“El que vence engendra odio, el vencido sufre. Con serenidad y alegría se vive, superando victoria y derrota”. Dhammapada

El terror tiene muchos rostros y está en todas partes. Es ubicuo. Por eso ya casi no lo reconocemos. Es tan cotidiano y familiar que no lo vemos, mucho menos lo sentimos. Hoy el terror es multitudinario y alegre. Está presente en Alemania en la Eurocopa de Naciones, en los gritos eufóricos de miles de aficionados que celebran los goles de sus selecciones.

Semejantes explosiones de alegría ahogan por completo el estruendo de las bombas que destruyen la cercana Ucrania y sepultan en las ruinas de sus ciudades miles de vidas. Ni hablar de las que convierten a Gaza y la Tierra Santa en un lodazal de sangre, polvo y sufrimiento. Ya es casi imposible distinguir entre el grito gozoso y victorioso del gol en la Eurocopa y el agónico del dolor y la muerte en Ucrania y Gaza. Los espectaculares estadios alemanes, plenos de color y jolgorio, ocultan los espectrales estadios de la guerra y el odio, que proliferan en otros lugares del planeta.

Tal es el telón de fondo del reciente triunfo de los partidos de derecha y ultraderecha en el Parlamento Europeo, empeñados en convertir la Unión Europea en una fortaleza inexpugnable a las hordas de migrantes y desplazados que amenazan su seguridad y tranquilidad. El sueño europeo es el mercado de la alegría y el consumo, que los avisos publicitarios anuncian en sus estadios con marcas chinas, como la del auto BYD (Build Your Dreams), que construye los sueños de millones de conductores, convertida en la firma oficial de la Eurocopa.

Los televisores Hisense, que brindan una mejor visión del mundo, y el smartphone VIVO, que nos comunica al instante. Sin olvidar la propaganda oficial de la Fundación de la UEFA para la Infancia: “Cada niño es un campeón”, excepto los miles que han sido masacrados en Gaza, Cisjordania, Israel, o son reclutados en degradados conflictos armados, como el nuestro, y mueren diariamente de hambre en el mundo.

Los estadios de la muerte

En la actualidad, más allá de Ucrania y Gaza, con todo el horror y su potencial capacidad de acelerar una hecatombe global, existen en el mundo seis conflictos más prolongados y mortíferos. Pero están muy distantes y lejanos de la Eurocopa y de las próximas olimpiadas en París.

Son conflictos y guerras olvidadas, ocultadas y devastadoras como las de Etiopia (con 900.000 personas muriendo de hambre) y Yemen que “ya provocó 233.000 muertes, incluidas 131.000 por causas indirectas como la falta de alimentos, servicios de salud e infraestructura. Más de 10.000 niños han muerto como resultado directo de los combates” según informa la BBC News Mundo. Y las que transcurren en Myanmar, Siria y diversas naciones africanas como Malí, Níger, Burkina Faso, Somalia, Congo y Mozambique, donde grupos armados yihadistas pretenden imponer su orden de terror y fanatismo religioso, emulando a los talibanes en Afganistán.

No hay espacio en los monumentales estadios alemanes y tampoco en los escenarios olímpicos de París para albergar las víctimas de las anteriores guerras. Mucho menos a los desplazados forzados que deambulan por el mundo o se encuentran hacinados en campamentos, que ya son 120 millones, según cifras de la ONU. Sin olvidar el caos de Haití y nuestra realidad nacional, donde la paz total cada día está más cercana de la guerra total, pues el único lenguaje que parecen entender los grupos alzados en armas es el que nace de la punta del fusil. Por todo ello, es que los rostros del terror son múltiples, entre familiares e indescifrables, y están en todas partes. Desde los rostros exultantes de la victoria que celebran millones de aficionados en la Eurocopa, hasta los que expresan guerreros rabiosos en los campos de batalla sobre los cuerpos destrozados de sus enemigos. Pero también en nuestros rostros impasibles o emocionados, atrapados en las redes de la Eurocopa, la Copa América y en pocas semanas en los fastuosos juegos olímpicos de París.

Olimpiadas de muerte sin tregua

Sin duda, las Olimpiadas de París, que ya comienzan el próximo 26 de julio, son la negación flagrante del espíritu primigenio de los juegos olímpicos en Grecia: “Durante la celebración de la competición se promulgaba la Ἐκεχερία (ĕkĕchĕiría) o tregua olímpica, para permitir a los atletas viajar en condiciones de seguridad desde sus ciudades hasta Olimpia”. Hoy sucede todo lo contrario: se celebran las olimpiadas para ocultar la continuación de todas las guerras. Y, lo que es aún más terrorífico, para que celebremos sin límite el orgullo nacional de nuestros victoriosos atletas, que nos redimen de nuestras grises vidas. Es la euforia de los fanatismos nacionalistas, siempre presente en la matriz de todas las guerras y en los juegos agonales, que al menos conservan la vida de los competidores.

Por eso “al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”, como lo escribió Franz Kafka en “La Metamorfosis”, ya en 1915, pronosticando nuestra moderna transformación. Hoy el terror toma la forma de nuestros apacibles sueños y continua con el despertar cada nuevo día, dando gracias a Dios por gozar de salud y poder así disfrutar de la Eurocopa, la Copa América –a la que llegamos invictos—y celebrar las nuevas medallas de nuestros atletas en los olímpicos de Paris. Somos el rostro familiar de ese monstruoso insecto.

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