Después de semanas, que fueron meses, llenos de especulación sobre la reforma tributaria que se presentaría ante el Congreso como mecanismo para poder afrontar la reactivación económica después de la pandemia, el Gobierno Nacional finalmente radicó un proyecto de ley. Así pues, se acabó la zozobra y empezó lo que verdaderamente importa, el análisis de los hechos.
Desde ese momento, y por mucho tiempo en adelante la opinión pública nacional no quitará el ojo de encima en torno a la reforma tributaria o reforma al estatuto tributario – porque hay que llamarla por el nombre, no con apodos para que suene menos fuerte -.
Ya se sacaron calculadoras, empezaron a hacer análisis, empezaron a dar opiniones, y como consecuencia ya empezaron a hacerse solicitudes de modificaciones, mientras que las redes sociales se inundaron de cadenas con mucha información, alguna cierta y otra no tanto.
Acá y en adelante durante este texto no hablaremos de qué productos tienen IVA, cuales están excluidos y cuales son exentos. En los párrafos subsiguientes voy a responder el por qué en Colombia modificamos 49 veces el estatuto tributario, durante los 21 años de este siglo, y seguimos en déficit.
Al anterior cuestionamiento quiero referirme en dos sentidos: fondo y forma. Es decir, el por qué de las reformas y el para qué de estas.
Hay que iniciar por el tema de forma, el para qué se han realizado y para qué se está realizando esta reforma.
La teoría dice que es para que el Estado tenga los recursos necesarios para financiar sus necesidades y los programas de gobiernos en beneficio de la ciudadanía. No obstante, desde inicios de los años 90´s se busca que estas reformas también promuevan el empleo y dinamicen la economía
Así pues, analizando las 49 reformas, podrían descartarse rápidamente 41. Esto porque son modificaciones al estatuto tributario para las últimas dos funciones que se le impusieron a las reformas. De tal manera, en estos 21 años se han realizado 7 reformas -Se busca la octava – que, una tras otra, han dejado el mismo resultado: el Estado colombiano se encuentra sin financiación suficiente.
Buscando más a fondo, se encuentra con que las arcas públicas financian, entre otras cosas, los planes de gobierno de presidente, gobernadores y alcaldes, que nosotros mismos elegimos a través de los votos. Lo que quiere decir, que estamos votando por planes de gobierno que despilfarran el erario y que no es invertido con inteligencia.
Los programas por los que hemos votado por años son para la asistencia a la pobreza y no la erradicación de esta. Entonces, es común ver que en Colombia todo esté lleno de subsidios y ayudas estatales. Un ejemplo fácil de identificar se encuentra en los sectores rurales del país.
La presencia estatal en el caso de los cafeteros, para poner un ejemplo exacto, ayuda a los miembros de la federación con un subsidio en caso de que el precio de la carga no supere los $700.000. Pero en ningún momento se está proponiendo un mejoramiento de la línea de producción del café, que genere valor sobre el producto final y así eliminar la dependencia del subsidio estatal por parte de los cafeteros.
Ejemplos como el de los cafeteros existen con cada uno de los productos del agro. Pero también con los programas asistenciales como los comedores comunitarios, escuelas formativas y demás que podemos encontrar en las cabeceras municipales.
Este párrafo es una nota importante ESTOS PROGRAMAS SON MUY IMPORTANTES, pero son un círculo vicioso del que es difícil salir, porque es el que da mayores réditos el día de la votación.
Lo que se requiere es una reforma estructural, que a juicio de expertos no ha ocurrido en ninguna de las 49 ocurridas en los últimos 21 años, en la que el Estado deje su asistencia a las personas en situación de pobreza e inicie la tarea de sacarlos de esa situación.
La ganancia de iniciar a sacar a más y más colombianos de la pobreza respondería el porqué, es decir, la razón de fondo sobre la necesidad de una nueva reforma. Hay que aclarar que los problemas de corrupción de Colombia son muy graves, y que allí se pierde una significativa porción del dinero público; también se debe mencionar la evasión fiscal, las extensiones tributarias … En fin, se podría hacer una lista larga sobre los problemas de la ausencia de financiación estatal, pero eso no quita el punto al que quiero llegar, ¿Quiénes financiamos al Estado?
La primera respuesta es “todos”, ya que con el impuesto del IVA se recaudan anualmente unos 120 billones de pesos, lo que significa la mitad del gasto público. Pero, y ¿la otra mitad?
En nuestro país vivimos 48, casi 49, millones de colombianos. De esta franja debemos eliminar, de facto, a menores de edad, con lo que llegamos a unos 35 colombianos mayores de edad. Hay que eliminar a todos aquellos que se encuentran en la informalidad, es decir entre el 52 y 55% de los adultos, el resultado es que unos 15 millones de colombianos somos los que estamos en el margen de la formalidad. La formalidad permite entender la posición del Estado, ya que solo a los “formales” se les puede controlar cuánto dinero les ingresa y cuánto gastan, para determinar a quiénes se les cobrará impuestos y a quienes no.
Para acelerar el proceso, obviaré algunos cálculos y llegaré a la conclusión, la cifra que importa es que aproximadamente 8 millones de colombianos somos los que tributamos. De tal manera, los colombianos de a pie financiamos el 60% (apróx) de la mitad, es decir el 30% de las finanzas públicas. Un 15% (aprox.) lo aportan las empresas, porque es el máximo permitido para un país miembro de la OCDE.
Hay otros dineros que entran al Estado, como la venta de petróleo, los beneficios por sus participaciones en empresas, la recepción de intereses y préstamos. Todo eso suma, en el mejor de los casos el 10 o 12% del gasto nacional.
La conclusión a esta entrada es simple. Si no combatimos de frente y con fuerza la pobreza, si la seguimos asistiendo, si seguimos que millones de colombianos permanezcan en la informalidad, vamos a llegar a un número infinito de reformas tributarias y seguiremos en el mismo punto, un Estado en déficit con un país pobre.
Nota final: si llegó hasta acá, querido lector, debo agradecerle por tomarse la molestia de leer el Blog más largo que hasta este momento he redactado.