2024, UN AÑO DE VERDADES CRUCIALES
Hernando Llano Ángel
Por donde se lo mire, el 2024 será un año de verdades cruciales en todos los ámbitos y en todas partes. De verdades que pueden ser vitales o mortales. En el ambito internacional, porque puede marcar la configuración de un precario orden multipolar penumbroso y tenebroso, determinado por el predominio de aquellos jefes de Estados que demuestren mayor capacidad para legitimar sus victorias criminales o, por el contrario, terminar políticamente derrotados y judicialmente encauzados por sus delirios hegemónicos. Tales los casos de Netanyahu y Putin, cuyas suertes política y judicial dependerán de sus victorias más o menos impunes, coronadas con crímenes de guerra y de lesa humanidad. Crímenes apenas comparables a los perpetrados durante la segunda guerra mundial por los nazis, militarmente derrotados y judicialmente condenados en Nuremberg. Pero hoy dichos criminales parecen estar reviviendo triunfalmente de la mano de Putin y Netanyahu, tanto en Europa del este como en el Oriente próximo, pues sus victorias serían la garantía de su gobernabilidad e impunidad.
¿Un orden político-criminal internacional?
En otras palabras, se convertirían en los artífices de un nuevo orden político internacional criminal. Un orden que podría consolidarse con la complicidad activa de los Estados Unidos y la pasiva de la Unión Europea, si permiten que ambos criminales de Estado impongan ese sangriento orden. Putin, sobre una Ucrania desmembrada y destrozada. Y Netanyahu sobre las ruinas de la Franja de Gaza y Cisjordania, al impedir a los palestinos el ejercicio de su autonomía política y casi exterminar sus descendientes, pues cerca del 70% de las víctimas mortales son mujeres y niños. Si ello acontece, tendríamos que reconocer la muerte del Estado de derecho y el nacimiento del Estado Criminal de facto, sustentando en la fuerza militar, la violación sistemática y masiva de los derechos humanos y el arrasamiento del Derecho Internacional Humanitario, ante la impotencia de las Naciones Unidas y la Corte Penal Internacional. Lo más grave y aterrador, es que dicho orden internacional criminal tiene su sustento en el apoyo brindado nacionalmente por mayorías de ciudadanos, manipulados hábilmente por líderes que levantan las banderas sangrientas del patriotismo, la seguridad nacional, la xenofobia rabiosa, la nostalgia de imperios decadentes y hasta la defensa cínica de la libertad y la democracia. Es por ello que figuras esperpénticas y delincuenciales como Trump, con cerca de 78 cargos y tres procesos penales en curso, seguramente gane de nuevo las elecciones este año, si la Corte Suprema de Justicia no le impide postularse. También que Bukele en El Salvador, violando astutamente la Constitución que prohíbe la reelección inmediata, vuelva a la presidencia sin oposición alguna. Que se perpetúen en las presidencias de sus respectivos países Daniel Ortega y Nicolas Maduro, con sus maniobras persecutorias contra la oposición, saboteando elecciones libres, legales y competitivas. Y que, en Argentina en nombre de la libertad, Javier Milei pretenda gobernar sin ley alguna distinta a la suya para desmantelar el Estado de derecho y despojar a millones de ciudadanos de subsidios sociales si se oponen a sus designios supuestamente libertarios.
Nuestro mayor desafío como ciudadanía
En nuestro caso, el 2024 determinará si como sociedad seremos capaces de liberarnos del lastre del crimen y la violencia en la política, reconociendo las verdades y sentencias de la JEP, repudiando para siempre a sus perpetradores materiales, pero sobre todo a sus responsables políticos y determinadores intelectuales. Es decir, si por fin como ciudadanía no aceptamos esa dicotomía maniquea e hipócrita que califica y tolera a una violencia como buena –aquella que defiende el Statu Quo, sin límite alguno— y otra como mala y terrorista, la que lo ataca y propende transformarlo, cometiendo a su vez crímenes atroces también sin limitación alguna. En ambas violencias, sus máximos responsables intelectuales e ideológicos sufren de una especie de autismo político y de paranoia ética, pues siempre hacen responsables de todos los males a sus enemigos y ellos se eximen por completo de responsabilidad alguna. Autismo político, porque son incapaces de reconocer su propia responsabilidad en las consecuencias criminales de sus decisiones y acciones, sean estas tomadas desde el Estado o desde la orilla contraria, la insurgencia. Por ejemplo, la incapacidad del expresidente Álvaro Uribe de reconocer, no solo los errores sino también los horrores de su “exitosa” política de “Seguridad democrática”, cuyos resultados atroces desconocieron incluso el punto 33 de su “Manifiesto Democrático”: “A diferencia de mis años de estudiante, hoy violencia política y terrorismo son idénticos. Cualquier acto de violencia por razones políticas o ideológicas es terrorismo. También es terrorismo la defensa violenta del orden estatal”, tal como sucedió con los miles de “falsos positivos”. En el mismo autismo político incurre el máximo comandante del ELN, Antonio García, no solo incapaz de reconocer el crimen del secuestro como una infracción flagrante del DIH y del orden penal interno, sino de vivir alucinado en un mundo paralelo o metaverso político que lo lleva a proponer la financiación estatal o internacional de su “revolución armada”. ¡Nada menos que hacer la revolución con el auspicio del Statu Quo y la comunidad internacional! Sin duda, Antonio García vive su revolución como ese “funcionario de un negociado de sueños dentro de un orden”, según canta Serrat en Utopía, solo que en el caso de García su orden es criminal. El próximo año será, pues, crucial para todos, sobre todo para el ELN, las Disidencias y las organizaciones de alto impacto criminal, que no podrán seguir endilgando a este gobierno el fracaso de los procesos de paz en curso.
