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Los rostros de la descomposición

Por: Sebastián Díaz (@sebastiandiazlo)

Fue un momento que me impresionó bastante. Y durante el resto de esa noche no pude sacarme su rostro de mi cabeza. Él estaba trabajando desde hacía siete horas en los buses de, literalmente, toda la ciudad. Vendía un producto que a mi juicio, y para lo que ofrecen los vendedores a diario en estos medios, es innovador. Un tarrito que en su interior tiene pequeños palitos de galleta y una salsa de chocolate. Los repartió en un bus a medio llevar. La gran mayoría de los pasajeros le compró.

Yo no podía dejar de ver su rostro de mirada caída y perdida, pero con una voz fuerte y clara que reflejaba su temprano paso por el mundo de los adultos. Con tan solo 11 años, del barrio Juan XXIII, al occidente de Medellín, estaba trabajando desde las 2 de la tarde.

Cuando ese niño terminó de ofrecer sus productos, se sentó en la parte trasera del bus que estaba vacía. No aguanté. Cogí mi maleta, me senté a su lado y le dije que me vendiera uno de esos tarritos. Él no me miró. Estaba engolosinado comiéndose uno de ellos. Con los labios enchocolatados me dijo que costaba seiscientos pesos. Recibió las monedas mientras se pasaba la lengua por toda su boca con justa razón: ya el reloj marcaba las nueve de la noche y aún no había probado bocado.

Él solo vive con su madre, que también trabaja en los buses vendiendo el mismo producto. Su padre fue asesinado hace 10 años en hechos que ni él mismo entiende y por eso le toca salir a ayudarle a su mamá con los gastos de la casa. Estudia, sí, de seis de la mañana a dos de la tarde, momento después cuando llega a su casa para almorzar y alistarse para trabajar toda la tarde y buena parte de la noche por toda la ciudad hasta el momento que la noche diga. ¿A qué hora hace tareas? No hace. Según me dijo, casi no le ponen en el colegio y por eso tiene todo el tiempo libre para hacer lo que quiera. Él prefirió trabajar.

A su edad ya tiene medio mundo recorrido y aprendido para bien o para mal. Esa es la situación: niños que se paran en semáforos y buses para vender, para trabajar cuando deberían estar apenas comprendiendo su mundo, a veces inocente, a veces fútil, pero que es tan necesario vivir.

Según un informe presentado por el Dane, hasta Junio de 2011 se identificaron 1.050.147 de niños y niñas trabajando en Colombia en cualquier oficio para contribuir, como es el caso del niño que me encontré ese bus, al sostenimiento de su familia.

Y las cifras en Medellín son aún más alarmantes. Según el diagnóstico de infancia y adolescencia de la Alcaldía de Medellín en 2012, los niños y adolescentes trabajadores entre cinco y diecisiete años en la capital antioqueña y su área metropolitana era de 682.364 siendo, vergonzosamente, el 15,16% del total nacional, y en sólo Medellín se estima que existen 43.160 niños y niñas trabajando, aunque el 91% esté en estudiando en alguna institución educativa.

Para redondear este escenario. Hace unos días se conoció el caso de una niña de 11 años en Cali que, supuestamente, fue obligada por su padres a ingerir 104 capsulas de cocaína que luego le estallaron en su estómago, y que hasta el día que escribo esta columna aún la está en cuidados intensivos. A partir de ese momento carga el indignante título de la ‘mula’ más joven del mundo.

Las cifras, a veces exageradas o atenuantes, son el reflejo de esa realidad. No mienten como tampoco mienten los rostros de esos niños que muestran la descomposición de una sociedad que se acostumbró a verlos guardar sus sueños y fantasías en recovecos para empezar la vida errática de un adulto.

Adenda: Punta de lanza se llamó la empresa de entrenamiento militar del israelí Yahir Klein, el mismo que llegó a Colombia a finales de los 80 para entrenar paramilitares que luego asesinaron guerrilleros, pero también campesinos, líderes comunitarios, defensores de derechos humanos y hasta candidatos presidenciales. Ese mismo nombre tiene el programa online del señor Jaime Restrepo, el uribista autollamado defensor de las víctimas de las FARC, que mojó prensa hace unos meses cuando insultó por Twitter al senador Iván Cepeda; el mismo que apareció en una columna en la revista Semana en la que le preguntaron si fue alias “Samuel”, el candidato a la Personería de Sonsón por los paramilitares; el mismo que tilda de guerrilleros y comunistas a todo aquel que no esté de acuerdo con sus comentarios agresivos e incendiarios. Será pura coincidencia de nombres…

 

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