CONSEJOS DE MAX WEBER PARA PETRO Y URIBE
Hernando Llano Ángel
Ahora que el presidente Gustavo Petro está empeñado en tender puentes con los más poderosos empresarios del país, los llamados cacaos, y comparte su adicción al café e invita a la Casa de Nariño al máximo jefe del Centro Democrático y del País Político, Álvaro Uribe Vélez, es pertinente retomar algunos apartes de la célebre conferencia “La política como vocación”, impartida por Max Weber en Múnich en 1919. Es una obra clásica de la sociología política, no solo porque en ella se encuentra la famosa definición del Estado como aquel que “reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima” sobre un territorio. Sin embargo, precisa en párrafos más adelante que se trata de una violencia legítima “que es vista como tal”, lo cual significa que el asunto de fondo es la legitimidad y no la violencia, como algunos equivocadamente piensan que es lo distintivo y esencial del Estado. Pero, más allá de ese grave malentendido, Weber realiza una digresión magistral sobre las cualidades que debe tener todo líder con auténtica vocación política. Unas cualidades ausentes en el estilo de liderazgo de Petro, pero también en el de Uribe y por lo general en todo líder con carisma mesiánico. Aquellos líderes que se consideran llamados a salvar la Patria con sus doctrinas y políticas, sean ellas la “Seguridad Democrática”, “La Paz Total” o el “libertarismo” de Milei, “anarquista de mercado”, quien incluso denigra del propio Estado y pretende liberarlo de toda responsabilidad y política social, pues considera que el mercado y la competencia son los mejores reguladores de la convivencia humana. Al respecto, Milei debería tener en cuenta esta sentencia de Lacordaire: “Entre el fuerte y el débil, es la libertad la que oprime y la ley la que libera”. Quienes incurren en la falacia libertaria les sucede lo mismo de aquellos que piensan que el Estado, por ser la máxima expresión política y jurídica de lo público, es por sí mismo la encarnación de la justicia social y del bienestar colectivo. Tales reduccionismos doctrinarios impiden alcanzar acuerdos creativos, capaces de concertar legítimos intereses económicos, como los de las EPS, con la salud pública como un derecho fundamental y no tanto una fuente de enriquecimiento para mercaderes de la vida, como el condenado Carlos Palacino de SaludCoop. Eso fue precisamente lo que sucedió con el tinto amargo que compartieron Petro y Uribe en la Casa de Nariño al no llegar a ningún acuerdo sobre la reforma a la salud. Ninguna de las partes es capaz de imaginar soluciones distintas, pues ambos líderes están absolutamente seguros de tener toda la razón y por ello no ceden en sus posiciones doctrinarias. Y es aquí donde las reflexiones de Weber cobran pleno sentido, pues nos dice que son tres las cualidades propias e imprescindibles que debe conjugar todo líder con verdadera vocación política: 1- La Pasión; 2- La entrega a la Causa con Responsabilidad y 3- La Mesura. Resumiéndolas al máximo, las define así: “Pasión en el sentido de positividad, de entrega apasionada a una causa, al dios o al demonio que la gobierna”. Ese dios alegóricamente puede ser la propiedad, la seguridad y el mercado, que es la fe de la derecha y defiende visceralmente la oposición a capa y espada contra la mayoría de reformas del Pacto Histórico. Y, en sentido metafórico, el demonio para la derecha puede ser la promoción desde la izquierda de la revolución, la justicia social y el progreso, que impulsa con poca capacidad de gestión y ejecución el actual gobierno. En la segunda cualidad, que es la “entrega a la Causa con sentido de Responsabilidad”, Weber le advierte al líder político que “La pasión no convierte a nadie en político, sino está al servicio de una causa y no hace de su responsabilidad hacia esa causa el norte que oriente sus acciones”. Y, la tercera cualidad, es la Mesura, definida como: “La cualidad psicológica decisiva del político. Capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas. El no saber guardar distancias es uno de los pecados mortales de todo político y una de esas cualidades cuyo olvido condena a la impotencia política a nuestra actual generación de intelectuales”. Al reunirse Petro con los cacaos, que en sus discursos políticos y trinos suele denigrar como oligarcas, empieza a demostrar algo de mesura pues toma distancia de sus convicciones y pasiones doctrinarias que dificultan sinergias entre lo público y lo privado en beneficio de la productividad y la justicia social. Así lo reconoce en el comunicado presidencial señalando los compromisos alcanzados: “Las empresas se hacen más grandes cuando la sociedad se hace más grande”.
