CastroOpina

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El amor y la cuarentena en el tiempo del Instagram.

Soy una persona muy visual. Me gusta ver, asombrarme, deslumbrarme, impresionarme y entender el mundo a través de mis ojos, y todo eso lo satisface Instagram como ninguna otra red social lo hace. Me agrada ver los paisajes de lugares que mis amigos visitan, me agrada ver lo que comen, me gusta ver en las “stories” las cosas que hacen en su día a día y también me gusta compartirles contenido que creería les agrada. A razón de esto le otorgo a dicha red social mi categoría de favorita.

Sin embargo, me encuentro también en ella cosas que no me agrada tanto. Me fastidia encontrarme con que ahora todo son con términos, que considero, rebuscados y usados hasta dañarlos. Por ejemplo «la resiliencia» o «la empatía», que son términos importantes y necesarios, pero ahora todo es resiliente o empático. Sin embargo, de todas estas expresiones la que más me fastidia de todas es el de «relaciones tóxicas».

No niego que las haya, no niego que en serio haya gente que a uno le jode la vida. Pero también debo aceptar que esa necesidad de andar mostrando felicidad, de andar mostrando que cada uno está mejor que el otro y que cada vez es más feliz no ha desubicado y ha hecho perder el norte.

Hemos creado la necesidad que todo produzca felicidad, todo debe estar bien y que ayudado por las fotos y vídeos que vemos a diario nos han hecho creer que si alguien no nos da eso de facto es malo.

Ver todas esas personas en Instagram con sus fotos, sus viajes, sus fiestas, sus cosas buenas y su inmensa felicidad lo considero muy bueno, pero dejamos guardadas todas las partes que también hacen parte de la vida que son las peleas, crisis y demás momentos que podríamos llamarlos de “no felicidad”.

Para nadie es un secreto: A lo largo de toda la vida, y en especial las amorosas, las peleas se dan. Y gracias a esa sensación que nos inyectaron por las redes sociales, de que todo debe estar bien y que todo debe ser alegría y felicidad, al más mínimo problema salimos corriendo y descartamos todo relegándolo como malo.

Me he cuestionado si más bien la búsqueda de tanta felicidad nos ha hecho olvidar los otros sentimientos. La vida es un constante cambio, y debemos vivir intensamente cada uno de esos cambios, más aún en una relación interpersonal, porque de esta manera las personas crecemos y nos fortalecemos.

Pero en este punto quisiera ampliar el espectro para demostrar que la búsqueda excesiva de la felicidad nos está haciendo dejar de vivir los momentos de la vida. Uno de estos días me desperté mucho más temprano de lo normalmente lo hago así que revisé rápidamente Instagram. Duré más de 10 horas sin conectarme, y me encontré con un sinfín de publicaciones motivacionales y de hacer planes cuando se acabara este tema de andar encerrados en casa, parecía como si el mundo completo se hubiese puesto de acuerdo para publicar sobre qué hacer después de este embrollo.

Hace 100 años el mundo el mundo perdió entre el 3% y 6% de la población mundial por culpa de la pandemia de Influenza A que azotó al mundo al finalizar la Primera Guerra Mundial, en su momento no había otra opción que vivir el día a día. Las familias que tenían contagiados se encerraban en sus casas a pasar cuarentenas y a esperar lo peor. No obstante, al final de dicha crisis mundial la gente pudo continuar con sus vidas tal y como lo hacían antes.

A lo que quiero llegar con toda esta queja sobre la infinita e incansable búsqueda continua de la felicidad es que la detengamos. Vivamos el día a día. Hoy el mundo está verdaderamente jodido para la raza humana, para usted que esta leyendo y para mi que estoy escribiendo. Es el momento de sentir la preocupación por lo que pasa, de reflexionar sobre como la naturaleza es está reponiendo ante nuestra ausencia, de sentir la soledad que significa vernos únicamente por vídeo llamadas, de extrañar salir y escuchar niños jugar en los parques, de ir a un bar a tomar unas cervezas con amigos. No frustremos este momento de oscuridad, aprendamos de él y no corramos de nuevo hacía la luz.

Mi invitación es que a la vuelta de unas décadas le digamos a los más jóvenes qué significa atravesar un momento de oscuridad pensando en dónde y cómo nos encontramos todos como humanidad, y no que pasamos todos los días en casa pensando en qué hacer cuando finalice la cuarentena.

 

 

 

 

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