miembros de la fuerza policiva. La charla se desarrolló sobre el sonido de las papas bombas que pudimos escuchar, debido a que vivimos cerca a 3 Centros de Atención Inmediata (CAI). Lo más relevante fue cuando mi sobrina, de 8 años, rompió su silencio diciendo: “Hace un año estábamos en las mismas”. Mi mamá le respondió, algo que lamentablemente no recuerdo. Seguidamente mi sobrina nos cuestionó a todos sobre “¿Por qué nuevamente había marchas?”. Para resumirlo, y teniendo en cuenta que ella tiene 8 años, le respondimos “Es que hay gente que cree que todo está mal”.

Si bien fue una respuesta, relativamente, adecuada en el contexto de tiempo, lugar y edad, las palabras de mi sobrina me llevaron a recordar que hace más o menos vivimos una de las jornadas de protestas más fuertes de la historia reciente del país: el 21, 22 y 23 de noviembre.

Las manifestaciones del año pasado estaban fundamentadas en un pliego de solicitudes que después se expusieron e iniciaron un camino en la Mesa de Dialogo Nacional creada por el Gobierno Nacional. Hoy es muy cuestionable lo que se logró en esa mesa, pero no es el tema del presente texto.

A diferencia de hace un año, lo que hoy vemos en las calles es la manifestación más grande de la deshumanización de los bogotanos. No exactamente por el atroz crimen perpetrado por la policía, sino por el odio que en las calles bogotanas se percibe.

El odio es un sentimiento que puede ser justificable en los miles de colombianos que no ven apoyo por parte de la fuerza pública. Y que se le puede sumar todas las decepciones que el gobierno genera diariamente por la lejanía en la que se encuentra de la ciudadanía. Pero, por muy decepcionados y frustrados que todos se puedan sentir con la Policía Nacional, y con el Estado en general, no es razón para que la pasionalidad del momento sobrepasen la sensatez natural de la convivencia en sociedad.

Alejados de la racionalidad y muy enardecidos por la pasionalidad, los bogotanos han salido a las calles a buscar una especie de “revancha”. En su búsqueda otros ciudadanos resultaron asesinados, de los que aún se desconoce la cifra exacta; y otro número aún mayor heridos. Y como algo menor pero no descartable, miles de millones de pesos en daños y pérdidas. Esto ignorando lo más importante de todo: la pandemia aún nos respira el cuello, y así como nos quejamos de las multitudes en el día sin IVA, las multitudinarias movilizaciones son un peligroso factor de riesgo.

Para legitimar estos hechos algunos han expresado que las revoluciones que a lo largo de la historia han ocurrido no se han efectuado con acciones pacíficas. Citan, la mayoría de ellos, a la revolución francesa, la revolución independentista de América y, de una manera muy imaginativa, la batalla de Stalingrado durante la Segunda Guerra Mundial.

Detallándose en cada uno de los ejemplos que han citado para la legitimización de las manifestaciones en Bogotá nos topamos con una cosa en común: una idea racional, tangible y materializarble detrás de todas. En el caso de los franceses buscaban “Libertad, Igualdad y Fraternidad”; por el lado independencista su ideal era “el Rey no es soberado”; y por el punto de vista soviético defendían su país de una invasión extranjera en el contexto de una Guerra Mundial. El punto común entre las tres revoluciones no se encuentra presente en las movilizaciones bogotanas; acá no hay ideas para la construcción de una solución al problema que existe.

La libertad guiando al pueblo
La libertad guiando al pueblo de Eugene Delacroix es la imagen más icónica de la Revolución Francesa. En ella se evidencian los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Es innegable que la Policía Nacional, y en general todas las fuerzas armadas del país, necesitan una reforma. Es imperativo que los agentes que ayudan al cumplimiento de la Ley lo hagan dentro de unos parámetros y uno mínimos que garanticen integridad a las partes y, sobre todo, el engrandecimiento a la institución y miembros de esta por el cumplimento a cabalidad de sus funciones.

Sin embargo, también es innegable que en las calles no hay soluciones de raíz ni aportes a la misma. Las víctimas mortales, los heridos y la infraestructura dañada es la muestra de que por desfogar un sentimiento irracional hemos dejado de lado lo más importante: aportar a la construcción de una solución.

Escribo estas palabras después de horas de debate conmigo mismo fundado en la pregunta de mi sobrina. El cambio de operación de las FFAA en Colombia es urgente y requiere del aporte de todos. Es imposible quejarse y no dar un aporte para solucionar el problema. La invitación hoy es a que honremos la memoria de las víctimas construyendo, juntos, las Fuerzas Armadas que merecemos en Colombia.

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