
No seré de los que cada segundo jueves de octubre, cuando la Academia Sueca anuncia el Premio Nobel de Literatura, fingen haber apostado por el nombre elegido. Tampoco diré que cada año, al igual que muchos columnistas presuntuosos, conozco la vida y obra del nuevo Nobel. No, de hecho, todo lo contrario. Este año, cuando anunciaron a Modiano, no sabía quién era él. Por culpa mía, sí, pues no es que Modiano antes del 9 de octubre fuera un don nadie. Por eso esta vez quise hacer un ejercicio de humildad intelectual.
El año antepasado, cuando anunciaron a Mo Yan y los medios no se cansaban de repetir el curiosísimo dato de que su nombre significa «cállate» en chino, esperé a la siguiente FilBo, medio año después, y compré una edición de Sorgo Rojo recién reeditada y lanzada con la propaganda de rigor por Anagrama. Leí, una noche, cuatro páginas y dejé el libro en la mesa de noche, para luego ponerlo a decorar un estante. Ni más. Creo que lo mismo le pasó el año pasado a muchas personas con los libros de Munro, los cuales, dicho sea de paso, no compré porque preveía que sus historias de amas de casa terminarían acompañando con poco decoro a Sorgo Rojo.
Este año dije que esperar a que la industria editorial hiciera el lanzamiento de los libros de Modiano era más ganas de pertenecer a una moda literaria que de leer a un autor premiado. Busqué en internet un libro de Modiano y quise leerlo para conocer al autor francés. Hay muchas formas de leer libros en internet o de descargarlos. Por pudor diré que lo descargué en iBooks store, aunque no es verdad.
Modiano me cayó bien: no es un escritor irrespetuoso del lector, como Murakami, quien no repara en escribir novelas de más de 800 páginas. El libro más famoso de Modiano, Trilogía de la ocupación, reúne tres novelas en 350 páginas, En el café de la juventud perdida tiene 130 páginas, siguiendo la tradición francesa de Camus o Saint-Exupéry, en la cual con pequeños libros se hacen grandes obras.
El texto elegido fue En el café de la juventud perdida, una novela con una prosa limpia y recursos audaces para recrear los barrios parisinos y el carácter de sus personajes. No es un texto que enganche al lector y lo haga leerlo de un tirón. Es más bien un texto de lectura suave pero deleitante, en el que se puede disfrutar ser el espectador de un drama de la vida común, sin épica, sin héroes: con personas que viven para pasar el tiempo sin esperar grandes gestas.
Narra las reuniones de un grupo de jóvenes parisinos de los años 60 que se reúnen en el café Le Condé, pero luego enfoca el relato en una mujer fascinante, Louki, una joven asidua de Le Condé que está llena de misterio y de belleza, sobre la cual recaen las miradas y el interés de los demás personajes, los cuales no llegan a saber mucho de su enigma.
En el café de la juventud perdida es una novela con capítulos intitulados, escrita en la franca primera persona pero con unos narradores mentirosos. Cada narrador en cada capítulo ofrece una visión diferente de aquella mujer y de su tiempo. Ningún narrador regala sus secretos y el lector pasa las páginas soportando las mentiras de sus personajes, que se mienten entre sí y le mienten al lector.
Una novela parisina de la posguerra, protagonizada por una juventud desocupada que se reúne en un café, centrada en una mujer que inspira deseo; una novela sobre el sentimiento literario de la frivolidad de la vida pero también una novela sobre la memoria, sobre el recuerdo: no son los jóvenes los que están perdidos, es la juventud, el tiempo que ya no está. Por eso está llena de regresiones y progresiones, movimientos en el tiempo que le dan dinámica a un relato con una estructura extraordinaria, donde se compacta lo que cualquier escritor desea: un tema fundido en la forma narrativa.
Qué bueno fue conocer a Modiano. Se lo recomiendo.
@VicentePerezG