Podría decirse que a Biden y a Trump, los separa un abismo político e inclusive ideológico. Pero una mirada más detenida, dejando de lado las simples palabras y atendiendo las decisiones que han impulsado y tomado, las diferencias disminuyen, permitiendo avizorar afinidades, sustentadas en el terreno común que, en general, demócratas y republicanos han compartido por decenios,
hasta cuando, hace doce años Trump tomó el control del Partido Republicano, sacándolo de su posición tradicional, diríamos histórica, de ser una fuerza de centro derecha. Control que continuará si el Presidente les responde a los reclamos ciudadanos por más empleo y menor inflación, lo que, hasta ahora no ha logrado; mientras tanto permanece inmerso en su sueño mágico de volver a “los viejos buenos tiempos”, de los años sesenta, cuando Estados Unidos
reinaba, indisputado, en el mundo occidental capitalista.
Respecto a Gaza, de acuerdo con lo planteado por Biden y que Trump busca imponer, comparten el interés de garantizarle a los gazatíes el derecho a sus territorios históricos y a su identidad nacional, obviamente en un escenario modificado por tres cuartos de siglo de guerra, violencia y despojos, a los cuales sobrevive el derecho y la voluntad de los palestinos de consolidar su identidad y su espacio territorial, político y cultural. Para lograr ese propósito, a Biden le faltó la dureza, el puño apretado que sin temor enarbola Trump, para imponer su voluntad que, en este caso debemos apoyar. No parece que un posible pleito, desarrollado debajo de la mesa, estuviera moviendo acuerdos o intereses que desdigan del reconocimiento del legítimo derecho del pueblo palestino a ejercer, en su espacio histórico, que les ha sido desconocido y negado por años. Esta sería la derrota del sueño de Hamas, de pretender borrar del mapa y de la Historia al pueblo judío, desconociendo que también es palestino. Igualmente, del lado judío, están los integristas fanáticos, que deben ser derrotados, pues niegan la Historia que reclaman para justificarse, al pretender expulsar hasta al último palestino de unas tierras que igualmente les pertenecen, pues son su patria.
Desde la creación del Estado de Israel, hace decenios, se dijo que Palestina era israelí y árabe; como consecuencia, ambos pueblos tienen el derecho y el deber histórico de compartir ese territorio y de convivir en paz, como naciones independientes y soberanas.