Desgraciadamente para Colombia, Iván Duque invirtió toda su política internacional en combatir al gobierno de Venezuela. Desde 2018 Colombia ha tensado la cuerda en Suramérica atacando y hasta anunciando la caída del gobierno vecino, al que en buena hora los medios colombianos empezaron a llamar «régimen», a la cubana, en peyorativo: como si lo que existiera en el resto de países no fuera un régimen y a los distintos gobiernos no se les llamara regímenes.
En febrero de 2019 Duque decidió que el presidente del país vecino era el entonces presidente de la Asamblea —Juan Guaidó—, y dijo que Maduro «tenía las horas contadas». Creo que escribí una columna sobre esto, en la que recordé al bot @BotHorasMaduro de Twitter. Lo que dije entonces es que las horas las tenía más contadas Duque que Maduro —por fortuna para los colombianos—, y todo indica que el próximo siete de agosto será así.
Desde entonces, agua ha corrido bajo el puente: nada menos que una pandemia de la que hoy agoniza su importancia política, y una guerra que comienza al otro lado del mundo. Y entretanto, en el escenario internacional Duque acumuló vergüenzas insignificantes —como la referencia intertextual a los siete enanitos en Francia— y otras más importantes —como la fallida profecía sobre Maduro—; y así, error tras error, para desgracia de los colombianos (¡honestamente!), granjeó hostilidades innecesarias —Irán— y debilitó la única alianza geopolítica de Colombia —Estados Unidos— cuando sus diplomáticos decidieron apoyar descaradamente a Trump en la reelección y en contra del actual presidente Biden, a quien los políticos del partido del presidente llamaban petrista, chavista, etc.
Pero como no hay peor profecía que la autocumplida, ahora Biden se acerca a Venezuela, lo cual, por otro lado, es la estrategia más inteligente que puede tener Estados Unidos para fortalecer la doctrina Monroe en Suramérica, donde ha perdido influencia en beneficio de Rusia, y hoy puede percibir la amenaza de tener cada vez más alineados a los latinos con el eje oriental. Recuperar la democracia liberal y la economía de mercado en Venezuela es la mejor garantía de paz y seguridad en la región.
Y, en comparación, sigue frío con el gobierno colombiano, que nunca entendió que debía cambiar de estrategia en tanto en cuanto la Casa Blanca había cambiado radicalmente de ocupante. Terco como solo lo puede ser un gobierno autoritario, Duque siguió hostilizando a un enemigo que no necesita —Venezuela— y cometiendo la más grande injusticia con su propio pueblo en Cúcuta y en Maicao, que está condenado a la pobreza y al subdesarrollo mientras sigan asediados económicamente por su propio gobierno.
Lo increíble es que nada de esto lo haya visto venir nuestro presidente, el joven curtido en Washington que nunca supo rodearse ni dentro ni fuera de Colombia, y cuyo legado quedará como agazapado detrás de la pandemia del covid, o mejor: absuelto por ella. Los colombianos, quienes, dicho sea de paso, tampoco nunca han entendido la importancia de las relaciones internacionales, deben empezar a preguntarse si seguir por el camino combativo contra Venezuela los conduce —más que al ridículo (que en últimas ni va ni viene)— al aislamiento político y económico.
(Créditos del video: «El Pitazo» y YouTube).