Calicanto

Publicado el Hernando Llano Ángel

Más allá de la mitomanía electoral

MÁS ALLÁ DE LA MITOMANÍA ELECTORAL

Que la ignorancia no te niegue, que no trafique el mercader con lo que un pueblo quiere ser”  (Mil años hace..) Joan Manuel Serrat.

Hernando Llano Ángel

Ahora que conocemos los resultados electorales del pasado domingo 13 de marzo, más allá del jolgorio de los ganadores y los lamentos de los perdedores, es bueno recordar algunas verdades y no acrecentar la mitomanía electoral. No sumarse al coro de las mentiras oficiales que celebran la normalidad de los comicios y el triunfo exultante de la “democracia más estable y profunda de Sudamérica”.  Recordar, por ejemplo, que día de por medio es asesinado un líder social en nuestro país y que durante estos comicios no se pudieron contar los votos de 19 candidatos porque ellos fueron asesinados en regiones periféricas y rurales. Que la elección de 16 curules de las Circunscripciónes Transitoria de Paz para las víctimas terminó cooptada por la politiquería y en la número 12 se eligió a Jorge Tovar, el hijo del paramilitar más sanguinario y temido del caribe, Jorge 40, Rodrigo Tovar Pupo. Pero eso no importó a ninguno de los candidatos ganadores. Ni siquiera a Petro cuya consiga central de campaña es convertir a “Colombia en potencia mundial de la Vida”.  Conviene, entonces, empezar por recordar que los comicios son solo un medio para definir “quién o quiénes se quedan con qué, cómo y cuándo” de los bienes, servicios y valores más apreciados en una sociedad, parafraseando la definición de política de Harold Lasswell.  En efecto, serán los congresistas electos los que decidirán a quiénes beneficiarán con sus leyes, por ejemplo, tributarias, de salud, educación, vivienda, producción, medio ambiente; con esas leyes decidirán, en nuestro nombre, cómo viviremos y moriremos en nuestra sociedad. También definirán los valores que predominarán, si ellos serán los de la equidad y la justicia social o, por el contrario, los de la concentración de la riqueza y la codicia. Cuáles sectores de la economía serán privilegiados y protegidos. Si continuará reinando la avaricia y el agiotismo insaciable de los banqueros o, por el contrario, el estímulo al trabajo y la redistribución justa del ingreso. En fin, ellos nos definirán desde “el aire que respiramos, el agua que bebemos y los lugares por donde transitamos”. Por eso nadie pueda ser apolítico, al menos mientras viva y, lamentablemente muchos mueren siendo analfabetos políticos, pues creen que la política no los afecta. Olvidan que son los políticos los que deciden, en últimas, quienes viven o mueren. Si hay guerra o paz, si tenemos justicia o impunidad, si gobierna el crimen o la legalidad, las mentiras o las verdades, el miedo o la confianza. Si dejamos de ser ese archipiélago de intereses, prejuicios y odios que reina en los partidos y empezamos a ser una comunidad política nacional donde nos reconozcamos como ciudadanos y ciudadanas en pie de igualdad y derechos. Para empezar, por fin, a superar esta “federación de odios” formada por “doctores, ciudadanos de bien, señoras decentes y patrones” enfrentada secularmente a “indios, negros, maricas, zarrapastrosos”, que supuestamente se van a tomar a Colombia y acabaran con esta ejemplar y letal “democracia”.

