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No dar papaya

Por: ANDRÉS PRECIADO (@andrespreciado3)

Pareciera ser que en un país como Colombia la máxima de vida es no dar papaya. Esa debería ser la enseñanza o consejo que un padre transmita a su hijo o lo que los colegios deberían tener como foco de enseñanza, introducir a los pequeños en la ciencia de no dar papaya o dar instrucción sobre como otorgar papaya la menor cantidad de veces posible.

El párrafo anterior lo ha podido dejar desconcertado por la afirmación que contiene, pero si hacemos un análisis detallado de algunos hechos del día a día en el país y de situaciones coyunturales de la última semana esa será nuestra gran conclusión.

Piense por ejemplo que en Bogotá propusieron un vagón rosa o bus rosa para evitar las constantes agresiones e intimidaciones sexuales, incluso violaciones, de las que son víctimas las mujeres en los sistemas masivos de transporte. Ante un problema habitual decidimos que antes que enseñarle a los hombres a no ser violadores y acosadores, preferimos enseñarle a las mujeres a no dar papaya.

Hay otra cara del no dar papaya que es perversa, es la situación en la que si se cruza con un personaje que da papaya, usted está en la obligación de capitalizarla a su favor y utilizarla. El argumento es bastante simple: si alguien se pone en una situación desventajosa de la que usted puede sacar partido, hágalo, igual el culpable es el otro por dar papaya.

Señalo que es perversa en cuanto la culpa recae en aquel que da papaya y no en quien la aprovecha desigual e inescrupulosamente. Nuevamente el ejemplo coyuntural cae bien para explicar el punto ¿o no fue eso lo que hicieron políticamente quienes se burlaron del incidente de salud del presidente? Que Santos se orinó, todos lo vimos, cosa que es normal en una persona enferma que no hace mucho salió de quirófano. ¡Sí! Está enferma, ahora, ¿eso le da o resta capacidad para ser presidente? Ninguna de las dos.

Los ejemplos abundan, nuestra sociedad se divide en dar papaya y aprovechar la papaya que dan, nos pasa en todo y ya muchas personas lo han llamado ventajismo o culto al avispado. Nos parece una proeza y no algo digno de repudiar, pues no somos capaces de ver la ruindad detrás del cálculo para aprovechar una calamidad o desventaja en el otro.

Desde los jugadores de fútbol colombiano, pasa igual con el resto de suramericanos, que no tienen problema en hacer tiempo todo un partido cuando justamente les pagan por jugar, hasta los políticos, padres de la patria, que ven en un suceso lamentable la forma de clavar un cuchillo.

 

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