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Por qué hay que amar a Harry Potter

 Cuando me enteré estaba en mi cuarto. Lloré durante horas, fue mi primera tusa literaria. ¿Dumbledore, muerto de verdad? ¿A manos de Snape, además? Siempre supimos que era un traidor. Todo lector fiel de Harry Potter recuerda, sin duda, ese momento. La muerte del sabio, del padre y amigo, de la brújula y el mapa de nuestro héroe. Ese dolor profundo, esa impotencia. ¿Dónde estaba cuando lo leyó? ¿Lloró, sintió rabia, dejó de leer?

La de Harry Potter podría ser, fácilmente, la saga que más he disfrutado. Competía con mis compañeros de curso por quién compraba primero el libro. Había que devorarlo, además, porque era una verdadera tragedia enterarse de algún detalle crucial por un tercero. En mi colegio éramos pocos los aficionados; casi nadie entendía por qué en adición a los textos de matemáticas y español llevábamos en la mochila otro más, uno gordo, que leíamos entre clases o en el descanso. Pero quienes lo hacíamos, lo hacíamos con la fuerte convicción de que esas letras albergaban un sentido que trascendería las barreras del tiempo.La razón de cargar con ese peso, creo,después de recordar a mis dos colegas de lectura (ambos pecosos, como Ron) y a mí misma en uniforme verde oscuro, pero soñando con portar la bufanda dorada y escarlata, es que Harry Potter era, además de una serie de aventuras, una guía para la vida.

En mi generación crecimos con él. Cuando Harry tenía 11 años, nosotros también. Y entonces, esperábamos con ilusión, cómo no, que llegara una lechuza a nuestra casa en Colombia, contándonos que a pesar de ser hijos demuggles(no – magos), nosotros éramos diferentes. Hermione, la mejor amiga de Harry, despeinada, solitaria y pretenciosa, fue el primer referente femenino que tomé con seriedad. Empecé a ir a la biblioteca por ella. Ya amaba los libros y me gustaba estudiar, y eso me hizo sentir que no sólo yo me parecía a ella; ella también se parecía a mí. Quería ser la Hermione de mi grupo de amigos, la que siempre tenía las respuestas o sabía dónde encontrarlas.Aquellos libros no sólo nos mostraronel enorme valor de la inteligencia sino también el de la lealtad y la valentía.Los problemas de Harry, Ron y Hermione iban cambiando a medida que crecían, y siempre se trató de un retrato bastante verosímil del momento que vivíamos sus lectores. Primero, los amigos. Luego, el amor. Finalmente, la muerte. Harry nos enseñó a despedirnos de los seres amados y a comprender que theoneswelovenevertrulyleaveus (aquellos que amamos nunca nos dejan realmente). Por supuesto, hay lectores mayores y menores, pero parte de la magia – no la delexpectopatronumo la del callejón 9 y ¾ – fue esa cercanía que, incluso hoy, logra que el parecido con Harry de un tipo de ojos azules y acento inglés nos sonroje.

Así como mi papá me regalaba libros de Tom Sawyer, su personaje favorito de la niñez, yo voy regalarles a mis hijos las aventuras del “niño que vivió”. Espero darles a ellos o a mis sobrinos el obsequio que una mujer hermosa me hizo a mí cuando me dio Harry Potter y la piedra filosofal:el amor por los libros gordos. Yo no aprendí gracias a los personajes de Shakespeare sino a los de J.K. Rowlingque la gente no es buena o mala y que, como decía el sabio Dumbledore, no son nuestras capacidades sino nuestras elecciones las que determinan quiénes somos en realidad.

Hay que amar a Harry Potter porquenos hizo más amables con la diferencia. Porque nos probó que ser vulnerables no significa que no podamos ser valientes. Hay que amar a Harry Potter porquenos permitió soñar con gigantes y centauros en un mundo de adultos como nuestros maestros y de niños como nosotros. Porque sacralizó la amistad. Pero hay que amarlo, sobre todo, porenseñarnos que las palabras son la fuente de magia más inagotable que existe en el mundo.

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