¿Es posible un acuerdo político nacional?
Hernando Llano Ángel
La mayor dificultad para alcanzar un acuerdo político nacional estriba en que las partes que deben promoverlo y acordarlo tienen concepciones incompatibles sobre el acuerdo, la política y la nación. Ello obedece a que cada parte vive en su propio universo político nacional, lo define y defiende a ultranza y considera que el suyo es el único válido. De alguna forma, somos un cúmulo de universos políticos en disputa, que impiden la existencia de una comunidad política nacional entendida y vivida como un pluriverso. Un pluriverso es “un mundo en el que caben muchos mundos”. Ya lo decía el presidente Belisario Betancur en su discurso de posesión: “Colombia es una federación de odios y un archipiélago de egoísmos”. El pluriverso nacional es imposible bajo la visión hegemónica de uno de esos mundos, que impone su orden económico, político, cultural y existencial. Lógica y ontológicamente el pluriverso solo puede existir bajo la condición sine qua non de la pluralidad. Es decir, que ninguno universo pretenda eliminar violenta o simbólicamente la existencia de los otros. Es más, que la hegemonía o el dominio de uno de ellos no aparezca como una amenaza inminente para la existencia de otros diversos universos. Tal es la disputa universal entorno a la crisis climática, que se aborda de nuevo en la COP28, Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Dubái. Una disputa vital y mortal entre los negacionistas de las funestas consecuencias climáticas y ambientales de este capitalismo depredador, cuya codicia no conoce límites, y los ecologistas y conservacionistas a ultranza, que claman por cambios urgentes y reales para contener y evitar el apocalipsis planetario. En este caso, lo más grave es la incapacidad de los negacionistas climáticos de reconocer que tenemos una sola tierra sobre la cual existen múltiples pluriversos que conviven en la naturaleza en simbiosis perfecta, pero que el afán y la codicia de dominarlos y explotarlos nos está conduciendo a la extinción de millones de especies y eventualmente a la nuestra propia por esa obsesión consumista de convertir toda vida en solo mercancías comerciables, intercambiables y desechables. A propósito, sería interesante saber cómo en esta temporada navideña aumentan sideralmente los niveles de contaminación y depredación del planeta en aras de satisfacer nuestra avariciosa felicidad mercantil. Que ironía, ¡la época de la natividad –del pesebre, la austeridad y la nueva vida– convertida en un festín de mortandad! Y la tierra santa, en la franja de Gaza e Israel, reducida a escombros, dolor y muerte por la imposibilidad de compartirla en un pluriverso de convivencia entre dos Estados de pueblos hermanos, hoy enceguecidos por el odio y el fanatismo de sus respectivos líderes, incapaces de reconocerse y respetarse mutuamente.
Colombia, entre la derecha siniestra y la siniestra criminal
Esa disputa por la vida también está presente en nuestro país, pero en universos más dramáticos y turbios, pues se da en medio de alianzas y coaliciones insospechadas entre una derecha siniestra y una siniestra criminal. La derecha siniestra es aquella que, en nombre de supuestos principios y valores superiores como la seguridad, la autoridad, la moralidad y la salud, promueve con ciega y absoluta certeza una guerra perdida contra la naturaleza y la humanidad, la “guerra contra las drogas”. En su cruzada salvífica, esa derecha de los “buenos” contra los “malos” de la izquierda, declara una guerra sin cuartel contra la naturaleza y convierte plantas maravillosas como la marihuana, la coca y la amapola en enemigas de la humanidad a las que fustiga y persigue con una parafernalia de convenciones internacionales y normas nacionales bajo el estigma de cultivos ilícitos. Así la derecha en su pensamiento único logra una proeza perversa, de la que no es consciente en su universo maniqueo, pues convierte la naturaleza en objetivo militar. Permite, cuando no promueve con campañas oficiales y el presupuesto público, su fumigación y devastación hasta su casi aniquilación. Es la cruzada fanática de los prohibicionistas. En la década de los 80 varios presidentes lo hicieron con el paraquat contra la marihuana, que entonces llamaban hierba maldita, pero hoy es reconocida como una hierba bendita por la farmacología y su tratamiento de múltiples dolencias. Ahora, esa derecha virtuosa, continúa empeñada en su guerra contra la coca, a la que estigmatizó como la “mata que mata” con su fundamentalismo y maniqueísmo mendaz, para así adelantar con absoluta impunidad e irresponsabilidad los oficialmente llamados Planes Colombia y Patriota, verdaderos “pogromos ecocidas” contra la biodiversidad y la salud de campesinos y comunidades étnicas. Una especie de parricidio patriótico, persecución y represión de miles de “raspachines” en nombre de la democracia y la seguridad contra el narcoterrorismo y la narcoguerrilla, que a la postre salieron fortalecidos y se expandieron por nuevos territorios, estableciendo enclaves y abriendo rutas en otras regiones, lo propio del llamado efecto globo.
