PETRO, ENTRE LÓPEZ PUMAREJO Y GAITÁN
“Se dirige a una conciencia del presente que hace estallar el continuum de la historia” Walter Benjamin
Hernando Llano Ángel.
Considerando los últimos acontecimientos políticos, tanto en el Congreso que congeló por ahora dos reformas cruciales del Pacto Histórico, la laboral y la ley de sometimiento a la justicia, así como las masivas marchas de la oposición contra Petro, cabe situar su gobierno y proyecto reformista entre dos figuras históricas del liberalismo: Alfonso López Pumarejo y Jorge Eliecer Gaitán Ayala. Del primero, ha logrado empezar a saldar una deuda histórica que arrastra esta sociedad semifeudal y hacendataria desde su alumbramiento, como es el reconocimiento constitucional del campesinado en tanto sujeto de derechos y la creación de la jurisdicción agraria para resolver judicialmente los litigios por la tierra y comenzar así a poner fin al despojo violento de sus terruños y el trato de siervos de la gleba al que todavía viven sometidos en vastas regiones del país, como bien lo ilustra “La caracterización sociodemográfica del campesinado colombiano” del Instituto de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali. Si dichas conquistas sociales no se quedan escritas como letra muerta en la Constitución, tal como ha sucedido hasta la fecha con el artículo 58 que consagra la función social y ecológica de la propiedad privada, entonces los campesinos empezarán a ejercer su ciudadanía plena: civil, social y política. Dejarán de sobrellevar ese insoportable y pesado fardo de deberes que cargan de generación tras generación y podrán ejercer plenamente sus derechos, como ciudadanos con igual dignidad y oportunidades en la vida a las que tienen quienes hoy protestan en las calles contra este tipo de reformas. Reformas que son propias de toda democracia liberal realmente existente y que nosotros aún no hemos sido capaces de forjar, porque la mayoría no la conoce y menos la disfruta, en parte por esa resistencia indolente y radical de quienes se proclaman “ciudadanos de bien” y han crecido con la convicción de que la democracia es solo la prosperidad de sus negocios, la seguridad jurídica de su propiedad y por lo tanto se agota en la tranquilidad y el goce exclusivo de sus privilegios personales, familiares y empresariales. Es decir, que la democracia es un asunto privado en función de mis intereses personales que promueven muy bien mis representantes políticos en el Congreso, pues para estos lo público debe estar siempre en función de intereses particulares y no en la “prevalencia del interés general”, como claramente lo manda la Constitución en su artículo 1. De allí la dificultad para aprobar una reforma laboral que restituya la decencia del salario que fue esquilmado a los trabajadores por el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez al despojarlos de una remuneración justa durante las jornadas nocturnas y los días de fiesta. Algo similar sucede con la inaplazable necesidad de una reforma a la salud, para que el presupuesto público no continúe siendo robado por delincuentes de cuello blanco como Carlos Palacino, que convirtió a SaludCoop en Villa Valeria, con campo de golf y desvió para su beneficio $398.106.053.537 millones entre 2000 y 2004, derrochados en lujo y costosos viajes al exterior con sus directivos y esposas.
La clarividencia política de López Pumarejo
Por eso tiene tanta pertinencia y actualidad este reconocimiento autocrítico del propio Alfonso López Pumarejo sobre su obra de gobierno:
“Si la obra quedó trunca, el edificio inconcluso y frustradas muchas esperanzas, la culpa fue de quienes no seguimos avanzando, y no de las masas, que, instintivamente nos reclamaban nuevas reformas y en ninguna circunstancia ni bajo ningún pretexto retiraron su adhesión a la obra que habíamos iniciado 16 años antes”.
