“El estudio más digno de la política no es el hombre sino las instituciones” John Plamenatz.
Toda la razón tiene Plamenatz, pues las instituciones perduran y los hombres desaparecen. Sin desconocer que las instituciones también son históricamente contingentes y susceptibles de desaparecer. Al fin y al cabo, son obras de hombres y mujeres comprometidos con su transformación, como nos acontece en la lucha inconclusa contra el racismo, el clasismo, el machismo y la impunidad, para solo mencionar las instituciones informales más resistentes y reaccionarias que aún subsisten en nuestra sociedad y perpetúan desigualdades inadmisibles y violencias injustificables. Justamente por lo anterior tiene sentido intentar comprender y descifrar esa especie de esfinge política que son nuestras instituciones y sus principales protagonistas, haciendo el paralelo entre líderes históricos que intentaron cambiarlas, como Alfonso Pumarejo y Jorge Eliécer Gaitán a mediados del siglo pasado y hoy lo hace denodadamente el presidente Gustavo Petro. Son protagonistas de una larga e infructuosa gesta reformista que continuaron con mediano éxito presidentes como Belisario Betancur, Virgilio Barco y César Gaviria al final del milenio pasado. Sus reformas modificaron el cascarón formal de las instituciones, pero no afectaron sustancialmente el almendrón de las desigualdades, las exclusiones y las violencias, instituciones informales auspiciadas por poderes de facto y líderes de extrema derecha e izquierda al parecer intocables e insustituibles. Contra ellas y esos feroces defensores del Statu Quo lucharon con coraje y coherencia otros líderes como Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Álvaro Gómez, que pagaron con sus vidas la osadía de desafiar sin temor esa simbiosis de la política con el crimen y la ilegalidad, quinta esencia de la esfinge del actual régimen político electofáctico (1). Un régimen que ha logrado simular con cinismo credenciales democráticas bajo el ritual de elecciones periódicas e ininterrumpidas desde 1957. Elecciones que nada tuvieron de competitivas durante los 16 años del Frente Nacional. Tanto que cuando en 1970 fue derrotado el sucesor institucional de esa fórmula espuria y antidemocrática del “miti-miti” estatal, el candidato conservador Misael Pastrana Borrero, el entonces presidente Carlos Lleras Restrepo (2) burló la voluntad popular que votó mayoritariamente por el general Gustavo Rojas Pinilla. ¡Cuánto desearía Maduro contar hoy con la habilidad de Lleras Restrepo y el respaldo que entonces recibió! Por eso no deja de ser una ironía casi incomprensible que hoy el presidente Petro, hijo legítimo del fraude que originó al M-19, le proponga a Maduro la fórmula del Frente Nacional para compartir el poder estatal con la oposición y superar así la actual crisis venezolana. Una crisis originada precisamente por el latrocinio electoral del que es responsable el mismo Maduro y su actual régimen cacocrático. Semejante argucia política jamás se le hubieran ocurrido a Jorge Eliecer Gaitán, pues con su bandera de la “Restauración Moral de la República” combatió implacablemente la corrupción de las oligarquías liberales y conservadoras, enquistadas en el País Político contra el País Nacional, como está hoy Maduro en Venezuela.
El “País Político” Vs el “País Nacional”
Esa distinción y antagonismo conserva todavía plena validez, tanto en Venezuela como en Colombia, pues el “País Político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder” se encuentra completamente divorciado del “País Nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendido por el país político. El País Político tiene rutas distintas a las del País Nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!… Para el país político la política es mecánica, es juego, es ganancia de elecciones, es saber a quién se nombra ministro y no qué va a hacer el ministro. Es plutocracia, contratos, burocracia, papeleo lento, tranquilo, usufructo de curules y el puesto público concebido como una granjería y no como un lugar de trabajo para contribuir a la grandeza nacional”. Por intentar superar tan tremendo drama Gaitán fue asesinado el 9 de abril de 1948. En su célebre “Oración por la Paz”, dos meses antes de su magnicidio, le había exigido e implorado al presidente conservador Mariano Ospina Pérez, “una pequeña y grande cosa: que las luchas políticas se desarrollen por los cauces de la constitucionalidad”, la clave de la democraciaque todavía no hemos podido descifrar y encontrar,pues el País Político optó por la violencia y el asesinato de quien pretendía resolver semejante drama. Un drama convertido desde entonces en tragedia histórica ya que dicha contradicción existencial entre los dos países no ha sido superada y es uno de los rasgos identitarios de la esfinge política nacional. De alguna forma, guardando las diferencias del contexto político y la impronta insuperable del liderazgo de Gaitán, Petro retoma en su discurso de posesión presidencial el mismo desafío institucional, al decir: “Y finalmente, uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia. Tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida”.
