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La democracia en Colombia

Por: SANTIAGO SILVA JARAMILLO (@santiagosilvaj)

Todos los vicios y frustraciones de la democracia colombiana se pueden ver en un escenario de lo más común para muchos ciudadanos: una asamblea de copropietarios. Ese ejercicio, sostenido en reglas y procedimientos democráticos, nos da pistas sobre los desafíos y los alcances de nuestro sistema político y cultura democrática.

Así, vemos el salón separado en dos facciones: los que apoyan la pavimentación de algunos tramos de la carretera común, y aquellos que se les oponen. Los primeros se agrupan alrededor del presidente de la junta de copropietarios y reúnen a casi dos tercios de la asamblea. Los segundos se agrupan bajo el liderazgo de uno de los mayores propietarios y antiguo dueño de la finca que al parcelar se convirtió en la copropiedad. Son solo unas diez personas, pero como los votos “pesan” respecto al área de la propiedad de cada miembro de la asamblea, los segundos tienen suficientes votos como para que al votar se alcance la mayoría calificada que requiere la decisión. Hay un tercer grupo: apáticos (los que no asisten), y neutrales (los que se abstienen de votar).

En efecto, la falta de participación acaba con los votos de la mayoría al evitar que se alcance el 75% de apoyo que requiere esa votación.

Los segundos bloquean entonces cualquier acuerdo. Y a su líder no le faltan razones, si se aprueba la carretera, él tendrá que pagar correspondientemente con sus varias propiedades. Es una lógica egoísta, pues los primeros, al apoyar la carretera, también se están comprometiendo con aportar los recursos correspondientes de su propio bolsillo.

Se vota. La mayoría la tienen los primeros, pero no les alcanza para el 75% del voto; la abstención de los que no fueron los derrota; la minoría del segundo es suficiente (y la mantiene bien organizada) para evitar que se apruebe la carretera. Los primeros, luego de mucha deliberación, deciden que las reglas no son convenientes (que la mayoría requerida es exagerada) y deciden llamar a una asamblea extraordinaria para cambiar los estatutos. Las peleas son airadas, pero al final casi todos toman tinto juntos.

En efecto, no todo es malo en la asamblea de copropietarios. Este espacio de decisiones colectivas es una pequeña escuela de democracia. Enfrenta a las personas con las frustraciones, los logros y los desafíos del sistema político, pero los prepara de igual forma para atender sus vicios y buscar sus virtudes.

De acuerdo a datos de LAPOP, el 73,2% de los colombinos apoyaban la democracia como sistema político y el 60,3% apoyaban las instituciones políticas en 2010. Sin embargo, poco más que la mitad de los colombianos (51,9%) están satisfechos con la democracia respecto a su habilidad para resolver sus problemas.

Para Tocqueville la democracia influencia la sociedad civil, las costumbres, las ideas y la vida intelectual de las personas. Los demócratas son más tolerantes, pacíficos y emprendedores y a su vez, las democracias son menos conflictivas y más prósperas que otros sistemas políticos.

Así, no creo que el hecho de que los vicios comunes en la asamblea de copropietarios se parezcan a los de nuestro sistema democrático sea una coincidencia. En efecto, ambos escenarios, el pequeño y el nacional, comparten la concentración del poder, falta de compromiso de los centros de poder, la defensa de intereses particulares por sobre (y a nombre) de los públicos y la apatía participativa.

Pero también son similares sus oportunidades. A saber: la coordinación de empresas, la disposición a llevar a cabo reformas necesarias, y la toma de conciencia sobre las responsabilidades colectivas de los individuos.

Estos espacios de decisiones democráticas son pequeñas “escuelas de ciudadanos” y hay algo esperanzador en verlos funcionar, una imagen tenue de todas las frustraciones, pero sobre todo, de las virtudes, de nuestro sistema político.

 

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