Para esto no se necesitan figuras literarias: hace por lo menos una semana hay un incendio forestal que lleva arrasadas varias hectáreas de bosque virgen en el Catatumbo, y mientras tanto las autoridades locales y regionales solo se han encargado de ocultarlo, y el Gobierno nacional se ha dedicado a ignorarlo, abatido y encartado ante la emergencia social provocada por el coronavirus.
Las noticias empezaron a llegar de Cúcuta por los fuertes olores y la humareda que inundaba la ciudad. Primero se dijo que se debía a una quema de basuras provocada en el vecino municipio de Ureña, en el Táchira, quema de basuras que, por lo demás, era cierta, aunque, por más salvaje que parezca, difícilmente puede lograr cubrir de residuos un área metropolitana considerable como la de la capital del departamento. Entonces autoridades absolutamente ineficientes como la corporación regional (Corponor) se contentaron con echarle la culpa a los vecinos venezolanos, y en esa lavada de manos los periodistas locales, encabezados por el diario La Opinión, les supieron hacer el cuarto.
Ahora sabemos que la humareda terrible que empieza cerca al estado venezolano del Zulia y se ha derramado hasta la cordillera oriental, cerca a Pamplona, es causada por un incendio activo ocurrido en el municipio de San Calixto: plena zona roja del cultivo cocalero y del conflicto militar. Las imágenes que nos llegan son aterradoras: deben ser decenas de hectáreas encendidas que amenazan con propagarse cada vez más.
La afectación a la calidad del aire en Norte de Santander ha llegado a un límite desconocido en la historia reciente. En Cúcuta los conductores andan a ciegas, con los vidrios enturbiados, como si cayera un aguacero, y desde donde escribo estas líneas se ven borrosas las montañas que están a menos de cinco kilómetros. Una fortuna que estén suspendidos los vuelos (?), porque no habría cómo aterrizar.
Y así como los conductores que no pueden ver, tampoco lo hacen el resto de colombianos, a quienes nadie les cuenta lo que a nadie parece importar. Para los colombianos, en general, el Catatumbo es una selva lejana y casi vecina: nada o poco saben de sus truenos olímpicos, de sus ríos, de la vegetación profunda que nunca hemos sabido explorar; y para los cucuteños, en particular, es un patio trasero: la sombra de lo que se ignora. Al menos ahora, cuando tienen que usar tapabocas y además, con virus o sin virus, les cuesta respirar, pueden entender la importancia de la selva del Catatumbo y el problema tan grave que como departamento debemos afrontar.
Hemos dicho en esta tribuna que la riqueza natural que a los colombianos les hincha el pecho es también nuestra enfermedad: puesto que nunca la hemos explorado —desde siglos atrás han sido alemanes y americanos los «descubridores» de lo selvático—, estos espacios han sido ocupados por la ilegalidad, y desde el descontrol de la periferia surge el descontrol de la ciudad. Es sabido que el Catatumbo desde hace años es la selva más deforestada del país, y que eso se debe principalmente a la invasión de terrenos ejidos para el cultivo de narcóticos y para la minería ilegal. También hay cultivos ilícitos de frijoles y tal vez garbanzos, como las autoridades de San Calixto quisieran mostrar, pero a nadie le meten los dedos en la boca.
Lo triste es que seguiremos extrañando la presencia efectiva no solo del Ejército (como si se tratara, a pesar de la población civil, de una zona enemiga), sino especialmente del Gobierno nacional. Cuando se haya superado la pandemia en la que ahora todo el planeta tiene los ojos puestos, los incendios y la deforestación en el Catatumbo, al garete, van a continuar. Presidente Duque, es hora de actuar.
Apostilla 1: un amigo lector me comenta que la propuesta de vincular al Gobierno nacional es desacertada porque el sofoco de los incendios compete a los bomberos municipales y al gobierno departamental. Eso es correcto desde la burocracia, pero no puedo estar más en desacuerdo en los sustancial: el Gobierno central —si quiere continuar en un país centralista— debe hacer presencia integral, y el problema en el Catatumbo no se trata de incendios cualquiera, sino de una consecuencia del conflicto armado (política prioritaria de Bogotá).