Falta de Mesura y de responsabilidad
Pero a Petro como a Uribe les falta mesura y con frecuencia pierden el recogimiento y la tranquilidad, ello los condena a la impotencia política e impiden la transformación de nuestra realidad política. Esa incapacidad de conservar la mesura, según Weber, obedece al mayor pecado capital en que puede incurrir un político que es la vanidad, que lo lleva a “no guardar distancias” y le impide que “vayan juntas en las mismas almas la pasión ardiente y la mesurada frialdad. La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma”. Consejo que parece son incapaces de cumplir ambos líderes, adictos incontenibles a desfogar sus pasiones por las redes sociales utilizando sus respectivas cuentas X, cuando sus políticas son cuestionadas y sus vanidades vulneradas. Para contrarrestar esa nefasta adicción, Weber les recuerda que: “Sólo el hábito de la distancia (en todos los sentidos de la palabra) hace posible la enérgica doma del alma que caracteriza al político apasionado y lo distingue del simple diletante político estérilmente agitado”. Tanto Uribe como Petro en muchas ocasiones, cuando defienden y agitan apasionadamente sus banderas políticas, se parecen a ese “diletante político estérilmente agitado”.
Petro y Uribe un par de vanidosos
Eso sucede cuando pregonan vanidosamente el éxito de políticas mortalmente erráticas como la “seguridad democrática” con sus 6.402 “falsos positivos” y la “Paz Total”, que ya deja 149 líderes asesinados y 91 masacres este año, por la incapacidad de la fuerza pública de contener y desvertebrar acciones criminales del ELN, el Estado Mayor Central y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia. Por eso, Weber les advierte: “En último término, no hay más que dos pecados mortales en el campo de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad, que frecuentemente, aunque no siempre, coincide con aquélla. La vanidad, es lo que más lleva al político a cometer uno de estos pecados o los dos a la vez”. Sin duda, Petro y Uribe se desvelan por estar siempre en primer plano, y ello se agrava con su ausencia de finalidades objetivas, es decir alcanzables, y la falta de responsabilidad en el cumplimiento de esas metas durante sus gobiernos.
Uribe no es virtuoso
Por ejemplo, Uribe prometió un Estado contra la Corrupción y la Politiquería y en sus dos administraciones fueron condenados el mayor número de altos funcionarios y colaboradores de que se tenga noticia, al menos una docena. Ahora su exministro de hacienda, mano derecha y excandidato presidencial del Centro Democrático, Oscar Iván Zuluaga, es imputado por la financiación ilegal de Odebrecht de su campaña al aportar 1.6 millones de dólares. Pero, además, Uribe gobernó con el respaldo de más de 60 congresistas condenados por parapolítica. Es inolvidable su solicitud como presidente, en un Congreso de Cafeteros, a “todos los congresistas que nos han apoyado que mientras no estén en la cárcel a votar las transferencias, a votar la capitalización de Ecopetrol, a votar la reforma tributaria”. Por si fuera poco, su reelección presidencial inmediata fue posible gracias al cambio de un articulito de la Constitución, realizado mediante la comisión del delito de cohecho por sus ministros del Interior y del Derecho, Sabas Pretelt de la Vega y de Protección Social, Diego Palacio, condenados por la Corte Suprema de Justicia. Todo un prontuario delincuencial propio de un gobierno cacocrático.
Petro no es estadista
De otra parte, el presidente Petro se propone convertir a Colombia en Potencia Mundial de la Vida y alcanzar una Paz Total, pero carece de una política de seguridad efectiva que en forma responsable posibilite el logro de tan ansiadas metas y las convierta en finalidades objetivas, que es lo propio de un estadista. De allí, que Weber concluya: “Por eso el político tiene que vencer cada día y cada hora a un enemigo muy trivial y demasiado humano, la muy común vanidad, enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso de la mesura frente a sí mismo. La vanidad es una cualidad muy extendida y tal vez nadie se vea libre de ella…”. Pero el costo que pagamos todos por tener líderes sin auténtica vocación política es demasiado alto, pues subordinan los bienes públicos a su soberbia y vanidad, esa “necesidad de aparecer siempre que sea posible en primer plano”, así sea tomando tinto sin resultado alguno, al menos por ahora. Es de esperar que ambos superen esa vanidad tan perjudicial para la causa política de la paz y la convivencia democrática, pues como concluye Weber: “Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer esto no solo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra”. Hoy diríamos hay que ser un estadista, en lugar de un “diletante político estérilmente agitado”.
PD: Para mayor información y comprensión, abrir enlaces resaltados en rojo.
Hernando Llano Ángel
Abogado, Universidad Santiago de Cali. Magister en Estudios Políticos, Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. PhD Ciencia Política, Universidad Complutense Madrid. Socio Fundación Foro Nacional por Colombia, Capítulo Suroccidente. Miembro de LA PAZ QUERIDA, capítulo Cali.