EL MIEDO A LA DEMOCRACIA

Hernando Llano Ángel.

Es tan pobre y limitada nuestra idea y práctica de la democracia que ella misma se convierte en objeto de polarización cuando se pretende expresarla y vivirla en las calles y el espacio público. Es lo que está sucediendo con la convocatoria de las marchas contra el gobierno de Petro, programadas para el próximo 14 de febrero, y el llamado del Presidente a la ciudadanía a respaldar ese mismo día sus iniciativas legislativas. Semejante tensión y polémica tiene como trasfondo una visión profundamente maniquea y equivocada de la democracia, que la sitúa en una arena de combate entre supuestos amigos y enemigos de la misma. De allí la tensión y el peligro para ambas partes de encontrarse en las calles cara a cara. Ello, probablemente, conduciría a un enfrentamiento violento, pues ya las redes sociales han incitado profusamente a los dos bandos a batirse en las calles. Los estereotipos, prejuicios y odios mutuos son incontenibles e irrebatibles, ellos no dejan lugar a los argumentos, solo a las emociones y pasiones que reafirman identidades fanáticas en cada bando. Los congresistas opositores que convocan la manifestación contra Petro lo consideran un enemigo implacable de la democracia liberal representativa, a la cual supuestamente pretende subvertir, destruir y sustituir por una democracia plebiscitaria para gobernar carismáticamente y en forma caudillista. A la manera del “Estado de opinión, parte 2”, según editorial de este diario. ¡Cómo si la democracia se agotara en las urnas y en sus instituciones representativas! Olvidan el artículo 2 de la Constitución que señala como fin esencial del Estado: “facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural de la Nación”. Afirman que la convocatoria del Presidente a sus seguidores presagia y anuncia el camino recorrido por Hugo Chávez y profundizado por Nicolás Maduro. Que inevitablemente vamos a la hecatombe de Venezuela. De otra parte, Petro estima que no obstante contar con las mayorías en el Congreso, solo el apoyo popular a sus reformas garantizará que se puedan realizar. De tal suerte que la democracia deja de ser el ámbito por excelencia para el debate, la deliberación y la persuasión y se va convirtiendo en un terreno cenagoso donde lo que importa es vencer y no convencer. Un terreno donde lo primero que desaparece es el reconocimiento del otro como un adversario y su conversión en un peligroso enemigo que no merece la menor credibilidad y confianza. Un enemigo cuyas iniciativas gubernamentales están viciadas y descalificadas de antemano, pues su única finalidad es destruir la democracia para supuestamente implantar el socialismo; dejar a Colombia sin reservas de gas y petróleo; expropiar a los empresarios y acabar con la propiedad privada; legalizar la cocaína e instaurar un narcoestado mediante la estrategia de la “paz total” para así garantizar la impunidad completa a los más implacables criminales de lesa humanidad, codiciosos e insaciables narcoterroristas, camuflados tras banderas políticas. Tal son, sin exageraciones, el contenido de innumerables memes y mensajes que circulan profusamente por las redes sociales. Todo lo anterior es un revival casi semejante a la exitosa campaña desatada por el Centro Democrático contra el Acuerdo de Paz en el 2016, que logró que millones de colombianos salieran a “votar verracos por el NO”, manipulando sus miedos, prejuicios y odios. Dicha campaña auguraba un inminente gobierno de las Farc, la pérdida de las pensiones para subvencionar guerrilleros, la perversión de niños y jóvenes con la ideología de género, en fin, la llamada hecatombe nacional y la venezonalización irreversible de Colombia si  se refrendaba el acuerdo. Han pasado 6 años de aplicarse parcialmente el Acuerdo y nada de eso sucedió.  Fue una campaña tan exitosa como mentirosa, que incluso reconoció en tono exultante su director, Juan Carlos Vélez Uribe, por lo cual mereció hasta un regaño del expresidente Álvaro Uribe Vélez por su manejo imprudente de las comunicaciones. Es el uso estratégico y deliberado de la mentira para infundir miedo y precipitar a una sociedad al abismo de la desconfianza, la ingobernabilidad de la polarización y el fracaso total de un gobierno reformista, si acaso socialdemócrata.  Así promueve la oposición su profecía autocumplida de la hecatombe nacional. De allí que el mayor desafío que enfrenta el gobierno del Pacto Histórico sea confrontar todo lo anterior con la verdad, con información verificable y argumentos razonables, sin dejarse arrastrar por la tentación de jugar con las mismas cartas de sus opositores y saboteadores profesionales. Logró hacerlo con la aprobación de la reforma tributaria, pero debe refrendarlo con eficientes políticas sociales que promuevan una ciudadanía con mayores oportunidades para el ejercicio autónomo de sus derechos a la educación, la salud, la propiedad y la prosperidad, sin pretender atraparla en las redes precarias del asistencialismo. Para ello debe esforzarse en corregir su deficiente información y pedagogía pública sobre reformas tan cruciales y vitales como la transición energética, la salud, el régimen laboral y pensional, la paz total, sobre las cuales hay más sombras que claridades. Petro debe superar el uso frenético del Twitter y estimular la presentación y deliberación pública de las reformas, no solo en el Congreso, sino en espacios académicos, profesionales y sociales, con la intervención de expertos y de todas las partes interesadas y afectadas. El mayor reto en la actualidad es no caer en el abismo de una democracia adversarial y de revancha, solo interesada en vencer a la oposición o provocar el colapso del gobierno. Si queremos vivir algún día en democracia debemos transitar por la búsqueda de acuerdos nacionales donde el sentido de lo público y el bienestar general prevalezcan sobre los intereses y las obsesiones de las partes. Para hacerlo hay que derrotar el miedo a la democracia y despojarnos de tantos prejuicios, privilegios y fundamentalismos ideológicos, desde la derecha, el centro y la izquierda. Dejar atrás la democracia como un juego de suma cero, donde siempre ganan las minorías del país político[6] y pierden las mayorías del país nacional, para entre todos, como ciudadanos responsables y deliberantes, antes que beligerantes, forjar una democracia de suma positiva que garantice la convivencia como resultado de la justicia social y la paz política. Convendría al Pacto Histórico tener siempre presente el sabio consejo del jurista suizo Johann Caspar Bluntschli: “La política debe ser realista; la política debe ser idealista: Dos principios que son ciertos cuando se complementan y falsos cuando se mantienen separados”, especialmente en la política de transición energética. Pero también, en la conducción del Estado, atender la lúcida advertencia del poeta romántico Friedrich Hölderlin: “Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno en la tierra ha sido precisamente el intento del hombre de convertirlo en su cielo”. Tal podría ser el mayor peligro de la “Paz Total”, más próxima al reino celestial que al conflictivo mundo terrenal, donde deberíamos esforzarnos por alcanzar una “Paz Grande”, como la propuesta en el Informe Final de la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la convivencia y la no repetición, para salir de este infierno en que vivimos, donde cada día continúan siendo asesinados más líderes sociales y desplazadas o confinadas numerosas comunidades rurales, salvo los avances significativos para la convivencia pacífica en Buenaventura.

[6] “En Colombia hay dos países: el país político, que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene rutas distintas a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!” Jorge Eliécer Gaitán, abril 20 de 1946. Teatro Municipal, Bogotá.

 

 

 

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