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Medellín en la encrucijada de las próximas elecciones

Nadie puede negar la transformación que Medellín ha tenido en dos décadas: un estado local que se ha fortalecido financiera y burocráticamente; índices de violencia que si bien están lejos del ideal de seguridad, nos han distanciado del nefasto rótulo de ser la ciudad más violenta del mundo; mejoras notables en atención a primera infancia; avances en la infraestructura educativa, en sistemas de movilidad y en cobertura de servicios públicos.

Hay pendientes en distintas áreas, por supuesto: por ejemplo, en transparencia y manejo eficiente de recursos que implique no desperdiciar el buen estado de las finanzas locales; en la mejora de las situaciones que generan inseguridad a los ciudadanos, particularmente las ligadas al hurto y la extorsión, y continuar con la senda decreciente de homicidios; en la atención a la población juvenil que se encuentra sometida a una espiral de desempleo, pocos cupos educativos, drogadicción y delincuencia, además de dignificar las condiciones de vida de muchos habitantes de tercera edad; en pasar de la apuesta por la infraestructura a una por la calidad en materia de educación; en fortalecer el sistema de movilidad y hacerlo cada vez más un asunto metropolitano, entre muchos otros aspectos.

Esos cambios positivos de la ciudad no atienden de manera exclusiva, como muchos señalan, a deidades políticas que fueron salvadoras en momentos de tinieblas, tampoco se debe a la suerte o simplemente a un superávit en EPM que hizo que todas las inversiones tuvieran presupuesto. Los cambios se produjeron por la confluencia de factores sociales, políticos, culturales y económicos que en un momento preciso generaron una espiral virtuosa de procesos acertados y decisiones a favor del progreso de la ciudad.

Hay dos de esos procesos que están íntimamente vinculados, el social y el cultural, en tanto debemos reconocer una revisión, al menos cuestionamiento, de esas concepciones sociales y esas posturas morales que hicieron de Medellín el epicentro del narcotráfico en los ochenta y su impacto en todo el entramado de relaciones en la ciudad. No quiere decir que situaciones como el culto del avispado, el familismo amoral en relación con la delincuencia, la cultura del atajo y el todo vale quedaran atrás, pero es algo que reconocemos como nocivo y tratamos de contrarrestar, acaso empujados por ese chauvinismo que busca que Medellín siempre esté en el top, cosa que mesuradamente puede ser positiva.

En cuanto a lo económico destaca EPM como la joya de la corona del patrimonio público y parte de la explicación de la fortaleza administrativa del municipio de Medellín como ente gubernamental, por eso su protección y cuidado es un asunto de la mayor relevancia de cara a las próximas elecciones. Adicionalmente debe señalarse el papel que en asuntos de ciudad comenzó a tener el sector privado, más allá de la generación de empleo. Iniciativas como Medellín Cómo Vamos, entre muchas otras, dan cuenta que al empresariado antioqueño le importa y duele su ciudad, que además se mueve de distintas maneras y en distintos espacios (Proantioquia, Cámara de Comercio, por mencionar algunos) poniendo en discusión y debate público los principales temas de desarrollo y visión conjunta, además que no le teme a la participación activa y decidida cuando se trata de defender lo público y la agenda de ciudad que se ha construido.

Y finalmente en materia política hay que reconocer el impacto de gobiernos sucesivos que han hecho las cosas, en la mayoría de materias centrales, de manera correcta, sin escándalos de corrupción comparables a otra ciudades del país, y en una relación directa y fluida con el gobierno nacional y el departamental, en la mayoría de casos.

Por todo esto Medellín merece que su próximo alcalde haga énfasis en procesos sociales con enfoque de cultura ciudadana, que tenga a la seguridad como su énfasis pero no llegue a extremos nefastos como el que produjo la operación Orión, que conecte los temas de la juventud con los de educación y empleo, que conozca los asuntos de movilidad y se preocupe por ellos y que tenga claro que la prioridad es y será Medellín, no una posición en relación a la paz ni una pelea con el gobierno nacional, muchos menos repetir las cosas que ya se hicieron, en Medellín el gobierno debe ser tan innovador como es cambiante el contexto y como cambian los problemas, por eso las segundas partes son riesgosas.

Medellín requiere un alcalde que tenga la ciudad como su prioridad, que la conozca y le de una mirada renovadora a los problemas centrales de seguridad, agenda social y movilidad, que procure relaciones fluidas con el gobierno nacional y departamental sin caer en la zalamería o la oposición per se y que entienda la importancia del sector privado y de los procesos políticos de ciudad que nos han permitido llegar a donde estamos para pararse en hombros de gigantes y continuar mejorando

Hay un candidato que cree en ese proyecto de ciudad, para el lector y el elector es fácil de identificar.

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