El presidente de Colombia se acaba de sumar un punto de oro en la política regional gracias a la opinión consultiva de la Corte IDH que reconoce que prohibir la reelección presidencial indefinida es una medida idónea y proporcional para evitar que un gobernante se perpetúe en el poder y dé al traste con el equilibrio de poderes y todos los dogmas del Estado de derecho. O dicho al revés: dijo la Corte que la reelección presidencial después del segundo mandato no es un derecho reconocido ni por la Convención Americana de DD. HH. ni, en general, por el derecho internacional.
Y es importante resaltar en este episodio al presidente Iván Duque porque fue él quien en cabeza de Colombia consultó a la Corte en 2019 como una movida para acusar las ambiciones de perpetuidad de Evo Morales en Bolivia.
(También es importante resaltarlo porque quizás sea la más notoria —o única— victoria en política exterior de Duque desde que empezara a andar el pedregoso camino del “cerco diplomático“ contra Venezuela, por no mencionar los desastres de la injerencia de diplomáticos colombianos en la elección presidencial gringa de 2020 o del magnicidio del presidente de Haití en 2021). No le ha ido bien a Duque ni a su gobierno en términos de fama internacional, pero este solo gol le puede servir para mostrar algún legado.
Es paradójico que hubiera sido Duque quien se levantara en la región para reclamar un pronunciamiento judicial en contra de la reelección indefinida, siendo él alfil de Uribe, cuya ambición de un tercer periodo fue atajada en 2009 por la Corte Constitucional de Colombia. Y es doblemente paradójico que el mismo sistema de protección de derechos humanos que le ha quebrado la cabeza a Duque con las denuncias de que su gobierno ha sido abusivo con la protesta social, sea hoy quien lo rescate del desprestigio.
Como fuera, el discurso republicano de la Corte es un testigo que puede recoger cualquier demócrata: los Estados liberales reconocen derechos políticos pero solo bajo la premisa de que debe prevalecer el orden democrático, es decir que no puede haber poderes ni perpetuos ni ilimitados. Esta doble limitación temporal y funcional se logra por medio de varias estrategias constitucionales como la división de poderes, pero, sobre todo, con la prohibición de la reelección presidencial indefinida. Ahora, está claro que una reelección perpetua como la de Castro solo es monarquía (o dictadura).
¿Será Duque el demócrata (o republicano) que recoja el testigo? No importa el prontuario reeleccionista de su mentor ni el hecho de que su predecesor (el presidente Santos) ya hubiera acabado en Colombia con la reelección luego de usarla para sí mismo como quien dice: “Este dulce es malo pero alguien se lo tiene que comer”. Elegido Duque sin posibilidad de reelección, es natural explicar su aversión al instituto.
Si bien Colombia se ha sacudido del mal de la reelección, América Latina no. Nuestras democracias, tan populares y sectarias, tienden inevitablemente a la aparición de líderes carismáticos, presidentes-mesías como Castro, Ortega, Uribe, Morales, Correa, o más recientemente Bukele, que quisieran decir: “La democracia soy yo”. Nos fascina sospechar que tendremos un régimen perpetuo, quizás por el despecho de nunca haber tenido un rey o un Reich.
De hecho, lo lamentable de la opinión de la Corte IDH es que en Venezuela, donde tanto se necesitaba, vale menos que el papel periódico, desde que este país denunciara el Pacto y se saliera de esa jurisdicción. Tal vez hubiera sido más afortunada hace años, cuando Chávez vivía, pero entonces Uribe quería reelegirse, y ni la derecha ni la izquierda del continente estaban por la labor de dar la discusión. Pero recordemos que todavía está gobernando el tirano de Nicaragua Daniel Correa, quien solo conserva la legitimidad que da un régimen de terror.
Y eso que no se trata de una sentencia, sino solo una opinión. Como dicen, la justicia tarda…