PETRO: ¡DE SICARIO MORAL A PRESIDENTE EJEMPLAR!
Hernando Llano Ángel
Así de radical es el cambio de actitud y de juicio del expresidente Álvaro Uribe sobre el presidente electo, Gustavo Petro, después del encuentro histórico en un elegante bufete del abogado Héctor Carvajal al norte de Bogotá. Ayer, el expresidente Uribe insultaba al senador Petro en el Congreso y lo estigmatizaba tres veces con vehemencia, llamándolo ¡Sicario Moral!, ¡Sicario Moral! !Sicario Moral!. Además, lo invitaba a que volviera al monte, donde lo consideraba menos peligroso. Hoy le toca reconocer a Gustavo Petro como presidente electo con talla de estadista que convoca un Acuerdo Nacional y llama en su trino a acatar –no confundir con atacar, como lo quisieran sus adoratrices Cabal y Valencia junto a millones de sus deVotos electores— y lo saluda con amabilidad y cortesía. Por ello acude presto a conversar con Petro. Todo lo anterior, como consecuencia de la alquimia y conversión que producen en la atribulada alma del expresidente los más de 11 millones de votos por Petro. En la política nacional, después de aquel 19 de junio, pasamos del antipetrismo más radical y visceral a una especie de “petroestatismo” multipartidista, detrás del cual se oculta el más vergonzoso oportunismo politiquero para continuar succionando, como parásitos insaciables, el presupuesto nacional y la burocracia estatal. Claro está, todo ello en nombre del “Diálogo Nacional”, la “Reconciliación Nacional” y los abrazos fraternos que auguran éxito a Petro, pues si al “Presidente le va bien, le va bien a todo el país”. ¡Que viva la democracia! De verdad, resulta repugnante tanta mentira e hipocresía en todos los que ayer gritaban a los cuatro vientos con Fico: ¡Si gana Petro es el fin de la democracia! como un vulgar ventrílocuo y “parcero” del Centro Democrático, camuflado en las banderas de la coalición partidista “Equipo Colombia”. Y qué decir del fatuo ingeniero Hernández que en plena campaña sindicaba al Pacto Histórico de ser una organización criminal y corría a refugiarse en Miami porque tenía miedo que lo mataran a cuchillazos. Hoy se abraza con Petro y afirma que ¡ahora sí empezó el cambio! Ni hablar de los gremios empresariales, que anunciaban el apocalipsis de la economía, el fin de la libertad de empresa y el colapso del mercado. Ahora, corren a conversar con Petro y ponderan su apertura al diálogo y sensatez por nombrar a José Antonio Ocampo como ministro de Hacienda. En fin, el antipetrismo del establecimiento se convirtió en petroestatismo, con la certeza de que todo cambie para que la vida continúe igual, como canta Serrat al terminar la Fiesta: “La zorra pobre al portal, la rica al rosal y el avaro a sus divisas”.
¡Y las verdades de las inocultables víctimas!
Pero en medio de toda esta impostura y celebración en torno a la victimizadora “democracia”, conocemos el informe final de la Comisión de la Verdad, que nos revela una realidad descarnada y brutal. Esa que la mayoría de los anteriores saltimbanquis de la politiquería, con Duque a la cabeza, son incapaces de reconocer, pues les cabe la mayor responsabilidad por haber instaurado un régimen político electofáctico y un Estado cacocrático, sustentado en la simbiosis letal de la política con el crimen. Por eso Duque no tuvo el valor de recibir públicamente el informe final de la Comisión de la Verdad y viajó a Portugal a insinuar cínicamente que esperaba que el mismo no estuviera plagado de “posverdades”. Pero también por ello el expresidente Uribe se apresuró a conversar patrióticamente con Petro e informar a los medios de comunicación que la reunión fue muy cordial, que las ofensas del pasado ya quedaron atrás y ahora no hay que pasar factura de nada y hay que construir, mucho menos cobrar cuentas (ver su respuesta en el minuto 18.52) pendientes. Así las cosas, Petro será un presidente funámbulo caminando sobre una tensa cuerda presidencial, haciendo equilibrios con el balancín a la derecha y a la izquierda, para garantizar la gobernabilidad que lo llevó a la casa de Nariño. Una gobernabilidad que, como lo anunció en su discurso de presidente electo, descansará sobre el trípode de la paz política, la justicia social y la justicia ambiental. Sin duda, el mayor desafío histórico que presidente alguno haya enfrentado, pues debe hacer reformas estructurales para alcanzar esas tres metas vitales siempre aplazadas y defraudadas que hoy demandan impacientemente millones de ciudadanos. Para ello tendrá que ir liberándose poco a poco del lastre del Statu Quo cacocrático que ahora lo rodea y respalda en forma casi unánime, pero también de los intereses mezquinos de gremios económicos indolentes que siempre han confundido la democracia con sus empresas, haciendas y ganancias ilimitadas. Sobre todo, Petro tendrá que cuidarse de no ir a transar gobernabilidad por impunidad, pues recogería la bandera de su lucha contra la parapolítica y en defensa de las víctimas. Si no logra semejante odisea política, el cambio anunciado quedará nuevamente petrificado y su ingobernabilidad será catastrófica. Entonces de nuevo viviríamos una hecatombe social donde la frustración y la irá popular estallaría contra el gobierno del Pacto Histórico y sus expectativas defraudadas. Sin duda, vivimos una transición política histórica, nada menos que el tránsito de la cacocracia a la democracia, que demanda de todos responsabilidad y sacrificios, sin los cuales nunca podremos vivir decentemente y sabroso, menos aún poner fin a las causas y factores generadores de más víctimas y victimarios, como lo son la exclusión social, el racismo, el clasismo y el machismo, que perpetúan esta nefasta división de Colombia en dos países siempre enemistados: el país político contra el país nacional. Pero ya es hora de que seamos un solo país, un país democrático, como nominalmente aparece en el artículo primero de la Constitución del 91 y que está muy lejos de ser realidad: “Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”. Para ello contamos con una hoja de ruta invaluable: el Informe Final de la Comisión de la Verdad y sus ocho recomendaciones para la no repetición y perpetuación de este régimen electofáctico, que es la negación violenta de toda auténtica democracia.