El pasado 9 de marzo se realizaron las elecciones para Congreso y Parlamento Andino y, más allá de los partidos, el verdadero ganador de esta elección volvió a ser la abstención.
Preocupante. Así se podría describir la cifra que marcaba el total de sufragantes cuando el pre conteo de la Registraduría Nacional llegaba a su boletín no. 44 con el 98,40% de las mesas informadas. La razón es clara: una abstención en el voto de aproximadamente el 57,42%. Un número bastante considerable si se tiene en cuenta la cantidad de gente que podía votar y no lo hizo. Y aunque mirar los escenarios supuestos que se hubieran desencadenado de haber votado esa población que no votó sería llamativo, eso no es lo primordial a explicar. Lo verdaderamente importante del asunto es poder observar y explicar la causalidad del hecho sobre por qué se genera tanto abstencionismo en Colombia.
Al abstencionismo que se ha venido dando, no solo en estas elecciones sino desde hace muchos años, hay que entenderlo a partir tanto de los incentivos de algunos electores para no votar como de las fallas del sistema y las instituciones electorales. Es claro que este fenómeno no es debido únicamente a la pérdida de fe en el voto, por parte del electorado, como muchos medios han expuesto como causa principal. La razones que rigen al abstencionismo no se pueden explicar solo a partir de una sola variable.
Aunque preocupante, no es sorpresivo el resultado. Tomando como base las elecciones en los últimos 20 años, Colombia tiene uno de los promedios de abstención más altos de América Latina. Por ejemplo para Presidencia, el histórico en este período de tiempo da como resultado un abstencionismo por encima del 50%. Sólo para las elecciones presidenciales de 1994 el 66% de los posibles sufragantes no votó. Sin duda, una cifra récord. ¿Pero qué hay detrás de todo esto? ¿De sean varias las elecciones donde prima el abstencionismo?
Para comenzar, hay que partir de los votantes. Detallar los incentivos que tienen los sufragantes para hacer efectivo o no su derecho al voto, puesto que esta situación no se puede enmarcar solo bajo la causalidad de «tal persona perdió su fe en el voto». En primer lugar, hay que identificar que existen, dentro de la Ciencia Política, al menos cinco tipos de abstencionistas.* Primero están aquellos que les considera apáticos, que son aquellos que no poseen ni el conocimiento ni la participación en política. Más allá de perder su fe en el voto, no conocen de política y participar les implica salir de su zona de comodidad. De segundas se pueden encontrar a los alienados, que son aquellos que de verdad sí perdieron su fe en el voto. Muestran antipatía porque creen que el sistema no puede darles lo que quieren. En tercer lugar van los indiferentes, tienden a ser más abstencionistas intermitentes y piensan que no tienen opciones reales de elegir. Cuarto van los instrumentales, que son las personas que calculan si su voto va a servir o no. Y por último están los que sí iban a votar, pero por algún suceso no lo hacen.
El problema nace en que con tantos tipos de abstencionistas, según la literatura académica, es difícil atacar el abstencionismo. El solo hecho de clasificar a los abstencionistas en una categoría para después crearles incentivos para votar es, de por sí, todo un reto. No obstante, el otro lado de la moneda, es que se puede observar que el abstencionismo es un problema más profundo de lo que algunos medios lo han analizado, a partir de los electores. Crear incentivos y conocimiento en la utilidad del voto debe ser tratado como un problema de política pública. Una baja participación en política no es un buen síntoma en una democracia, solo la debilita más debido a que unos pocos están decidiendo por muchos.
Sin embargo, en segundo lugar, no hay que echarle toda la culpa a los electores su no asistencia a las urnas. En parte, la Registraduría también tiene en sus manos parte del problema, aunque en este caso es también un contratiempo difícil de solucionar. Éste, un poco relacionado con el último tipo de abstencionistas, tiene que ver con la incapacidad de la Registraduría para ayudar a personas que, por X o Y motivo, no están su ciudad de votación pero aún así quieren cumplir con su derecho al voto. Si bien hacerlo puede resultar un dolor de cabeza en cuanto idear un sistema que no resulte costoso y que no promueva el fraude o la trashumancia, es importante entender que no todo el abstencionismo se da por culpa de personas que tienen cierto distanciamiento de la capacidad de la utilidad del voto.
Así las cosas, a Colombia se le puede pronosticar unas altas dosis de abstencionismo para elecciones futuras. Atacar dicho fenómeno, ya sea desde los mismos votantes o desde las instituciones, no parece ser una prioridad cercana en la agenda cultural, educativa y electoral de las autoridades. El costo y la incertidumbre que tiene traer a votar a una mayor población, por el momento, parecen ir dándole vuelo al abstencionismo.
*Valencia, A., Peláez, E., Rúa, C., & Awad, G. (Septiembre-Diciembre de 2010). Abstencionismo. ¿Por qué no votan los jóvenes universitarios? Universidad Católica del Norte, 363-387.
Sebastián Narváez Cárdenas
Ciencia Política, Universidad de los Andes.
Twitter: @Imnotpolitician