Precisamente por lo anterior, Petro toma de Gaitán esa apelación al pueblo para que salga a las calles a respaldar sus reformas, escuchando la autocrítica de López Pumarejo. Son estas semejanzas históricas y hasta de liderazgo, que Petro comparte con ambos líderes liberales, lo que nos permite situar y comprender la coyuntura política actual. Estamos atravesando una coyuntura histórica de transición hacia una auténtica democracia por la vía de reformas estructurales y no a través de pactos de caballeros y coaliciones oligárquicas antidemocráticas como la del Frente Nacional. Ese pacto de caballeros que eliminó de tajo la dimensión pública y republicana del Estado, pues se lo repartieron en forma exclusiva, miti-miti, entre plutócratas liberales y conservadores por cerca de 16 años. Hasta el punto que cuando el general Rojas Pinilla con la ANAPO ganó las elecciones en 1970 le escamotearon el triunfo, como lo reconoció el mismo presidente Carlos Lleras Restrepo, para evitar supuestamente otro 9 de abril, por ese miedo atávico que ataca al establecimiento cuando el pueblo sale a las calles como protagonista de la democracia y hoy lo vuelven a propagar en defensa de esa “democracia” de caballeros. ¿Se repetirá de nuevo esa tragicomedia o estaremos en el umbral de una auténtica democracia, donde por fin prevalezca el Estado Social de derecho y la Constitución sea actuada en beneficio de todos y deje de ser una solemne coartada sobre la que se jura cada 4 años para el beneficio de pocos?
Petro, con el pueblo, en las urnas, al poder
Ironías de la historia, pues ese latrocinio electoral del 19 de abril de 1970 engendró el M-19 con su consiga “Con el pueblo, con las armas, al poder” y 52 años después se convirtió en: “Petro, con el pueblo en las urnas, al poder”. Solo que Petro sabe muy bien que el poder no se agota en la Presidencia de la República, como tampoco en el Congreso y menos en esa tramoya de intereses, corrupción y negociados que es el cacocrático Estado colombiano. Porque el poder político está disperso en toda la sociedad, tanto en la de los “patricios de bien” y los “plebeyos del mal”, como circula en mensajes por las redes sociales con vulgar maniqueísmo, prejuicios de clase y odios raciales. Hoy el poder se encuentra en medio de una disputa política abierta. Se expresa en las calles, unas veces en respaldo a las reformas del Pacto Histórico, como el 7 de junio, otras en contra, el pasado 20 de junio. Quizá ningún presidente caracterizó mejor esta sociedad profundamente fragmentada y dividida, insolidaria, sin casi noción alguna de lo público y por consiguiente carente de sentido de Nación y ComUnidad política, como lo hizo Belisario Betancur en su discurso de posesión presidencial en 1982:
“He andado una y otra vez por los caminos de mi patria y he visto ímpetus heroicos, pero también gentes mustias porque no hay en su horizonte solidaridad ni esperanza. Ya que para una parte de colombianos: “La turbamulta les es ajena pues procede de grupos que les son ajenos; la otra Colombia le es remota u hostil. ¿Cómo afirmar sin sarcasmo la pertenencia a algo de que están excluidos, en donde su voz resuena con intrusa cadencia? Y para los más poderosos o los más dichosos ¿a qué reivindicar algo tan entrañablemente unificador como es la patria, a partir de la discriminación y el desdén? Hay una relación perversa en la que los dos países se envenenan mutuamente, y esa dialéctica ahoga toda existencia nacional”.