La hora de la paz mínima y vital
Pero especialmente para el gobierno, que tendrá que demostrar, superando una oposición empeñada en su fracaso a toda costa, que los auténticos democratizadores deben “aprender a dividir tanto como a unificar y no solo a dar esperanzas sino a desalentar expectativas”, como lo aconsejaba la politóloga Terry Lynn Karl en su ensayo “Dilemas de la democratización en América Latina”, ya desde 1997. Expectativas superlativas del Pacto Histórico que no están sincronizadas con su capacidad de gestión, especialmente en materia de seguridad y control del orden público, en parte por la dificultad de reconciliar eficacia militar con el respeto incondicional a los derechos humanos y el DIH. Esto se refleja de manera dramática y frustrante en el doloroso número de 188 asesinatos de líderes y lideresas defensores de derechos humanos durante el 2023, a los que hay que sumar 44 firmantes del Acuerdo de Paz y 94 masacres. Por lo anterior, la Paz Total debería convertirse en una Paz Mínima y Vital, acordando con todos los grupos armados ilegales un respeto irrestricto a la población civil o, de lo contrario, el gobierno deberá aplicar la máxima de Thomas Hobbes: “los tratados de paz sin la espada son solo palabras”. Sin duda, ante la incoherencia de los grupos armados ilegales con los acuerdos firmados, no basta solo con las palabras y la activa pluma del presidente Petro en su red social X. Se requiere el peso de la espada en desarrollo de la política de la seguridad humana, pues sin ella la paz que reina seguira siendo la de los cementerios y las fosas comunes, como lamentablemente sucedió durante este luctuoso 2023 que culmina. El 2024 debe ser el año de la paz vital, para la que también se precisan reformas concertadas y viables en todos los campos sociales, especialmente en el rural, la salud, laboral y judicial.
Del modo guerra al modo paz
Pero también un año en que como ciudadanía debemos tener la capacidad de pasar del “modo guerra” al “modo paz”, cumpliendo el legado de la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición”: “Hay futuro si hay verdad”. No tendremos futuro sin contar con todas las verdades, las de las víctimas y los victimarios. Una democracia de verdad solo puede existir sin victimarios impunes y víctimas irredentas, a quienes se les continuará negando su sufrimiento y dignidad en tanto todos los victimarios no reconozcan plenamente sus responsabilidades frente a ellas. Tanto los victimarios institucionales y gubernamentales que auspiciaron y cometieron crímenes de lesa humanidad en nombre del “Estado de derecho”, “la seguridad” y la “democracia”, continuando con los empresarios oportunistas que se enriquecieron despojando tierras de mano de los paramilitares, y los insurgentes que en nombre de la revolución la degradaron con sus crimines atroces y continúan haciéndolo con cinismo e impunidad. A todos ellos, este 2024 les llegará la hora de rendir cuentas cuando la JEP comience a emitir sentencias contra comandantes de las FARC-EP y miembros de la Fuerza Pública. Sentencias que seguramente no colmaran las expectativas de justicia de todas las víctimas, quienes deberían tener en cuenta esta reflexión de Hannah Arendt sobre los crimines cometidos por los nazis: “es muy significativo, elemento estructural en la esfera de los asuntos públicos, que los hombres sean incapaces de perdonar lo que no pueden castigar e incapaces de castigar lo que ha resultado imperdonable”. Por todo lo anterior, el 2024 será un año de verdades cruciales, que ellas sean vitales o mortales dependerá en gran parte de nuestra capacidad para pasar del modo guerra al modo paz, de conversar y concertar en función de intereses públicos, en lugar de denostar y derrotar para defender privilegios, intereses sectoriales, corporativos o gremiales. Será una responsabilidad no solo de quienes recientemente elegimos y gobernarán territorialmente, quienes sin duda tienen la mayor responsabilidad política, constitucional y ética. También dependerá de nuestra actitud cotidiana frente a sus ejecutorias, si contemporizamos y somos complacientes con sus jugaditas porque los elegimos y son afines a nuestros intereses y bienestar, o, por el contrario, les exigimos que gobiernen en función del interés público y no de sus empresas y copartidarios. Por lo pronto, mis augurios por un vital, pacífico y socialmente incluyente 2024, posible gracias al compromiso y la solidaridad de todos con la verdad y la justicia social, presupuestos de la seguridad pública y la prosperidad nacional. Vale la pena comenzarlo, escuchando a Marta Gómez, Para la guerra, nada.
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