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Precampaña y el arte de invocar buenas ideas

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Entramos en época de precandidatos y precampañas. Época para establecer lo programático a nivel local, donde se determinará qué idea de ciudad y de departamento es posible desarrollar desde el ejecutivo en los próximos años; momento para que las ideas sean las protagonistas.

¿Cómo asegurar la producción de buenas ideas? Una idea nace de la reunión de una red neuronal: nunca es un hecho aislado. La metáfora es útil. Trabajar en red, con un grupo diverso, inclusive en un ambiente caótico, puede ser altamente beneficioso para parir buenas ideas. Ya hay precandidatos asegurándose el trabajo con grupos nutridos, jóvenes y diversos; momento para idear y visionar. Época de construcción racional.

Pero décadas de conflicto armado, millones de víctimas, heridas profundas y múltiples dolores, han dejado huella en el electorado y han hecho que nuestra política se plantee a menudo de manera emocional. Aunque apelar a la emoción vende, y más en política, la emoción es poco útil a la hora de diseñar políticas públicas que respondan a una visión compartida capaz de construir región.

Chogyam Trungpa decía que consciencia política era la “habilidad de no dejarse tragar por enfermedades personales o por las preocupaciones y tristezas de la mente individual”. Se refería el budista a que una emoción personal no puede hacer política por el simple hecho que lo individual precisamente no es social. Insultar a Santos y a Uribe por Twitter no es opinar en política. Tampoco lo es tirar papas bombas bajo la seguridad de una capucha anónima cada vez que no se comparta una política estatal; es más bien exhibicionismo, catarsis y poca preocupación genuina por el país.

Decía Margaret Thatcher que “puede que un hombre suba al Everest él solo, pero cuando llegue a la cima, lo primero que instala es la bandera de su país”. Lo colectivo por encima de lo personal. Es necesario pasar de la emoción, que es completamente personal, a las ideas, que pueden ser colectivas. Idear exige abstracción; la rabia puede convertirse en propuesta, la indignación en idea, la frustración en proyecto.

Las ideas tienen una virtud adicional: al estar basadas en principios pueden crear visiones largoplacistas. Cualquiera que haya trabajado en el sector público sabe que no hay tiempo para pensar; solo existe tiempo para la acción. En los pasillos de los edificios públicos, se escucha una frase que expresa esta realidad: “por atender lo urgente nos olvidamos de lo importante”. Esta inmediatez hace que en nuestro contexto, un buen político es aquel que responde rápidamente a la catástrofe o contingencia del día; el político entendido como bombero.

Necesitamos plataformas programáticas construidas con visión estratégica que aglutinen, dirijan y eviten la dispersión. Planes ricos en ideas que abran ojos y permitan ver, porque solo ideando diferente, actuaremos diferente. Ulises se amarró al mástil del barco, se vendó los ojos y se tapó los oídos con cera para no sucumbir al embrujo de las sirenas y poder llegar a su casa; foco. Necesitamos propuestas que apunten a convertirse en visiones a largo plazo, que sepan recoger lo sembrado en gobiernos pasados y que impidan que la emergencia de lo cotidiano nos trague; sirenas con poder de distracción hay bastantes.

 

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