Por la forma como han transcurrido las marchas y los trinos, tanto del presidente Petro como de la oposición, cada día estamos más lejos de “dejar de ser federación de rencores y archipiélago de egoísmos para ser hermandad de iguales, a fin de que no llegue a decirse de nosotros la terrible expresión del historiador, de haber llevado a nuestra gente a que prefiera la violencia a la injusticia”, concluía dramáticamente Belisario. Esa premonición se repitió durante su gobierno en forma trágica en el Palacio de Justicia, sin que él mismo fuera capaz de escapar a esa dialéctica mortal. Cada día en el campo y las calles de nuestras ciudades cobra más consistencia esa federación de odios y archipiélago de egoísmos, pero todo oculto bajo rimbombantes e hipócritas discursos en defensa de esta supuesta democracia. Una “democracia” que en la realidad no pasa de ser una mercadocracia al servicio de minorías y de una cacocracia que ha usufructuado un Estado copado por una densa red de complicidades, presente en todas las ramas del poder público y órganos de control, para depredar el presupuesto público y negar los intereses generales de los colombianos. Por eso, estamos en un momento de transición histórica crítica, cuyo desenlace puede ser el de las reformas democráticas estructurales y la paz política o la de una catástrofe social e histórica, más aguda y prolongada a la generada desde mediados del siglo pasado, agravada por las violencias sociales, las economías ilegales y numerosas organizaciones criminales sincréticas que mezclan letalmente la política con el narcotráfico y los delitos de lesa humanidad. Ese entramado criminal y legal, propio de un régimen electofáctico, es precisamente lo que busca desmantelar la llamada “Paz Total”, en medio de más desaciertos que logros hasta el presente.
Reformas democráticas o catástrofe social
Porque como bien lo expresó Gaitán, las reformas democráticas estructurales tienen “como objetivo máximo de la actividad del Estado el servicio al hombre colombiano. Cómo va su salud, cómo su educación, cómo su agricultura, cómo su comercio; cómo va su industria, sus transportes y su sanidad” pues “una nación no se salva con simple verbalismo, ni con jugadas habilidosas, ni con silencios calculados, sino con obras”. Seguramente por lo anterior, Petro emprenderá una gira nacional por las regiones con la consigna “el Gobierno con el pueblo”, según lo anunció el ministro del interior, Luis Fernando Velasco, en entrevista con Yamid Amat. Una gira que comenzará la próxima semana el presidente con su gabinete por la Guajira, no solo como una estrategia para recuperar su gobernabilidad y credibilidad afectada por los recientes escándalos de las chuzadas y el supuesto ingreso de 15 mil millones de pesos a su campaña presidencial, sino también para contrarrestar posibles resultados electorales adversos el próximo 29 de octubre en los departamentos y municipios del país. Más allá de esos resultados electorales, lo que está en juego es la viabilidad de esa transición hacia una democracia real, una democracia de ciudadanía con derechos, capaz de liberarse de la cacocracia política que ha gobernado impunemente hasta hoy en su propio beneficio y de unos pocos. Esa cacocracia que en forma oportunista y cínica ahora dice defender a las mayorías de colombianos condenados al trabajo informal y que supuestamente por eso está contra la reforma laboral porque ésta propende por un salario decente, con seguridad social y mayor estabilidad social, lo que en sus cálculos mezquinos redundaría en mayor informalidad y desempleo. Pero esos mismos conversos “demócratas” de hoy, ayer votaron contra esas mayorías trabajadoras conculcándoles derechos sociales fundamentales recortando la remuneración de sus horas nocturnas y jornadas festivas con el pretexto de generar mayor empleo. Sin embargo, sus resultados fueron todo lo contrario, aumentó la informalidad y la iniquidad. De no avanzarse en la realización y cumplimiento de esas reformas democráticas estructurales y sociales inaplazables, seguro que se cumplirá el siguiente juicio del expresidente López Pumarejo, al final de su vida:
“Me inclino a creer que la historia de Colombia podría interpretarse como un proceso contra sus clases dirigentes, las cuales se han sentido en todo tiempo dueñas de preparación y de capacidades superiores a las que han demostrado tener en el manejo de los negocios públicos; y pienso, además, que si se engañan sobre su propio valor, atribuyéndose virtudes que no poseen en el grado que ellas pretenden, su equivocación reviste trágicos caracteres cuando desconocen que muchos de los defectos que esas clases atribuyen al pueblo colombiano son producto del abandono implacable a que este ha vivido sometido”.
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