Blog de notas

Publicado el Vicente Pérez

Un opinador exquisito

Créditos: Eltiempo.com

Antonio Caballero (1945-2021) fue uno de los más destacados personajes de la historia intelectual de Colombia en el último siglo. Su muerte llega como un recordatorio de que estos parecen ser tiempos de constantes remociones y deja un vacío quizás irremplazable tanto en el periodismo como en la caricatura como en la literatura, porque si una cualidad se debiera resaltar en Antonio Caballero sería la de haber acumulado un caudaloso bagaje intelectual y expresar sus talentos en distintas artes y formatos con una erudición por igual sobria y satírica.

Su fortuna fue, sin duda, haber pertenecido a una gloriosa estirpe de la oligarquía bogotana, la de los Caballero —Lucas (‘Klim’), su tío, y Eduardo Caballero Calderón, el autor de Siervo sin tierra, su padre—, pero tal vez más la de los Holguín, como parece sugerirlo la temática matriarcal y elitista de su única novela, Sin remedio, de 1985, en la que dejó reflejada la Bogotá burguesa, salsera, política y tradicionalista desde la mirada de un poeta seducido por la subversión.

Como escritor, publicó muchas y notables obras, la última de las cuales, Historia de Colombia y sus oligarquías, evidencia su preocupación personal por relatar la visión jerárquica y nepotista con la cual se ha conducido nuestro país desde la colonia, aprovechando su pedestal de miembro de esa misma oligarquía a la que retrató y denunció por igual, no tanto en sus injusticias sino sobre todo en sus vanidades. Pero como novelista su obra siguió el ejemplo de quien escribe solo lo que considera que vale la pena escribir, aunque sea una sola vez, porque —como dijo un día— «una novela solo sirve para decir lo que se dice a través de una novela». Intrigado por esta retórica de petición de principio, el día que lo conocí aproveché para preguntarle qué quería decir con eso y me respondió más o menos: «Justamente lo que dije fue lo que quise decir». Entonces caí en cuenta de que me lo decía hablando en cachaco, o sea en este dialecto tan pulcro y acotado con el que los bogotanos solían ofender en chanza.

También dijo un día, a propósito de Fernando Vallejo, que, hablando en serio, un hombre solo tenía un tema del cual hablar durante toda su vida, y que el de Vallejo eran los animales. Y otro día —en una columna suya en Semana— retomó esta idea para decir que el tema de él era la despenalización de las drogas psicoactivas, y que llevaba medio siglo repitiendo lo mismo (que en su honor repetimos aquí): que la guerra contra las drogas ilícitas es una operación mundial sin sentido, que es una injusticia tanto porque no hay razón moral para prohibirlas como porque quienes sufren los estragos de la prohibición son los países productores —que de contera, son pobres—, que el sistema de prohibición ha creado una cultura de la violencia y del chantaje, en fin, que todas las razones, a priori y a posteriori, están dadas para el levantamiento de la prohibición, pero que esta allí sigue, ordenada y financiada por los Estados Unidos sobre todo el planeta.

Cada tantos meses se repetía y volvía a publicar la misma columna sobre el mismo tema, consciente de que era una misión para la que ciertamente no alcanza una vida. Con esto cumplía la labor del periodista político que afila la pluma y prepara el dardo que dirige contra el poder, a pesar de que sea una pelea perdida en el instante y que se deba repetir el mismo ejercicio con el mismo resultado una y otra vez.

En 2020 renunció a la revista Semana, luego de haber perdido también su espacio en la revista Arcadia, y se unió al proyecto periodístico de Daniel Coronell y Daniel Samper Ospina, Los Danieles, en donde compartió espacio con el otro maestro de la columna de opinión, Daniel Samper Pizano, y siguió ejerciendo de opinador hasta el final. Pero fue por un período breve. Como todo en la vida.

@VicentePerezG

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