Perdió la democracia y ganó el abstencionismo

Asuntos nada insignificantes que olvidan los abstencionistas indolentes, pues con su indiferencia dejan que sean las minorías participativas y las electas, es decir los congresistas, quienes decidan por todos nosotros la forma en que vivimos y morimos. Y, de nuevo, en estas elecciones esa mayoría de abstencionistas ganó y perdió una valiosa oportunidad para expresarse. Según la Registraduría Nacional del Estado Civil, la participación electoral nacional fue del 45.87% en la conformación del Senado, predominando la abstención con cerca del 55%. En términos cuantitativos, votamos 18.034.781 ciudadanos y dejaron de hacerlo 20.785.120, pues el total de habilitados para votar en el censo electoral es de 38.819.901 mujeres y hombres. Lo que implica que el Senado no es representativo de las mayorías y esto se convierte en un lastre muy pesado para gobernar democráticamente. Significa, por ejemplo, que el senador más votado, Miguel Uribe Turbay con 223.167 votos apenas representa al 0.57% de los ciudadanos habilitados para votar. ¡Ni siquiera el 1%! Obviamente sus decisiones en el Congreso estarán en función de representar esa ínfima minoría. Luego difícilmente se puede esperar que legisle como lo manda el artículo 133 de la Constitución: “consultando la justicia y el bien común”, lo hará pensando más en sus reducidos y “numerosos” electores, a quienes se debe y de quienes depende para esa fulgurante carrera política que le auguran sus apellidos Uribe Turbay. Nieto y a la vez consentido político de los dos presidentes más autócratas que hayamos tenido, con sus banderas salpicadas de sangre y oprobio: la “seguridad democrática” y “el estatuto de seguridad”. Es por todo lo anterior que las elecciones fácilmente se convierten en una monumental mitomanía democrática, una fábrica de mentiras. Ellas, por si solas, no son garantía de democracia, ni siquiera procedimental y menos sustantiva, pues así se realicen ininterrumpidamente desde 1957 hasta el 2022 están muy lejos de configurar ese régimen de la “justicia y el bien común” proclamado en la Constitución. Para avanzar por esa senda, precisamos ser primero ciudadanos capaces de deliberar y participar políticamente en la materialización cotidiana del Preámbulo constitucional y sus valores inspiradores: “la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz”. Dejar de ser electores cuya preocupación por lo público se agota en las urnas y no va más allá de los limitados intereses personales, familiares y empresariales. De la seguridad, la tranquilidad y la prosperidad que disfrutan minorías y que luego deriva en estallidos sociales donde predomina la inseguridad, la intranquilidad y la ruina de todos. Dejar de ser votantes manipulados por el miedo, la desconfianza y el maniqueísmo que nos divide irracionalmente entre “buenos y malos ciudadanos”.  Tal es el mayor desafío que tenemos para el 29 de mayo y eventualmente el 19 de junio.

¿Cómo, con quiénes y para quiénes van a gobernar?

De allí la exigencia a los candidatos y candidatas presidenciales para que nos presenten claramente sus propuestas y la forma de materializarlas, en fin, que nos cuenten a quién beneficia la democracia que promoverán, el CUI BONO de su gobierno, y cómo pretenden hacerlo.  Si beneficiará a pocos o a la mayoría. Pero, sobre todo con quiénes pretenden hacerlo. Porque difícilmente se podrán materializar intereses generales con quienes han convertido la política en la promoción y defensa de sus intereses personales, familiares y empresariales. Con quienes han reducido el Estado a un botín para sus incompetentes copartidarios, como este gobierno del Duque perfeccionista y lo público en la garantía de una prosperidad interminable para unos pocos, los mismos de siempre. No olvidar Agro Ingreso Seguro y Unión Temporal Centros Poblados. En fin, no hay que dejar de repetirlo hasta la saciedad, siempre han gobernado con y en función de quienes hacen parte del PAIS POLÍTICO y viven a costa del trabajo, el mérito y la depredación del PAIS NACIONAL y sus riquezas.  Pero los recientes resultados electorales anuncian que se les está terminando ese reinado. Que el PAIS NACIONAL empieza a despertar, a verse reflejado y representado en lideresas como Francia Márquez y en plebeyos como Carlos Amaya, que lamentablemente no ganaron en sus respectivas consultas interpartidistas, pero representan la democracia que merecemos: pacífica, civilista, sensible, femenina, plebeya, pluralista, telúrica y ecológica, tan diferente al clasismo narcisista, egocéntrico, prepotente, tecnocrático y machista de quienes ganaron las consultas y aspiran a gobernarnos.

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