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Los hijos de la guerra

Por: Sebastián Díaz (@sebastiandiazlo)

Este fin de semana me reuní con unos amigos y hablamos del debate de la semana pasada en el Congreso: el del senador Iván Cepeda contra el senador Álvaro Uribe por sus presuntos vínculos con paramilitares y narcotraficantes. Una de las conclusiones fue que, si bien era necesario, este país quedó más polarizado. Y eso significa mucho después del matoneo y la intolerancia que se ve a diario en redes sociales y cuyos artífices, en esencia, son los que están arriba.

Los senadores Cepeda y Uribe son la antítesis política el uno del otro, pero en algo se parecen: son hijos de la guerra, de papás asesinados por las extremas guerreristas, intolerantes y mafiosas que han visto en la lucha armada un medio para satisfacer sus deseos de venganza. Fue un debate y una catarsis aireada que ambos debían hacer, y más Cepeda que tanto ha persistido en el tema.

Yo insisto que el debate era necesario porque creo que Uribe aún le debe contar mucho al país acerca de su pasado y de los escándalos que le estallaron en las manos mientras fue presidente de Colombia. De eso he hablado mucho y no quiero profundizar. Lo que también creo es que había maneras de llevarlo, de exponerlo y sobre todo de comportarse. A pesar de mostrar la relación del expresidente Uribe con el narcotraficante Luis Carlos Molina Yepes, quien firmó los cheques para pagar el asesinato del recordado periodista Guillermo Cano, el debate no aportó nada novedoso del supuesto “pasado tenebroso” del citado, porque las versiones de paramilitares que vinculan al expresidente con esa organización han sido ampliamente difundidas por los medios de comunicación.

Y Uribe no sólo demostró el desprecio que siente por las instituciones, sino que quedó en evidencia, una vez más, cómo él prefiere desvirtuar que responder las acusaciones que se le hacen -quizás para no entrar en cólera como casi siempre sucede cuando le preguntan lo que le incomoda-. El debate será recordado porque él huyó de la sala después de despacharse contra varios senadores y ministros.

Pero ni lo de Cepeda ni Uribe puede quedarse así. Es hora de decir no más. De exigirle a la justicia que alguno de los dos responda ante la ley. Si es Cepeda el que calumnia y compró paramilitares para que testificaran en contra de Uribe, que sea juzgado por los órganos competentes; o si es cierto todo lo que se dice del expresidente, pues vamos a tener que llevarlo a la justicia, así su guardia pretoriana, encabezada por José Obdulio y la obnubilada Paloma Valencia digan que se incendia este país.

Más que debate, también, fue un resumen de la violencia de los últimos 30 años que nosotros hemos padecido y que nos hizo, asimismo, hijos de la guerra. Pero si queremos llegar a un punto en común vamos a tener que judicializar a los políticos que se aliaron con paramilitares y a los que se aliaron con las guerrillas.

¿Qué algunos militantes de la UP eran brazos políticos de las Farc? Quizás los hubo y deberán recibir la rigurosidad de la ley los pocos que aún quedan vivos, porque mientras que los parapolíticos están hoy en las cárceles, los Farcpolíticos fueron asesinados. Ahí quedó una verdad y no creo que algunos asesinatos sean menos graves. Algunos los han tratado de hacerlo ver así y miren en lo que vamos: tratando de llegar a la verdad en memoria de las millones de víctimas que han dejado décadas de sectarismo. Las formas de lucha en Colombia no se han judicializado, sino que se han asesinado. Acabaron sistemáticamente con la UP mientras que lo correcto, lo ético y lo humano era llevarlos ante los tribunales para que pagaran por haberse aliado con estructuras ilegales.

En Colombia la ambición entre criminales y políticos, las alianzas entre el Estado e ilegales para combatir a otros delincuentes, como sucedió con Pablo Escobar y, posteriormente, con el Cartel de Cali han dejado una huella de terror tan grande, que en menos de un año asesinó a miles de civiles, decenas de defensores de derechos humanos y a toda clase de dirigentes políticos, entre ellos tres candidatos presidenciales, y cooptó casi todas las instituciones del establecimiento.

Si eso no nos ha hecho hijos de esta guerra y no nos lleva a entender que narcotraficantes, paramilitares, guerrilleros y dirigentes que se aliaron con ellos son iguales de criminales, no creo que alcancemos pronto la paz que con seguridad todos queremos.

Entre comillas: dejo esta frase de BenjaminFranklin que ayuda a profundizar esta columna: “nunca existió una buena guerra ni una mala paz”.

 

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