
Ya airoso luego de las elecciones presidenciales, Gustavo Petro está transicionando de mito a leyenda, y es comprensible que nadie se quiera cruzar en ese camino. Por eso no sorprende que, a las primeras de cambio, la inmensa mayoría de partidos políticos estén haciendo fila para reconciliarse con quien hace pocas semanas era el primer enemigo político de casi todos ellos. (Lo cual, en buena medida, lo ha propiciado el propio Petro con un tono conciliador y muchas invitaciones que muestran dotes de estadista; pero no vamos a hablar de eso todavía, pues sería montar las bestias sin ensillarlas).
Hoy el gobierno electo hace cuentas de contar con ochenta senadores, contando liberales y conservadores, que antes eran las únicas fuerzas y juntos hoy no suman treinta. Parece sorprender especialmente la actitud del Partido Conservador, pero no hay que dejarse engañar: los godos han gobernado Colombia más que nadie en la historia y, salvo un breve período hace un siglo, nunca han sido un partido de oposición. Lo obvio sería decir que son adictos a los jugos de la burocracia, pero también hay que ver que no todo el mundo sabe estar al otro lado de la baranda.
Sí la supo hacer, en cambio, el Centro Democrático, partido nacido ex professo hace ocho años para eso: para oponerse al proceso de paz y a las políticas santistas de manera tan fiera como, luego, hace cuatro años, se le opuso Petro a Duque. Pero aun cuando el modelo se haya repetido, y una vez le hubiera servido a la derecha y otra a la izquierda para hacerse con el poder, parece claro que ese tipo de oposición hace invivible el país: tanto la del Centro Democrático que se valió de la desinformación para oponerse al plebiscito, como la de Petro que, sin haberse posesionado Duque, ya anunciaba lo duro que sería el cuatrenio que acaba.
Ahora reina cierta concordia y disposición de todo el país para apoyar a Petro en que le vaya bien, bajo la idea de que lo que es bien para su gobierno lo será para la nación; pero, desde luego, ese debe ser el rasero: que lo que Petro proponga sea, en efecto, beneficioso para Colombia, y alrededor de este pequeño detalle, sin duda, se armarán los debates en que, por primera vez en la historia, se verá que la izquierda socialista proponga y la derecha capitalista disponga. Sin duda, las diferencias más fuertes serán económicas y los calificativos recíprocos ya están cantados.
Pero, aunque la oposición a Petro inicialmente vaya a ser mínima, su importancia será mucho más grande que lo que las votaciones del congreso evidencien. Será su responsabilidad evitar que se tomen decisiones que terminen aplastando minorías políticas, como los taurófilos, ante la embestida del gobierno, que seguramente querrá prohibir su fiesta y parece tener mayorías para hacerlo. Pero oponerse no es decir a todo que no, sino, sobre todo, saber cuándo asentir y acompañar al gobierno, y de qué manera oponerse sin promover el ultraje.
Aunque, en la práctica, hacer oposición es, sobre todo, renunciar a los puestos y los contratos, y a eso pocos están dispuestos. Se requiere de una sobriedad extraordinaria en quienes tienen todo para embriagarse de poder.
Así son las cosas: tenemos estatuto, pero no oposición.