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Un mundo donde quepamos todos

Por: Lorena Vargas (@lorenavargas_s)

Somos nosotros los responsables de la realidad que percibimos, ese es un hecho indiscutible. Este país no nos gusta, pero es el que hemos construido con nuestro desinterés, somos sujetos políticos y optamos por ignorar nuestra naturaleza y, en consecuencia, las cosas que deberían importarnos.

Es por esa capacidad de incidir en la realidad que deberíamos propender por alcanzar cada vez una mayor precisión de hechos y palabras, y para lograrlo debemos comenzar a comprender que cada palabra importa, y que acompañadas por actos tienen poder de transformación.

Por ejemplo, cuando se intenta equiparar la palabra “conflicto” con la palabra “violencia”, se repercute negativamente en nuestra capacidad de transformación social por la vía de la crítica y el diálogo, pues comenzamos a forjar una homologación negativa de la primera siendo ésta la situación generadora de análisis y confrontación acerca de nuestra concepción de los hechos.

¿Desde cuándo hacemos homologación directa entre conflicto y violencia? El conflicto es una situación que abre la posibilidad del pensamiento crítico. Si bien nada que nos tensione nos gusta, esa afectación generada por la potencia del conflicto que nos confronta es la que nos permite reformular criterios para afrontar desacuerdos de una forma en la que podamos exponer nuestros puntos de vista de una manera no violenta y que conlleve a la implementación de medidas pacificas de solución.

Todo acto de violencia se despliega con la finalidad de eliminar la diferencia, caso disímil al del conflicto, que permite replantear nuestras bases y pensamientos propiciando la transformación de la visión de las circunstancias. Lo que vemos no es necesariamente la realidad, hay que dudar de las certezas, pues cuando damos por naturalizado lo que nos pasa, se niega la posibilidad de la discusión y por ende de avanzar.

Es normal que nos moleste lo conflictivo porque nos resta comodidad, pero a su vez nos permite reconocer que somos diferentes y nos permite hablar de respeto, reconociendo directamente la existencia del otro. Sin embargo, hemos caído en el error de equiparar respeto y tolerancia haciéndose necesario precisar que no son iguales, pues cuando toleramos no discutimos la manera en la que el otro se mueve en el mundo. Dicen algunos que “debemos respetar al otro tal y como es”, pero tal frase es errónea, debemos respetar la esencia de humanidad, pero poniendo en cuestionamiento las acciones propias y ajenas.

Hace falta la pedagogía del conflicto, del pensar diferente, de poner en discusión las verdades, de tener autonomía para ser capaz de decidir civilizadamente por la vía del diálogo, enfrentando al otro por la lucidez de los argumentos y no por lo certero de los golpes. Está en nuestras manos construir un mejor mundo donde todos quepamos pero no de cualquier manera, sino haciendo la tarea que nos corresponde.

 

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