Bajolamanga.co

Publicado el Bajolamanga

Reclutamiento forzado de jóvenes

Por: 

Es un lugar común, lo sé, pero el hecho de que algo sea un cliché no lo hace menos cierto y más en este tema, en la importancia de los jóvenes para una sociedad. Sus problemas generales van desde las dificultades para conseguir trabajo, hasta terminar sus estudios; pero en la piscina de desigualdades que es nuestra sociedad, algunos problemas afectan a poblaciones particulares en situaciones específicas.

Uno de esos “problemas desiguales” es el reclutamiento forzado de jóvenes en Medellín. Algunas investigaciones recientes han delimitado algunos factores particulares que aumentan el riesgo de que los jóvenes ingresen –voluntaria o forzadamente- a estructuras delincuenciales como los llamados “combos” o incluso a estructuras más organizadas del crimen.

El primer elemento de este diagnóstico es el perfil de los reclutados forzosamente, que suelen estar entre los nueve y dieciséis años, son en su mayoría hombres –aunque también hay casos preocupantes de mujeres-, y lo más probable es que entren a integrar las jerarquías bajas de las organizaciones criminales, empezando con periodos de “aprendizaje” como “campaneros” –vigilancia-, “carritos” –transporte de drogas y armas- y “gatilleros”.

La segunda característica que comparten estos jóvenes es lo que podríamos denominar “problemas de inserción económica y social”. En efecto, son pelaos que no pudieron terminar sus estudios de bachillerato –desertando comúnmente en el grado noveno, pues la cobertura pasa de más del noventa por ciento a menos del sesenta entre secundaria y media en Medellín, de acuerdo a datos de Medellín Cómo Vamos-; y tampoco encontrar trabajo formal o estable –en 2012 la tasa de desempleo en jóvenes era del 18%, casi el doble que la tasa general-.

El tercer problema es lo que se podría denominar “abandono” familiar; no en el sentido convencional de desconexión completa entre hijos y figuras paternas, sino en tanto muchos de estos jóvenes tienen papás –o solo mamá- que trabajan en una lógica de supervivencia informal, sin horarios claros, o extremos, en donde la “convivencia” familiar se convierte en un lujo que pocas veces se puede dar la familia. En estos contextos, aunque los pelaos tienen “papá y mamá”, sus relaciones con figuras de autoridad e incluso cariño se dan por fuera del hogar y, en ocasiones, con grupos de pares asociados con las dinámicas complejas de delincuencia o consumo de drogas.

Ante todos estos factores de riesgo –y algunos más que se presentan en casos particulares, como violencia intrafamiliar, tradiciones familiares ilegales, entre otros- muchos jóvenes de la ciudad se encuentran a merced de las bandas y combos. Por eso no sorprende –aunque horrorice- que durante los últimos veinte años de historia del homicidio en Medellín, los jóvenes (14-28 años) representen cada año más del cincuenta por ciento de las víctimas.

¿Qué hacer entonces?

Aunque la discusión sobre los jóvenes pueda sonar como lugar común, las soluciones para sus problemas no pueden caer en esa misma lógica, por eso resulta algo difícil plantear alternativas de política para estos asuntos. Sin embargo, existen algunas apuestas que han mostrado resultados positivos y que, al apuntar a los elementos detallados en el diagnóstico que acabo de presentar, podrían tener mejores posibilidades de lograr reducir el riesgo de muchos jóvenes de ser reclutados por estructuras armadas.

Lo primero es formalizar las expectativas, es decir, mejorar los canales de comunicación entre la “informalidad barrial” y la “formalidad urbana”; esto supone esfuerzos importantes en las oportunidades de educación, empleo y desarrollo personal. Lo que nos lleva a la segunda idea, consolidación de oportunidades reales y realistas de inserción, de la mano de la educación por supuesto (con un ampliado programa de becas, por ejemplo), pero acompañado de compromisos de agentes sociales como las empresas en temas de empleabilidad. Finalmente, cambiar los paradigmas de éxito en la mentalidad de la ciudad, pasar de la moto y el celular como señales de estatus, reivindicar otras fuentes de reconocimiento social.

Nota: muchas de las ideas de esta columna son producto de una muy buena conversación sobre el tema con el politólogo Felipe Lopera, a él muchas gracias por ese espacio.

 

Esta y otras columnas podrá leerlas en www.bajolamanga.co (@bajo_lamanga)

Comentarios