CÉSAR GAVIRIA TRUJILO, DE ESTRATEGA POLÍTICO A EMBAUCADOR INSTITUCIONAL

Hernando Llano Ángel.

El expresidente César Gaviria Trujillo ha declarado que lo fundamental para superar la actual crisis política que enfrenta el presidente Gustavo Petro, como un funámbulo que oscila entre la ingobernabilidad y la ilegitimidad, es conservar y fortalecer la estabilidad institucional. Incluso ha dicho que la financiación de las campañas electorales es un “asunto oscuro en todas partes” y que  no hay “ninguna campaña” que haya entregado información exacta al Consejo Nacional Electoral sobre la financiación, ya que, según él, todo lo acomodan un poco,  que “las dudas sobre la financiación de una campaña no pueden automáticamente llevar a un juicio que tenga un carácter de esa naturaleza, o que nos pueda llevar a algo penal”, circunstancias por las cuales “se debe actuar pensando en la permanencia de la democracia” y el país está obligado a luchar para que Petro termine su periodo“. Para muchas personas, estas declaraciones expresan la capacidad camaleónica de Gaviria para aprovechar la actual crisis y obtener ganancias políticas, descollar como protagonista y cancerbero imprescindible del statu quo y la estabilidad del Establishment. Ante todo, como ese dirigente sensato que apuesta por las salidas institucionales, seguras y estables, en lugar de los radicales y oportunistas opositores políticos que revestidos de ira moralizante piden la cabeza del presidente Petro y son una legión de maniqueos. Al frente de ellos, están los líderes del Centro Democrático, quienes azuzan al ciudadano ingenuo e indignado por tanta corrupción para que salga a las calles y precipite una inestabilidad institucional con desenlaces impredecibles.  Al lanzar Gaviria semejante flotador político al presidente Petro se convierte en un aliado estratégico de su gobierno, su nuevo mejor amigo, neutralizando inmediatamente al ministro del interior, Luis Fernando Velasco, cuestionador incisivo del liderazgo del expresidente en el partido liberal. Incluso, como habilidoso estratega político, Gaviria pretende convertir ese flotador en una nueva plataforma de coalición para negociar y recortar los aspectos más polémicos de las reformas sociales del gobierno del Pacto Histórico, limitando así notablemente los alcances del cambio político y social. En este escenario, Petro pasaría de ser ese líder de la transición y la transformación democrática de este régimen electofáctico y cacocrático -cuya superación es su máximo cometido histórico—para convertirse en un “estadista” de la transacción política, asegurando su estabilidad y gobernabilidad durante sus tres años restantes en nombre de la “democracia”, como lo aconseja el expresidente Gaviria. Petro pasaría de luchar por la utopía del gobierno del cambio, con sus tres grandes componentes: 1- la Paz Política, desarmando y desarticulando a las guerrillas y las organizaciones criminales de alto impacto, mediante su fallida estrategia de la “Paz Total”; 2- la Paz Social, con la realización de ese cúmulo de reformas que van desde la rural, la laboral, la pensional, la sanitaria y la educativa y 3- la más ambiciosa, la Paz Ambiental, con su descarbonización de la economía y la transición a las energías limpias y renovables: solar, eólica y del hidrógeno. Ante la dificultad de avanzar en esas reformas, sometería ese trípode progresista y catalizador del cambio histórico a la transacción y negociación con sus contradictores a cambio de la estabilidad institucional que le permita culminar su período.

Gaviria y Petro, ¿maestro y discípulo del Gatopardismo?

