Calicanto

Publicado el Hernando Llano Ángel

EL MALENTENDIDO NACIONAL Y LA NACIÓN MALENTENDIDA

EL MALENTENDIDO NACIONAL Y LA NACIÓN MALENTENDIDA

Hernando Llano Ángel.

Érase una vez un país en el que sus habitantes, desde su nacimiento, no lograban entenderse. No obstante hablar el mismo idioma, los malentendidos eran cada vez más numerosos y mortíferos. Al parecer, el origen de tan absurda incomprensión se remontaba al surgimiento mismo de la Nación. Entonces, una radical división entre dos bandos, Centralistas y Federalistas frustró su nacimiento y consolidación. Fue un aborto provocado por las ambiciones de cada bando, que permitió a la Corona española recobrar su dominio. Tal pareciera que esa división sectaria nos impuso, como un hado maléfico y una tendencia política inexorable, la imposibilidad de pensar en términos de unidad nacional. Suficiente sería con recordar la sangrienta vorágine de las nueve guerras civiles nacionales durante el siglo XIX. El tránsito al siglo XX con la guerra de los Mil días. Luego, aquel 9 de abril de 1948, que fue mucho más que el magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán, ese hombre que se reclamaba y encarnaba el pueblo: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”.

El País Político contra el País Nacional

Después de correr ríos de sangre, su magnicidio se transformó en el triunfo del llamado “País Político” sobre el “País Nacional”[4], bajo la fórmula política del Frente Nacional, que instauró el mito incólume del nacimiento de la democracia. Mito convertido en una mitomanía, pues en realidad lo que consagró fue la repartición milimétrica, “miti-miti”, del Estado entre mercaderes y traficantes de lo público, cubiertos con banderas rojas y azules, que expropiaron sutilmente los derechos políticos, sociales y económicos a las mayorías nacionales y su libre ejercicio ciudadano. En lugar de un Estado democrático, el Frente Nacional creó y consolidó un Estado cacocrático. Por eso fue imposible forjar una ciudadanía autónoma y surgieron clientelas y siervos atados a la burocracia, el asistencialismo y los negocios de los llamados líderes naturales, rojos y azules. En realidad, más siervos que ciudadanos, pues cada cuatro años votaban dócilmente por aquel candidato-presidente que esos líderes ya habían designado en sus conciliábulos de caballeros. Empezando por Alberto Lleras Camargo (liberal), luego Guillermo León Valencia (conservador), Carlos Lleras Restrepo (liberal) y Misael Pastrana Borrero (conservador). Los electores en realidad no elegían, solo ratificaban lo decidido cada cuatro años por esos caballeros que llevaban la rienda de un monstruoso corcel llamado democracia. Monstruoso, pues la mayor parte de los 16 años de existencia del Frente Nacional gobernaron bajo estado de sitio y la abstención fue creciendo paulatinamente, hasta llegar al 61% en 1966. Sólo en 1970 la participación electoral asciende al 49%, cuando se presentó a la contienda Gustavo Rojas Pinilla, como candidato de la Alianza Nacional Popular (ANAPO). El País Nacional se sabía y sentía expropiado y engañado por ese “País Político” y su democracia de negociantes, que prosperaba indolentemente a la par de sus ganancias. El malentendido nacional se convirtió en una Nación malentendida. A tal punto que, cuando el pueblo tuvo la oportunidad de votar por un candidato diferente al binomio rojo y azul, lo hizo por quien había interrumpido en 1953 la sangría desatada y azuzada por esos “caballeros” y votó por el general Gustavo Rojas Pinilla.

Fraude Electoral contra la ANAPO

Pero su triunfo en las urnas le fue escamoteado por el mismo presidente Carlos Lleras Restrepo, según el siguiente testimonio de Jorge Téllez, en confesión a su Jefe de Prensa, Próspero Morales: “Próspero, esto se ha perdido. No hay nada que hacer, el general ha ganado. Si, de acuerdo con lo que me han informado, Rojas decide salir uniformado para iniciar una marcha por las principales avenidas con destino al palacio de San Carlos, temo que haya un levantamiento, una sublevación, con todas las atrocidades y derramamiento de sangre que de ella se pueda derivar. No puedo permitir por ningún motivo la toma del poder por la fuerza”.  Años después, en 1974, surgiría el M-19 y su lema de lucha, “con el pueblo, con las armas, al poder”. Y 48 años más tarde llega a la Presidencia de la República, esta vez con el pueblo en las urnas, Gustavo Petro Urrego, que para 1974 apenas tenía 14 años. En su discurso de posesión presidencial, casi para concluir, anunció Petro: “Y finalmente, uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia. Tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida”.  Sin duda, es el mayor desafío y la mayor urgencia que tenemos todos los colombianos, y que el presidente Petro deberá tener presente en su discurso desde el balcón de la Casa de Nariño el próximo martes 14 de febrero, si queremos superar esta nación malentendida y mortífera en que nos hemos convertido. Pero también convendría a esa oposición radical, fanática y cerril, que aspira a convertir a Colombia en Perú y en su desvarío confunde a Petro con Pedro Castillo, que tenga presente estas dos reflexiones de líderes liberales y conservadores clarividentes, que no estuvieron a la altura de sus palabras. Alfonso López Pumarejo: “Si la obra quedó trunca, el edificio inconcluso y frustradas muchas esperanzas, la culpa fue de quienes no seguimos avanzando y no de las masas, que instintivamente nos reclamaban nuevas reformas”, en su última entrevista a El Tiempo, en noviembre 21 de 1959, refiriéndose a sus frustradas reformas de la “Revolución en Marcha”. Y de Belisario Betancur, en su discurso de posesión presidencial: “He andado una y otra vez por los caminos de mi patria y he visto ímpetus heroicos, pero también gentes mustias porque no hay en su horizonte solidaridad ni esperanza. Ya que para una parte de colombianos: La turbamulta les es ajena pues procede de grupos que les son ajenos; la otra Colombia le es remota u hostil. ¿Cómo afirmar sin sarcasmo la pertenencia a algo de que están excluidos, en donde su voz resuena con intrusa cadencia? Y para los más poderosos o los más dichosos ¿a qué reivindicar algo tan entrañablemente unificador como es la patria, a partir de la discriminación y el desdén? Hay una relación perversa en la que los dos países se envenenan mutuamente, y esa dialéctica ahoga toda existencia nacional”.  Ya va siendo hora de superar semejante malentendido nacional y dejar atrás esa Nación malentendida, excluyente, clasista y racista, que todavía somos, en lugar de salir a la calle como dos bandos irreconciliables el próximo martes 14 y el miércoles 15 de febrero.

[4] “En Colombia hay dos países: el país político, que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene rutas distintas a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!”, Discurso de Gaitán en el Teatro Municipal  de Bogotá el 20 de abril de 1946.

 

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