La siniestra criminal
Pero de la otra parte tenemos la siniestra criminal, que deriva gran parte del sostenimiento de sus filas y su supuesta guerra de liberación nacional mediante el control territorial de economías ilícitas como la coca y de minerales valiosos, además del secuestro liberticida, asesinando a diestra y siniestra a todo aquel que se oponga a la prosperidad de sus enclaves criminales o, si es necesario, combinando el plomo con la plata, para comprar la complicidad oficial de servidores públicos. Paradójicamente, esa derecha siniestra y esa siniestra criminal, se dan la mano y terminan siendo aliados estratégicos en la degradación del conflicto armado interno, pues no conciben otra forma de enfrentarlo que con el plomo y la plata. Entonces el conflicto se ensaña contra los campesinos, las comunidades indígenas y negras, pero especialmente contra sus valientes e inclaudicables líderes sociales y defensores de derechos humanos, cuyo número de víctimas mortales aumenta cada semana. Según los reportes de INDEPAZ hasta el 25 de noviembre de este año van asesinados 151 líderes sociales y defensores de derechos humanos, a los que hay que sumar 33 firmantes de la paz y esas cifras macabras crecen cada semana. En la mayoría de estos crímenes aparecen involucrados el ELN, el llamado Estado Mayor Central, la Nueva Marquetalia y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, según la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo. Para salir de este laberinto sangriento en que estamos extraviados, nos fragmenta como nación, confina con paros armados a la población rural y nos divide entre “buenos” y “malos” ciudadanos, derecha e izquierda, el actual gobierno ha propuesto un giro copernicano en la guerra contra las drogas con su política “Sembrando Vida desterramos el narcotráfico”.
“Sembrando Vida desterramos el narcotráfico”
Dicha política centra la atención en las personas y la exaltación de la vida en todas sus dimensiones, dejando atrás la criminalización de las poblaciones y de la misma naturaleza. Poblaciones marginadas y excluidas de campesinos y comunidades étnicas que en realidad son convertidas en víctimas por la codicia de organizaciones criminales y de políticas erráticas como el prohibicionismo. Un prohibicionismo que, como lo expresó un pontífice del neoliberalismo, Milton Friedman: “si analizamos la guerra contra las drogas desde un punto de vista estrictamente económico, el papel del gobierno es proteger el cartel de las drogas. Eso es literalmente cierto”, puesto que a mayor control, persecución policiva y represión judicial mayor es el precio de las drogas prohibidas. Por lo anterior, la política que implementará el actual gobierno: “Sembrando Vida desterramos el narcotráfico” pone énfasis en la regulación y control estatal del cultivo de la la coca, amapola y cannabis, para impedir que continúe en manos criminales que se lucran violentamente con su cultivo, procesamiento letal y tráfico ilegal. Dicho monopolio criminal lo ejerce ese enjambre de organizaciones armadas de derecha e izquierda a través del plomo y la plata, los asesinatos, los confinamientos de la población rural y la corrupción. Es decir, mediante la guerra, el crimen e innumerables negocios legales, que permiten la purificación de la sangre y la expoliación de la naturaleza a través de inversiones bursátiles, lavado de activos como la operación POLAR CAP contra el Banco de Occidente en Panamá y Colombia que lavó cerca de 1.200 millones de doláres entre 1987 y 1988 para AVALAR emporios financieros y un sector inmobiliario cada vez más suntuoso en ciudades capitales donde crecen como hongos apartamenteos de miles de millones de pesos. Si el gobierno nacional logra sembrar dicha política de regulación estatal en los territorios que en la actualidad controlan organizaciones criminales, más allá de su discutible membrete de insurgentes o narcotraficantes, sin duda se podrá cosechar paz con seguridad y legalidad, que es la mejor plataforma para impulsar el Acuerdo Político Nacional y conectar polo a tierra a la celestial, etérea y hasta ahora mortal “Paz Total”. Quizá así se pueda consolidar el pluriverso nacional de una paz democrática y territorial, donde las cosmovisiones indígenas sobre la Mama Coca no solo sean respetadas y protegidas por el Estado, sino incluso eventualmente convertidas en fuentes de ingreso y prosperidad para sus comunidades, como en la actualidad lo hacen con enormes dificultades muchos emprendimientos, entre los que cabe destacar COCA NASA que le ganó una batalla legal a Coca Cola con su producto COCA-SEK, “bebida energizante enlatada a base de hoja de coca”, gracias a la iniciativa y el coraje de la lideresa Nasa, Fabiola Piñacué
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Hernando Llano Ángel
Abogado, Universidad Santiago de Cali. Magister en Estudios Políticos, Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. PhD Ciencia Política, Universidad Complutense Madrid. Socio Fundación Foro Nacional por Colombia, Capítulo Suroccidente. Miembro de LA PAZ QUERIDA, capítulo Cali.