Calicanto

Publicado el Hernando Llano Ángel

PERÚ, MÁS ALLÁ DE LA DEMOCRACIA LIBERAL

PERÚ, MÁS ALLÁ DE LA DEMOCRACIA LIBERAL

Hernando Llano Ángel.

Un consenso universal recorre el mundo político, la crisis terminal y global de la democracia liberal. Crisis especialmente grave en Latinoamérica, en donde asistimos a procesos de transición política que se debaten entre su reinvención en clave ciudadana, intercultural, telúrica y ecológica o su colapso  populista, racista y autoritario. Lo acabamos de ver con el triunfo en las urnas de Lula en Brasil y el intento esperpéntico de destituirlo, emulando los fanáticos de Bolsonaro la escena Hollywoodense de Trump y sus seguidores en Washington. Tal es el mayor desafío que enfrentan hoy los presidentes de Chile, Brasil y Colombia y sus gobiernos progresistas de izquierda, cuya agenda es esencialmente reformista y de corte socialdemócrata. Una agenda que pone énfasis en la inaplazable justicia social, el reconocimiento pleno de los derechos  humanos a las comunidades indígenas, la población negra, las mujeres, la pluralidad identitaria cultural y sexual, junto a la protección del planeta y la urgente transición ecológica de la economía capitalista. En síntesis, una democracia social, intercultural, ciudadana y telúrica.  Sus tres líderes: Gabriel Boric, Lula da Silva y Gustavo Petro, con sus diferencias de edades, estilos de liderazgo y proyectos políticos, comparten una visión de la democracia que va más allá de la liberal, sin renegar y mucho menos desconocer sus dos pilares fundamentales: la propiedad privada y el Estado de derecho. Pero también los tres son plenamente conscientes que la democracia liberal ha sido en sus respectivos países una democracia simulada, apéndice del mercado y para mercaderes, profundamente racista, clasista, cultural y socialmente excluyente, por lo cual en su matriz de gobernabilidad ha predominado  la violencia autoritaria y no el poder ciudadano. No ha sido una democracia socialmente incluyente, mucho menos receptiva y respetuosa de la pluralidad cultural y étnica de nuestros pueblos originarios, capaz de integrar intereses y reconocer derechos más allá de las lógicas mercantilistas de la ganancia y la seguridad jurídica de minorías privilegiadas. Su verdadera identidad y nombre es mercadocracia y su apellido cacocracia. Obviamente, la principal consecuencia de lo anterior es  una profunda crisis de representación política y su correlato de precaria legitimidad estatal en la mayoría de nuestros países. Perú encarna hoy dramáticamente esa situación. Asistimos a la escenificación pública de una democracia plebeya que asciende desde el profundo sur peruano hacia Lima, capital política y económica, buscando liberarse de la dominación de esa caricatura cacocrática de la democracia liberal, usurpada por una red de intereses clientelistas y empresariales, agenciada por políticos profesionales que han convertido el Estado en un botín que se disputan avariciosamente. No por casualidad en los últimos seis años Perú ha tenido seis presidentes: Ollanta Humala, Pedro Pablo Kucynzski, Martín Vizcarra,  Manuel Merino, Pedro Castillo y ahora Dina Boluarte, sin olvidar el suicicido de Alán Garcia, quien pretendió redimir ese Perú profundo, plebeyo e intercultural que está en las calles. Ese es el trasfondo de la actual crisis peruana. De allí que las demandas de esa ciudadanía pluricultural y telúrica, de alguna forma representada por Pedro Castillo, sean precisamente la renuncia de la actual presidenta Dina Boluarte, la disolución del Congreso, la pronta convocatoria a elecciones y la integración de una Asamblea Nacional Constituyente. Propuestas que, obviamente, el establecimiento representado por Dina Boluarte considera inadmisibles, pues ellos viven en el ensueño de considerarse auténticos representantes del pueblo y depositarios de plena legitimidad política. Un ensueño que cada día se convierte en una pesadilla más sangrienta,  para conservar sus cargos y prebendas se tienen que parapetar, literalmente esconderse tras las bayonetas y las armas de la Fuerza Pública.  En la realidad, como lo vemos en todos los noticieros y periódicos, quienes perpetran un golpe de Estado en Perú son ellos, los políticos profesionales de siempre, presididos por Boluarte, pues su principal y casi único recurso de gobernabilidad es la fuerza, la violencia, la represión y el asesinato de civiles inermes. Tremenda paradoja, encarcelan a Pedro Castillo bajo el cargo de promover un autogolpe de Estado, pero son sus carceleros quienes lo están ejecutando. Cada día arrecia más la violencia y aumenta el número de civiles asesinados, cuya cifra es incierta, pero las noticias reportan al menos 54 víctimas mortales. Hoy, en Perú, el pueblo está en las calles y las plazas públicas, es decir, el poder ciudadano y democrático está siendo hostigado, reprimido y masacrado por una autocracia que está usurpando el Estado y se vale de la Fuerza Pública para permanecer violentamente en las instituciones de representación del pueblo, como el Congreso y la Presidencia. Por eso, la única salida política es, efectivamente, reconstruir las instituciones que canalizan la savia de la democracia, la voz y decisiones de sus ciudadanos, lo que solo puede hacerse convocando lo más pronto posible elecciones con plenas garantías de legalidad, competencia plural y paz política, para conformar un nuevo gobierno con la suficiente legitimidad popular que le permita convocar una Asamblea Constituyente. Una Asamblea que, a su vez, debe reconstruir la legitimidad democrática en el Perú, incluyendo a esas mayorías que hoy están en las calles de Lima y reclaman una democracia ciudadana, intercultural , telúrica y ecológica, que sustituya esa cacocracia blanca de mercaderes y mercenarios que se autodenomina democracia.

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