En vista de las declaraciones en la opinión pública que han rondado durante estos días —luego del abatimiento del comandante en jefe de las Farc, alias Alfonso Cano—, sobre el posible acercamiento del (es muy apoteósico) fin del fin del conflicto armado colombiano, declaraciones contrastadas con los comunicados oficiales tanto de las Farc como del Eln quienes con artificial vehemencia y un discurso que no se creen aseguran seguir adelante por la causa revolucionaria, y todo lo anterior sumado al proyecto de ley que promueve el gobierno llamado Marco para la Paz, me surgen preocupaciones sobre este lejano final.
Por un lado, está el proyecto de ley, que busca elevar a rango constitucional la justicia transicional en aras de nuevas demovilizaciones de grupos armados ilegales y acelerar el proceso de verdad, justicia y reparación, que de uno u otro modo es imaginable la primero y lo tercero, mas no la justicia… A este proyecto se han opuesto congresistas de la misma Unidad Nacional, el caso del representante liberal Guillermo Rivera, quien argumenta que dicho marco beneficiaría a los miembros del Estado, y que la anhelada justicia se pueda convertir en impunidad al abrir la posibilidad -por ejemplo- de un indulto a delitos de lesa humanidad, acción contraria a lo firmado por Colombia en el Tratado de Roma.
Por el otro lado están los insurgentes, quienes con su terrorismo hacen más doloroso esta crónica de una paz (aunque sea forzada) anunciada. La guerrilla seguramente buscará reorganizarse y camuflar su inestabilidad con acciones terroristas aisladas pero de gran eco. Nunca en toda la historia del conflicto los grupos insurgentes habían estado tan ensimismados y humillados como en este momento que parece haber pasado el punto de no retorno en la ofensiva de las FF.MM. y la guerrilla, muy a su pesar, tiende a hacer de su agonía la muerte de muchos colombianos más.
Aun así, cuando en las ornamentadas salas del Congreso los parlamentarios debaten, o simulan debatir lo que ya se aprobó en la mesa de Unidad Nacional, y en la selva (o en las Montañas —según las guerrillas—) de Colombia se vive esta absurda guerra, de un lado y de otro se está omitiendo una verdad tan cruel como la del secuestro y las balas: la participación de menores en el conflicto. Esta verdad no puede ser ni omitida, aceptada resignadamente ni negada, y los colombianos hemos olvidado a esos niños a quienes el conflicto les ha robado el candor de su niñez sumiéndonos en una indolencia terrible.
Por ahora, muy probablemente, en la selva se sigan matando y en el Congreso se seguirá planeando el fin de esa matanza: tan eunuco lo uno como lo otro. Pero para que Colombia logre la paz debe recuperar su dignidad, y la de todos los colombianos seguirá por el piso si un menor debe alzar un fusil y botar un lápiz. Quizás sea abandonando ese camino (también la liberación de los secuestrados) y ningún otro, como nos acercaremos al verdadero fin del fin.
¡A PROPÓSITO! El director de El Espectador ofreció un mea culpa en un vídeo sobre el abordaje superficial de las marchas estudiantiles, un acto de valor y compromiso periodístico. Ojalá termine esa limitación sobre si hubo o no violencia en los disturbios, y el Gobierno deje de esperar el cese de la insistencia estudiantil. Omitir no es la vía.
@VicentePerezG