“Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad”. Gabriel García Márquez.
“Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad”. Gabriel García Márquez.
Sin duda, los colombianos vivimos esa encrucijada de destinos señalada por García Márquez en su ensayo “Por un País al alcance de los niños”[i], su mejor obra de no ficción, que todos deberíamos leer para saber quiénes somos, aprender a comunicarnos y poder así salir algún día de este laberinto de soledades y violencias en que estamos atrapados desde tiempos inmemoriales. En esa encrucijada nos hemos topado con la Esfinge de la política nacional, cuya compleja y violenta identidad no hemos podido aún descifrar. Pero en ese ensayo nuestro nobel de literatura nos da más de una clave para intentarlo. Por ejemplo, cuando nos dice que: “Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos”. Precisamente por eso nuestra política nacional es una Esfinge, “esa criatura mítica de destrucción y mala suerte, que se representaba con rostro de mujer, cuerpo de león y alada”. Con algo de imaginación, esa Esfinge hoy se nos presenta con el rostro de una señora muy cortejada y apreciada, llamada democracia, cuya ferocidad es la de un león que devora todos los días a su pueblo y vuela tan alto que es inalcanzable para la mayoría de colombianos, salvo para una minoría de privilegiados que viven en su particular “modo democrático”. La verdadera identidad de la Esfinge y su prolongada longevidad se debe a su inverosímil capacidad de fusionar dimensiones políticas que son irreconciliables: la legitimidad con la ilegalidad, la impunidad con la justicia y la mayor violencia crónica del continente con la celebración ininterrumpida de elecciones desde 1957. En parte, ello se debe a la magistral habilidad de una élite política dominante que conjuga la impostura y la hipocresía de las buenas maneras con una violencia feroz, al punto que ha sido capaz de convencer por generaciones a mayorías ingenuas que viven en la democracia más antigua, estable y profunda de Latinoamérica. Una élite que, entre sus prohombres liberales y demócratas, como Darío Echandía, llamó “golpe de opinión”[ii] al golpe de Estado de Rojas Pinilla en 1953, promovido con el conservador Mariano Ospina Pérez. Pero 4 años después deciden tumbarlo, en nombre de la democracia, para inventarse una espuria fórmula política llamada “Frente Nacional”. Fórmula de incestuosa cohabitación en el poder entre liberales y conservadores que les permitió repartirse miti-miti el Estado y la vida pública apelando a la paz. Fórmula acordada entre líderes políticos como Laureano Gómez Castro y Alberto Lleras Camargo, responsables en gran parte de la Violencia entre facciones criminales, que no partidos, conservadoras y liberales, que sembraron los campos con la sangre y cuerpos de cientos de miles anónimos campesinos liberales y conservadores, para luego presentarse ambos como los salvadores de la Patria y la concordia. Así se “perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos”. Lo inverosímil es que esa misma fórmula haya servido para burlar el triunfo en 1970, esta vez legal y legítimo del exdictador Gustavo Rojas Pinilla a la presidencia de la República. Y de nuevo, todo en nombre de la paz y la democracia, según la versión del entonces presidente Carlos Lleras Restrepo[iii], considerado por muchos el mejor presidente de Colombia del siglo pasado. De nuevo: “una historia hecha más para esconder que para clarificar”. Es por ello que García Márquez no es solo nuestro mayor fabulador, sino también el más lúcido descifrador de la esfinge política nacional. Una esfinge que, para mayor ironía y escarnio de los actuales herederos de esa mezquina elite política, conformada por “ciudadanos de bien”, es todavía incapaz de reconocer a quien preside la Casa de Nariño por ser un hijo legítimo de una organización que aspiró llegar al “poder con las armas, con el pueblo”, pero lo logró 52 años después con cerca de 12 millones votos en las urnas. La anterior no es una historia de ficción, es la historia real, por eso nos encontramos en esta encrucijada histórica de destinos.
Elecciones entre la ilegalidad y la ilegitimidad
Por eso solo ahora esos “auténticos demócratas de bien” son inflexibles con una práctica consuetudinaria presente en todas las anteriores campañas presidenciales, que no solo sobrepasaron los topes de financiación, sino que recibieron generosas contribuciones de patrocinadores ilegales, como los narcotraficantes (proceso 8.000). Pero también ganaron la presidencia con repudiables apoyos de grupos criminales como los paramilitares[iv] en las campañas de Álvaro Uribe, quien además logró reelegirse cambiando ilegalmente un artículito de la Constitución. Incluso el conservador Andrés Pastrana recurrió a organizaciones guerrilleras como las FARC-EP para que vetaran al candidato liberal Horacio Serpa, que le había ganado en primera vuelta, a cambio de concederles la zona de distensión del Caguán en nombre de la paz, pronto convertida en la bandera de guerra del “Plan Colombia”. Todo ello gracias al consejo y la mediación de Álvaro Leyva Duran, como lo ha revelado en varias ocasiones. Y si nos aproximamos al pasado reciente, sobresalen los aportes de Odebrecht a las campañas presidenciales de Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga, sin olvidar el generoso aporte del célebre y oscuro ganadero “Ñeñe Hernández” a la campaña de Iván Duque, conocido como el escándalo de la “Ñeñe política”[v], que el competente y brillante fiscal Francisco Barbosa fue incapaz de investigar. De nuevo, toca citar otra clave aportada por la genialidad de García Márquez, que nos revela meridianamente lo que está sucediendo: “En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo”.