Sería la versión progresista del Pacto Histórico de la fórmula del Gatopardismo: “cambiar todo para que nada cambie”. Si tal metamorfosis acontece, el Gobierno del Cambio se convertiría en una tramoya de funcionarios del negociado de sueños dentro de un orden, partidarios de capar al cochino para que engorde”, como canta Serrat en Utopía. Y, sin duda, el expresidente César Gaviria antecede a Petro en la práctica del gatopardismo. Gaviria es el líder nacional del “gatopardismo”, pues con la Constitución del 91 logró ese objetivo: cambio toda la institucionalidad para que todo continuará igual o incluso hasta peor. Lo hizo magistralmente, como el cancerbero del régimen, ese “perro de tres cabezas que guardaba las puertas del infierno”, según Dante en la “Divina Comedia”. Esas tres cabezas fueron durante su gobierno: Primera, la cabeza de la Parajusticia, con la denominada política de “sometimiento a la justicia”, que logró desarticular a los extraditables y dar de baja a Pablo Escobar, pero sin tocar sustancialmente el infierno del narcotráfico. Segunda, la cabeza de la Parainstitucionalidad letal de los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar) y luego las Convivir, embriones de las AUC, que nos enseñaron a los colombianos más pasajes del infierno y la Tercera cabeza, que todavía Gaviria no reconoce y delega toda la responsabilidad a los militares, es la llamada Guerra Integral, que comenzó con el bombardeo a Casa Verde el día 9 de diciembre de 1990, y aún se prolonga sangrientamente, pese al Acuerdo de Paz de Santos con las Farc-EP. Dicha guerra ha mutado de tal forma que ya es casi imposible discernir entre organizaciones políticas rebeldes, organizaciones del narcotráfico y del crimen organizado, pasillos del laberinto en que se encuentra extraviada la Paz Total. Por todo lo anterior, es que vivimos en el actual infierno, cuyos cancerberos están empeñados en convencernos que somos la “democracia más antigua y estable de Latinoamérica”, para que continuemos votando en forma masiva y entusiasta el próximo 29 de octubre. Igual puede suceder en el Ecuador el próximo domingo 20 de agosto que, con el magnicidio del candidato Fernando Villavicencio, parece empezar a recorrer la senda infernal que nos marcó el magnicidio de Luis Carlos Galán el 18 de agosto de 1989 y luego los de Bernardo Jaramillo, 22 de marzo de 1990 y Carlos Pizarro, 26 de abril, en un lapso de apenas 8 meses. Desde entonces tenemos la estabilidad de estas instituciones que nos condenan a vivir a todos en un infierno en medio de la violencia, la inseguridad, la criminalidad y la realización ininterrumpida de elecciones, que es lo más parecido al averno dantesco y lo más lejano de la democracia real. Pero eso no importa: ¡para salir de esta crisis hay que conservar la estabilidad de esas instituciones!, como lo aconseja el expresidente Gaviria: ¡hay que seguir votando sin dejarnos intimidar por los terroristas y la violencia, así hasta la eternidad y la hora del juicio final! Todo lo contrario, afirmaba Gaviria en 1990, cuando en plena campaña presidencial expresó: “Las instituciones no son más que los instrumentos necesarios para enfrentar los problemas. Y si esos instrumentos resultan inapropiados, si frente a ellos crece el descontento y surge la rebelión, si no conseguimos que se respeten los derechos humanos, si crece la criminalidad, es evidente que el país tiene que despertar y asumir la responsabilidad de transformar esas instituciones, de sustituirlas y dar un vigoroso paso adelante en defensa de los principios civilizados”. Sin embargo, hoy Gaviria como expresidente es un defensor a ultranza de esas instituciones que no funcionan y favorecen a las minorías en la economía, la salud y el sistema político, que aumentan el descontento y la vulneración impune de los derechos humanos cada día. Al promulgar la Constitución del 91, Gaviria nos anunciaba exultante a todos los colombianos: ¡Bienvenidos al futuro!  Ahora sabemos lo que significa ese futuro y su “estabilidad institucional”. Pasó de ser un estratega del cambio institucional a un embaucador institucional, aquel que engaña o alucina, prevaliéndose de la inexperiencia o el candor del embaucado”, según define la RAE el verbo embaucar.

PD: Para mayor información y comprensión, leer los enlaces en rojo.

 

 

 

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