OBJECIONES A LA POLÍTICA DEL AMOR
“Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno en la tierra ha sido precisamente el intento del hombre de convertirlo en su cielo” Hölderlin.
Hernando Llano Ángel
Pretender que la política sea una expresión del amor puede conducirnos a equívocos tan lamentables como sostener lo contrario, siguiendo al jurista alemán Carl Schmitt, cuando afirma que la esencia de lo político es la tensión inextinguible entre un bando de amigos existencialmente enfrentado a otro bando de enemigos por vencer y de ser necesario eliminar. Allí se agota la política para las ideologías totalitarias y autoritarias sean de extrema derecha o izquierda. Pero la política no es el paraíso del amor, como tampoco el infierno de la guerra. Ya lo cantaba John Lennon en Imagen: “Imagina que no existe el paraíso. Es fácil si lo intentas. Ningún infierno bajo nosotros. Encima de nosotros solo el cielo…Nada por lo que matar o morir”. La política no es solo la Arcadia de la concordia y el éxtasis de los amantes fundidos en un abrazo, mucho menos el fiero combate de quienes se enfrentan a muerte en un campo de batalla, como en la guerra. No es la búsqueda de la felicidad mutua, propia de los amantes, menos aun la eliminación del contrario para afirmarse como indiscutible y feliz vencedor. La política no trata del amor y la búsqueda de la felicidad porque ella no discurre en el ámbito de las relaciones íntimas, subjetivas y emocionales, donde perseguimos y esperamos la satisfacción de nuestros sueños y deseos más personales, como sucede en el amor. Más bien se trata de todo lo contrario. La política se desenvuelve en el universo conflictivo y complejo de los intereses colectivos y lo público, donde no podemos aspirar, demandar y mucho menos alcanzar la realización de nuestros sueños personales sin importarnos las consecuencias que ello acarrea para la vida y los sueños de los demás. Tal es el riesgo constante que corren las utopías de convertirse en distopías, puesto que el costo de realizar nuestro sueño personal, familiar, empresarial, partidista, de clase o etnia puede terminar siendo una pesadilla social. Especialmente cuando nos empecinamos en que los demás sean felices a nuestra manera. Entonces estamos a un paso de convertirnos en fanáticos que despreciamos a los que no desean, piensan y actúan como nosotros. Así lo advierte con lucidez Amos Oz en su ensayo “Contra el fanatismo”. Puesto que solo nosotros y nuestro partido saben qué es lo mejor, lo más justo y lo correcto para vivir en paz y ser todos felices, corremos el riesgo de condenar a la infelicidad y la frustración, con nuestra mejor buena conciencia e intención, a los que sienten, piensan, actúan y son distintos a nosotros. ¡Como los demás están equivocados hay que enseñarles, incluso obligarles, a ser felices! Por lo anterior, en lugar de pregonar la política del amor, quizá sea más sensato y modesto conformarnos con la política del reconocimiento de la pluralidad, la inextinguible conflictividad social y la igual dignidad de todos los seres humanos, promoviendo una sociedad que nos permita desarrollar en libertad nuestras potencialidades. Y lo primero que se precisa para ello es que todos dispongamos de un mínimo de posibilidades vitales para ser humanos y actuar libremente, más allá de la sumisión a la implacable necesidad, contando con adecuada alimentación, salud, educación, techo y seguridad social, gracias a un trabajo justamente remunerado y no solo a la incertidumbre del rebusque o el peligro de ser expulsado y condenado al limbo de la ilegalidad, la violencia y el crimen, como recurso extremo para sobrevivir. Por todo lo anterior, simpatizo más con la expresión de la vicepresidenta Francia Márquez: “Trabajar para vivir sabroso” que, con la maximalista del presidente electo, Gustavo Petro: “La política del amor”. La primera es condición necesaria para la segunda, pues en medio del desempleo, la informalidad y la exclusión social no es posible “la política del amor” sino más bien la política de la hostilidad, la violencia y la revancha social, como lo vivimos y padecimos durante el paro nacional del año pasado. Quizá la llamada “política del amor” del presidente electo tenga relación con lo expresado por Martin Luther King en un discurso pronunciado en Londres en 1964 cuando dijo que: “El amor es la buena voluntad comprensiva, creativa, redentora hacia todos los hombres. Los teólogos hablan de este tipo de amor con la palabra griega “ágape”, que es una especie de amor rebosante que no busca nada a cambio. Y cuando lo desarrollamos, nos eleva a la capacidad de amar a la persona que realiza malas acciones, aunque odiemos las acciones que la persona realiza. Y yo creo que esto es posible… No estoy hablando de un amor débil. Esto no tiene que ver con tonterías emocionales. No estoy hablando de un atributo sentimental. No estoy hablando de una actitud cariñosa. Sería absurdo que instara a la gente oprimida a amar a sus violentos opresores en un sentido afectivo. Nunca he aconsejado eso. Cuando Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos”, me alegra que no dijera: “Sentid agrado por vuestros enemigos”. Seguramente ese es el tipo de amor al que se refiere Petro cuando invita al expresidente Álvaro Uribe para hablar sobre las posibilidades de un Acuerdo Nacional, que no significa armonía y mucho menos consenso, sino más bien un “acuerdo para estar en desacuerdo”, condenando y excluyendo la violencia y la guerra como método recurrente para resolver las diferencias y los conflictos sociales, que es justamente la esencia de la Constitución del 91 pendiente de hacer realidad. Es decir, cumplir plenamente el “Acuerdo de Paz”, dejando atrás el saboteo de la extrema derecha a los temas cruciales que intentaron hacer añicos durante este “perfecto” ducado que afortunadamente culmina: la reforma agraria, la sustitución de cultivos de uso ilícito, la JEP con la justicia restaurativa, la Comisión de la Verdad con su informe final del próximo 28 de junio y la protección plena de la vida a todos los miembros de las Farc-Ep reincorporados, los opositores y líderes sociales, cuya escalofriante cifra de asesinados ya pasa de 900. En realidad, “Trabajar para vivir sabroso” y “La política del Amor” no son consignas excluyentes, siempre y cuando la pareja de mandatarios sea coherente y se esfuerce primero en generar las condiciones económicas y sociales que permitan a millones de colombianos trabajar decentemente y crear riqueza para todos y no unos pocos privilegiados. Ese podría ser el fundamento de un Acuerdo Nacional para vivir sabroso colectivamente y amar felizmente en la intimidad, cualquiera que ella sea la forma elegida por los amantes, pues ningún Estado democrático puede dictar normas sobre la felicidad personal. Lo que sí debe hacer un Estado democrático es derogar todas aquellas normas que generan injusticia e infelicidad colectiva porque favorecen y protegen a minorías indolentes, acostumbradas a vivir sabroso por siglos y generaciones a costa del trabajo de los demás. Ya va siendo hora de que todos aprendamos a vivir sabroso convirtiendo en costumbre el trabajo formal y bien remunerado, la solidaridad, la justicia y la dignidad.