El poder de la ley y la verdad
Es lo que ha acontecido con la financiación de todas las campañas electorales presidenciales anteriores. Por eso mismo, el presidente Petro está equivocado cuando señala al Consejo Nacional Electoral de promover un golpe blando en su contra. Pues si el Consejo solicita a la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes una investigación en su contra, el presidente Petro podrá y deberá demostrar que las pruebas aportadas por el Consejo no son válidas, como lo está febrilmente argumentado en su cuenta X y en sus prolongadas intervenciones televisivas. De esta forma no solo impartiría una lección histórica a quienes en nombre de la “gente de bien” han degradado el derecho hasta convertirlo en una coartada para la defensa de sus privilegios y gobernar así impunemente, sino que recobraría el auténtico sentido de la ley expresado por Lacordaire cuando escribió: “En la relación entre el fuerte y el débil, la libertad oprime y la ley libera”. Lo que significa en el terreno de la política que la “ley es el poder de los sin poder”, pues ella nos garantizaría a todos el goce efectivo de nuestros derechos, sin los cuales no existe democracia y menos una ciudadanía plena que pueda ejercer esos derechos civiles, políticos y sociales. Es lo que en verdad está sucediendo cuando una oposición cerril se ausenta del Congreso y bloquea la expedición de leyes imprescindibles para el funcionamiento del Estado como el debate y la aprobación de la ley del presupuesto nacional. Si gobierno y oposición no están a la altura de esta encrucijada histórica, que se debate entre la ingobernabilidad y la ilegitimidad, entonces nos sucederá lo anunciado por nuestro nobel de literatura: “Conscientes de que ningún gobierno será capaz de complacer esta ansiedad, hemos terminado por ser incrédulos, abstencionistas e ingobernables, y de un individualismo solitario por el que cada uno de nosotros piensa que solo depende de sí mismo. Razones de sobra para seguir preguntándonos quiénes somos, y cuál es la cara con que queremos ser reconocidos en el tercer milenio”. Por la deuda que tenemos con nuestros hijos y las futuras generaciones, ya va siendo hora de que reconozcamos “que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética -y tal vez una estética- para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños”. Si no lo intentamos y volvemos a caer bajo el embrujo de la demagogia de los mismos de siempre en el 2026, continuaremos sin descifrar la Esfinge de la política nacional, malviviendo y muriendo extraviados en este laberinto interminable de violencias y mentiras.Para salir de él, precisamos el hilo de Ariadna[vi] de una ciudadanía crítica que repudie aquellos líderes que suelen invocar una supuesta violencia buena y legítima en nombre de la seguridad, la confianza inversionista y hasta la democracia, solo para la defensa de este Statu Quo profundamente injusto y excluyente. Pero también una ciudadanía que no caiga en las ilusiones irrealizables de quienes prometen una justicia social proporcionada exclusivamente por la generosidad del Estado y sus gobernantes de turno, pues la mayoría de políticos que viven de la política y no para el bien público, más allá de si son de centro, derecha o izquierda, suelen convertir el Estado en su botín privado, como lamentablemente ha sucedido en este “gobierno del cambio”.
[i]https://diariodepaz.com/2018/10/10/por-un-pais-al-alcance-de-los-ninos/
[ii] “Echandía se atrevió a calificar como “golpe de opinión” el golpe de Estado del general Gustavo Rojas Pinilla en 1953, participando de la coalición de liberales y conservadores ospinistas que le apoyaron”, https://es.wikipedia.org/wiki/Dar%C3%ADo_Echand%C3%ADa
[iii] https://www.elespectador.com/colombia/mas-regiones/la-noche-en-que-lleras-restrepo-reconocio-el-triunfo-de-rojas-pinilla-parte-ii-article-417288/
[iv] https://www.elespectador.com/colombia-20/paz-y-memoria/paramilitarismo-apoyos-a-campana-de-alvaro-uribe-en-informe-sobre-bloque-central-bolivar-cnmh/
[v] https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%91e%C3%B1epol%C3%ADtica
[vi] https://visitargrecia.com/que-quiere-decir-el-hilo-de-ariadna/
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