Como varios cientos o miles de personas, esperaba con ansias la fecha en la que nos permitieran volver a los estadios para alentar a los equipos de los cuales nos sentimos parte. De hecho, durante todo este tiempo que han durado las restricciones por el Covid-19, cada vez que pasada cerca al Estadio El Campin le decía a la persona con quien iba en “¿Cuándo será el cuándo?”, refiriéndome a la oportunidad de volver a los estadios.

El acelerado ritmo en el que descendieron los casos de contagio y la ocupación de las UCI en Colombia permitió que lo que fue una esperanza se hiciera realidad. Finalmente, podríamos asistir al estadio para poder alentar a nuestros equipos. Unas ciudades pudieron hacerlo antes que otras. El caso de Bogotá fue para un partido que se considera “clásico”, al ser de alta competitividad entre los dos equipos, Santa Fe vs Nacional.

Cuando me enteré de la reapertura de estadios me emocioné muchísimo, pero el tamaño de ese sentimiento fue casi tan grande como el del temor de contagios. No obstante, después de hablarlo con algunos amigos decidí comprar la boleta de entrada al partido.

Llegué sobre las 6 p.m., dos horas antes de que el partido iniciara, siguiendo la recomendación de llegar con mucho tiempo de antelación. En los alrededores el ambiente se podía definir con la expresión “tensa calma”. Por un lado, existía la tensión típica de un partido de tal magnitud, mientras que la calma era porque podía transitarse con la camiseta de cualquier equipo en medio de la hinchada contraria sin ningún problema, como fue mi caso mientras ingresé al estadio.

Al entrar, me ubiqué en donde siempre me sentaba, esperando a que los amigos con los que íbamos al estadio llegaran. Conforme fueron pasando los minutos, el estadio se fue llenando y las tribunas se empezaron a quedar sin sillas vacías. Haciendo un énfasis en que el sector que se dejó para la afición visitante sobrepasaba, por MUCHO, el aforo requerido del 50%.

Los equipos salieron a la cancha. Sonaron los himnos. Se llevaron a cabo los actos protocolarios, durante los cuales las hinchadas no frenaron sus cánticos. Inició el partido y todo se centró en el esférico y los 22 jugadores. La primera mitad del primer tiempo fue lenta, aburrida. Pero, la segunda parte fue un poco más contundente. Ambos equipos se intentaron sobreponer, teniendo la visita oportunidades más claras. Sin percatarme de lo rápido que había pasado el tiempo, el primer tiempo llegó a su fin e iniciaba el entretiempo.

Aproveché la ocasión para dar una vuelta e ir a lavarme las manos (Había saludado ya a varias personas). El baño se encontraba entre el lugar en el que me encontraba y el sitio asignado para la fanaticada de Nacional. Filas ordenadas, y en algún punto compartidas, era lo que ocurría para entrar al servicio sanitario. Después, hice una video llamada con mi mamá, quien también tenía muchas ganas de ir al estadio, pero prefirió no hacerlo.

Tan pronto como colgué y me quité los audífonos los silbidos, gritos y chiflidos empezaron a apropiarse del ambiente del estadio. Pensé que era porque los equipos volvían al escenario, pero no era así. Al contrario, era porque en la tribuna “familiar” había empezado un enfrentamiento.

Para aquellos que hemos ido a un estadio, sabemos que es común alguna que otra pelea menor porque alguien dice u opina algo que no cae bien entre su más cercano círculo, pero son cosas que no pasan de una pelea de palabras. Ocasionalmente, se intentan ir a golpes, pero estos eran rápidamente intervenidos por la fuerza policial. No obstante, lo que ocurrió ayer fue completamente distinto a lo que en otras ocasiones había presenciado.

Inició como algo menor entre un pequeño y reducido grupo de personas. Pero en segundos, la sobrepoblada sección de asistencia visitante empezó a hacer andamiajes y piruetas para poder acceder a la tribuna familiar, con lo que una pelea de pocos se convirtió en una significativa pelea grupal.

En cuestión de parpadeos se pudo ver cómo los visitantes iniciaron a despegar sillas para lanzarlas sobre sus rivales de pelea. A su vez les lanzaban palos, piedras y tubos, elementos que por cierto están prohibidos dentro de las instalaciones del estadio y que, por alguna razón, pasaron por los 3 filtros policivos que había para ingresar.

Mientras eso ocurría lo que me sorprendió fue la pasividad de la autoridad policial dentro de las tribunas. A contados pasos de mi silla estaba un grupo de policías que antes de actuar de manera oportuna o buscar alguna forma de minimizar la situación empezaron a grabar con sus celulares la pelea.

Con la mirada atónita, el grupo de amigos que fuimos al estadio prontamente iniciamos a dirigirnos hacia las salidas. Esto a fundamentado que entre los visitantes y nosotros solo estaban los policías que iniciaron las grabaciones con sus teléfonos.

Sin casi poder entender lo que estaba ocurriendo y casi en la puerta empezó una nueva tanda de chiflidos con lo que se inició la intervención de la barra local al campo, quienes buscaban responder el aireado ataque visitante contra la tribuna familiar.

En ese momento tomé la decisión de salir del estadio. Con “el corazón en las manos”, las piernas temblorosas y un “nudo en la garganta”, llegué a la plazoleta ubicada en la zona anterior del Campin donde un policía discutía insistentemente por la apertura de las puertas para evitar una estampida humana, mientras que el lentísimo servicio logístico le respondía apaciguadamente la necesidad de que esta orden llegara del PMU (Punto de Mando Unificado). Simultáneamente un equipo del ESMAD, conformado por unos 25 o 30 oficiales, ingresó por la única puerta que estaba abierta en todo el sector occidental del estadio.

Pensando en que había parqueado el carro cerca de la zona en la que los visitantes tenían su salida decidí irme tan prontamente. El camino era un sendero peatonal por el que me encontré con familias con niños y mujeres llorando, que buscaban irse del estadio y del sector tan rápido como fuera posible.

También, desde afuera, se podía ver cómo las hinchadas, local y visitante, intentaban romper las varillas de las rejas. Se oía cómo rompían los plásticos de las sillas y como gritaban contra la hinchada local y la fuerza pública.

Salí del parqueadero encontrándome de frente con 5 buses quienes transportaban hinchada visitante desde Medellín, que eran escoltados por policías en moto. Mientras que el resto de la fuerza pública presente yacía inmóvil y estupefacta ante lo que veían, oían y les comunicaban por sus radios. Salí del sector y me dirigí a cumplir el plan que tenía después del partido, comprar algo de comer y llegar a casa. Cuando llegué al restaurante, mucho más calmado, la sorpresa es que ahora querían terminar de jugar el partido.

El resto de las cosas que no puedo explicar con las palabras que están en este Blog, usted podrá constatarlo con la cantidad de vídeos y fotos que se han hecho virales. Pero esta vaina no puede quedarse ahí, como algo viral.

Hay que evaluar muchas cosas y responder muchas preguntas. ¿Por qué no se respetó el aforo en la tribuna visitante?, ¿Cómo es que se lograron filtrar piedras y palos a los 3 filtros policiales?, ¿Por qué se tardó tanto la policía en reaccionar?, ¿A quién se le ocurrió y quién aprobó dejar pegadas tribuna visitante y tribuna familiar?, y la pregunta más delicada ¿A quién le importa el fútbol después de tan deplorable espectáculo?

Finalmente, tratar de buscar un iniciador solo conllevará a legitimar la respuesta de la contraparte, lo cual no puede ser aceptado. Ambas partes de las aficiones involucradas actuaron mal, decir lo contrario sería tratar de tapar el sol con un dedo.

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