Petro, rehén del “País Político”
Sin embargo, los compromisos adquiridos por Petro durante su campaña electoral en la costa caribe y otras regiones del país con personajes tan representativos del País Político como Armando Benedetti y Roy Barreras –para solo nombrar dos de los más destacados— han afectado gravemente su independencia política y ética para avanzar por la senda de “una Colombia fuerte, justa y unida”. Ni hablar del lastre que hoy carga por el escándalo de la Unidad Nacional para la Gestión de Riesgos de Desastres (UNGRD), convertida en una Unidad de Gestión de Robos Desastrosos, que involucra presuntamente desde los ministros de Hacienda y del Interior hasta los expresidentes del Senado y la Cámara de Representantes. Prácticas corruptas que Gaitán fustigaba con su verbo restaurador de la ética pública y su llamado a la “revolución de las costumbres políticas”.Entonces denunciaba como esa “pequeña minoría oligárquica” que “no por el trabajo, sino por las influencias, no por la lucha, sino por la especulación, no por la ardentía en las virtudes, sino al contrario, por la pequeñez sinuosa en los procedimientos, les corresponden ganancias fabulosas y acumuladas, mientras a la gran masa solo le corresponde sufrir la carestía de la vida y de la especulación”, maniobras propias de “la oligarquía conjunta llamada liberal o conservadora, que hace su agosto sobre la miseria y la desgracia de un gran pueblo abandonado”. Dichasprácticas son totalmente inadmisibles en un gobierno de izquierda, que pregona el cambio y cuya enseña diferenciadora de la derecha debería ser precisamente la prevalencia de la ética pública sobre los intereses particulares. Pero tales instituciones informales, propias de la práctica política y la codicia privada, persisten desde entonces porque en la mentalidad de los políticos profesionales, de los ciudadanos que los eligen y sus cómplices privados, la dimensión de lo público no existe y hacen del Estado y el presupuesto nacional un botín para enriquecerse la mayoría de las veces impunemente. Convierten lo público en su empresa particular y el Estado en un mercado para otorgar contratos y concesiones a los financiadores de sus campañas electorales, como en el caso de ODEBRECHT. Los ejemplos más escandalosos, que ahora olvida la oposición maniqueísta del Centro Democrático, son Agro Ingreso Seguro y Reficar, cuyo desfalco “generó pérdidas por corrupción por más de $8.000 millones de dólares, convirtiéndolo en un escándalo de corrupción peor que otros como el Carrusel de la contratación y Agro Ingreso Seguro. El detrimento patrimonial equivalente fue de un 5% del presupuesto nacional del país en 2016, que se terminaría de pagar en el año 2046, según datos de la entidad fiscalizadora” (3). En contraste, Gaitán siempre reivindicó la dimensión social y pública del Estado y propuso su “intervención en la economía a través de un Consejo Económico Nacional, representativo de todas las fuerzas de producción con énfasis en las pequeñas industrias para incrementar la producción industrial, agrícola y ganadera”. Es similar la propuesta del presidente Petro en el punto noveno de su decálogo gubernamental: “Desarrollaré la industria nacional, la economía popular y el campo colombiano. Priorizaremos a la mujer campesina, a la mujer de la economía popular, indudablemente; al microempresario y al pequeño y mediano empresario de Colombia. Pero nuestra invitación es a producir, es a trabajar, es a ser conscientes de que solo seremos una sociedad rica si trabajamos. Y que el trabajo, cada vez más, en el siglo XXI, es una propiedad del conocimiento, del cerebro, de la inteligencia humana. Vamos a acompañar y a apoyar a todo aquel que se esfuerce por Colombia. El campesino, la campesina, que se levanta al alba. El artesano, la artesana, que mantiene viva nuestra cultura. El empresario, la empresaria, que crea trabajo. El trabajador y la trabajadora cultural que construye la sensibilidad humana. La ciencia, la cultura y el conocimiento es el combustible del siglo XXI. Vamos a desarrollar la sociedad del conocimiento y la tecnología”. Pero todo parece indicar que del dicho al hecho hay un trecho insalvable, no solo por la cerril oposición de los gremios y sus testaferros en el Congreso a las reformas del gobierno con profundo contenido social, sino también por su incapacidad para una gestión eficiente y transformadora, no lastrada y desprestigiada por la incompetencia de numerosos funcionarios y la codicia ilimitada de corruptos como Olmedo López y Sneider Pinilla en la UNGRD (4). Le quedan al “gobierno del cambio” y “Colombia, potencia mundial de la vida”, dos años para enmendar la plana y mejorar su capacidad de gestión, pero también para sacar y arrojar de la nave del Estado a los piratas que amenazan con hacerla encallar en el mar de sargazos de la corrupción y la cacocracia (5). Si no lo hace, entonces una derecha recalcitrante cobrara implacablemente en el 2026 por la ventanilla de las elecciones su revancha ante la inmensa frustración popular que votó por el cambio. Una oposición cínica que hoy posa de incorruptible y demócrata integral, incapaz de reconocer sus responsabilidades históricas en la descomposición del Estado y la existencia de 9.758.045 víctimas registradas formalmente en la Unidad Nacional de Víctimas (6) de las cuales son sujeto de atención de reparación 7.661.300, números similares y hasta superiores a la población desplazada por la dictadura de Maduro. Por su parte, el presidente Petro debería atender con urgencia este consejo de Gaitán y contener su adicción enfermiza a la cuenta X:
“Pero una nación no se salva con simple verbalismo, con jugadas habilidosas, ni con silencios calculados, sino con obras, con realidades, con el otro aspecto de nuestro criterio, que es el de tener como objetivo máximo de la actividad del Estado al hombre colombiano, cómo va su salud, cómo su educación, cómo su agricultura, cómo su comercio, cómo van su industria, sus transportes y su sanidad” (7).
(1)https://www.academia.edu/120489371/Aproximaciones_al_r%C3%A9gimen_Electof%C3%A1ctico
(2)https://www.elespectador.com/colombia/mas-regiones/la-noche-en-que-lleras-restrepo-reconocio-el-triunfo-de-rojas-pinilla-parte-ii-article-417288/
(3)https://es.wikipedia.org/wiki/Esc%C3%A1ndalo_de_Reficar_de_2016
(4)https://www.elcolombiano.com/colombia/ungrd-escandalo-de-corrupcion-quienes-estan-involucrados-DA24423880
(5) https://www.fundeu.es/consulta/cacocracia/
(6) https://www.unidadvictimas.gov.co/
(7) Villaveces, Jorge. “Los mejores discursos de Gaitán”, editorial Jorvi, Bogotá, 1958.