Blog de notas

Publicado el Vicente Pérez

Dos monumentos

Por distintos motivos y de repente, dos de los monumentos con mejor tarima de Bogotá ya no están más en pie. Uno era el de Los Héroes, demolido para dar espacio a las obras del metro; el otro el de los Reyes Católicos, que fue destronado temporalmente «por prevención» ante la última oleada de protestas.

De ese modo, como digo, estos dos símbolos que habían adornado la ciudad desde hace décadas ya no están más, y todo ocurrió sin mayor discusión. El de los reyes se entiende que estaba en riesgo luego de que en mayo de este año un grupo de misaks tumbara la estatua de Jiménez de Quesada que quedaba frente a la universidad del Rosario, y si causó malestar el adelantado conquistador, de seguro idéntico destino habría de seguir el símbolo de quienes encabezaron el imperio.

Vestigios del monumento a Gonzalo Jiménez de Quesada frente a la universidad del Rosario en Bogotá.
Vestigios del monumento a Gonzalo Jiménez de Quesada frente a la universidad del Rosario en Bogotá.

La demolición de Los Héroes obviamente debió ser planeada aunque no nos enteráramos. Dicen las noticias que se sabía desde 2018. Lo cierto es que un lunes se despertó Bogotá y vio cómo y tan fácil que caían las lozas que recubrían la fortaleza cuadrada que por cada lado celebraba las batallas que habían dado lustre a la Independencia: Pichincha, Carabobo, Ayacucho, etc., dejando solo al Bolívar Libertador ecuestre que con el sable desenvainado parecía dirigir una marcha bajo las banderas de sus naciones. En fin: un monumento romántico y ansioso de triunfo que desentona con el Zeitgeist de estos días en que la humanidad parece saciada de gloria y que, de hecho, sirvió de nodo del paro bogotano. Producto de esto quedó escrito en la cara frontal del monumento y en mayúsculas un oxímoron del que deben quedar fotos:

LIBERTADOR

OPRESOR

A algunos les parecerá desalentador; a mí me parece magnífico. No se explica de qué manera al salir del aeropuerto Eldorado y tomar la calle 26, el primer recuerdo en el camino era el de los reyes de Aragón y Castilla, puestos en una plazoleta absurda donde nadie entraba al estar bordeada por dos vías rápidas y sin puentes peatonales. Era un sinsentido, un homenaje a lo incómodo de mirar y, sobre todo, un desafío innecesario a quienes todavía exponen las heridas abiertas de la historia.

Dicho de otro modo: contrario a su etimología, los monumentos no necesitan recordar cuando pueden inspirar, y en ese campo hay una infinidad de valores y sensaciones que se pueden promover en reemplazo de las glorias o las tragedias del pasado: más inteligencia, libertad, trabajo, sencillez, amor y respeto; menos celebridades, menos uniformes. Sin duda hay un aire de iconoclastia muy poderoso alrededor del mundo, quizás movido por los flujos migratorios que descubren que lo que fue gloria en Bélgica fue tristeza en el Congo, o que lo que se celebraba en Bogotá se lloraba en Soacha (y se enterraba en Ocaña).

Quizás no hay necesidad de hacer un monumento en honor a los falsos positivos en Colombia ni a los demás desaparecidos en Latinoamérica porque, al fin de cuentas: ¿qué honor les va a caber, o sobre todo, para qué lo van a querer, máxime tratándose de la ambición que ha movido a muchos sus desaparecedores?

Quizás el criterio para decorar el espacio público sea solo la necesidad de preguntarse si se trata de lazos que inspiren o si son simples símbolos de autoridad. Porque si es para lo último, que los sigan tumbando.

@VicentePerezG

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