Me dio alegría como hace mucho no la sentía al ver las filas y las aglomeraciones de gente en los supermercados y tiendas en el día sin IVA, en el que sentimos el alivio de tan pesada que se ha vuelto la carga de este impuesto en la vida de los colombianos. Ya lo decía Fernando Vallejo que nada hace tan felices a las señoras (y a los señores) en Colombia como ir a mercar al Éxito, y hoy —agrego— también a los Alkosto y Falabellas y etcétera, para aprovisionarse de televisores y computadores con los que ver el mundo desde el encierro. O como hice yo: para comprar ropa con la esperanza de poder lucirla pronto en la calle.

Es evidente que con ello se crea un riesgo grande de contagio, pero de eso se trata la vida: de vivir con riesgos y no, como lo pretende la señora alcaldesa de Bogotá, Claudia López, de vivir con miedo hasta que logremos un estado de seguridad absoluta. Que no se me escape Claudia en este párrafo, para decir que ella es quien tiene menos legitimidad para imponerles a los bogotanos el encierro desde que ella misma violara la cuarentena por ella impuesta, y que desde ese mismo día, si tuviera decencia y actuara conforme a lo tanto que habla, debió haber renunciado.
Retomo: decía que por supuesto con el día sin IVA se creó un riesgo de contagio, pero que de eso se trata vivir, de vivir a pesar de los riesgos y, mientras tengamos vida, hacer lo que queramos y probar de las cosas buenas e incluso peligrosas de la vida. De todos modos, en toda Colombia no viene sirviendo mucho para reducir la curva de contagios este encierro que ya hace más de cien días nos impusieron, y que, por más que nadie lo quiera admitir, hay una verdad grande como una catedral, y es que mientras más rápido suba la curva de contagios, más rápido va a empezar a caer. Y que me caigan encima los expertos epidemiológicos, pero, por favor, no todos a la vez.
Es que estoy feliz y quiero celebrar mi buen humor, así sepa que yo mismo puedo estar enfermo o mis familiares y amigos, y que esta enfermedad a cualquiera nos puede matar. Pero no nos engañemos, el coronavirus no tiene cura ni vacuna visible, y yo no estoy dispuesto a vivir en un estado de zozobra y aislamiento por toda mi vida —o lo que me queda de ella. Por eso tenemos que aprender a vivir con él y con su riesgo mortal, e impedir que por miedo a él embarguemos el único presente que tenemos esperanzados en un futuro más seguro.
¿No decían que después de esto el mundo, definitivamente, tenía que cambiar? Claro que no iba a ser en cuanto a las vanidades y banalidades que dijeron los filósofos y opinadores que contrató hace meses El País de Madrid. Los que vamos a cambiar somos nosotros, y yo, por lo menos, no quiero cambiar hacia el miedo ni al aislamiento. Así, el día que me toque enterrar o que me entierren, al menos podré ir —o que me acompañen.
Nota: en cambio, me parece muy preocupante el principio de cremación en caso de dudas, a cuanto muerto haya en los hospitales de Colombia, incluso si no se ha recibido la prueba del covid-19. No sé tampoco qué tan racional sea la cremación masiva. Pero me parece razonable preocuparse porque las dudas las resuelvan los médicos en favor suyo, por si con el cadáver se dan cuenta de sus fallas.