Burlaburlando

Publicado el donhumor

Sotanas vemos, pero por debajo no sabemos

caricurasCaricatura de Margarita Molano

Eran dos.

Sí, dos representantes de ventas de alguno de los innumerables dioses que saturan los mercados del cielo y la tierra.

Dos peones de una de esas sectas que medran, a la espera de la clientela, en la estantería de las bien surtidas tiendas de las religiones.

Dos seres que, pese a su condición de religiosos, eran humanos. Esto último se supo porque uno de ellos fue bastante rumbero. O mejor: “patialegre”. O con más propiedad: “culipronto”.

Se habrán dado cuenta ya de que hablamos, en efecto, de dos curitas: de Rafael Reátiga y Richard Píffano, dos pastores del rebaño bogotano.

Se sabe, por otra parte, que la educación de seminario consiste, en esencia, en tomar seres humanos inteligentes y malformarlos hasta reducirlos a poco menos que curas.

No fue el caso del curita Rafael Reátiga, cuya potente humanidad lo libró de sufrir semejante mengua. Menos mal.

Porque en vida y en sacerdocio no se entregó a los pecados de la carne, que por suerte se extinguieron hace mucho tiempo, sino prefirió a algo más de moda: las estupendas delicias de la piel.

Dicho de otro modo, ni enlodó ni despreció la sabrosa manzana de Eva, sino que, por el contrario, la acarició, la saboreó y se la comió cuantas veces pudo. ¡Bien hecho, padre Rafael!

Bueno: digamos que se engolosinó con una de las muchas variedades de la manzana de Eva que la diversión moderna ofrece. Una que por desgracia puso a su cuerpo a cargar unos bichos bastante incómodos y letales: los bichos del sida y de la sífilis.

¿Qué hacer entonces?

¿Huir de aquellos bichos? No, estos constituían el mal menor. De lo que sí debía escapar era del mal mayor: del infame dedo acusador de los jerarcas de la secta.

Los dos curitas procedieron de modo admirable: comenzaron por cambiar al puritano e inexorable Dios de la secta por un dios propio y singular, que además de comprensivo y solidario resultó ser para ambos el más confiable de los cómplices.

Lo que hizo el dios personal fue darles a entender que debían presentar renuncia irrevocable a la secta, y que para ello tenían que colgar la sotana, y con ella colgar también todo el pellejo.

Y los tranquilizó diciéndoles que la colgada de pellejo era además el remedio conocido más eficaz para acabar con aquellos bichos.

Como el estiramiento de pata era el único camino que tenían para seguir, se dieron a la tarea de encontrar el modo mejor de hacerlo.

Pensaron primero en el suicidio por mano propia, pero decidieron que no cometerían tan inconfesable redundancia.

Estudiaron luego el suicidio mediante carro, y los abismos que para algo así brinda el imponente Cañón del Chicamocha.

Se asesoraron de un experto santandereano en suicidios, que les dijo que la rodada cuesta abajo tardaba tanto, que durante ella bien podían morir hasta diez veces.

Desistieron entonces de este proyecto porque consideraron que una sola muerte bastaba y aún sobraba, y que las demás eran una pérdida irreparable de tiempo y de carro.

Por último se inclinaron por el sistema más efectivo que se conoce: el suicidio mediante sicario.

El precio fijado por los sicarios casi echa a perder el negocio. Los curitas lograron al fin una rebaja de diez millones de pesos, lo cual los puso lo más de contentos.

Como contentos estuvieron por la paga los sicarios, que no erraron ni un solo tiro.

Y así termina esta real historia de amor y muerte.

Y termina para mayor honra y gloria de Richard y Rafael y de su dios personal, y en detrimento claro está del Dios y de los jerarcas de la secta.

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