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Explicar la violencia

La semana pasada, a raíz de una columna que escribí sobre la lógica subyacente a las masacres en el marco del conflicto armado colombiano, un amigo cercano me dijo que había algo en mi texto que le producía cierto rechazo, que le parecía mal. Si no me equivoco, él tenía una objeción moral frente a lo que yo había escrito: consideraba que intentar explicar un hecho tan atroz como una masacre es incorrecto, pues en cierto modo la legitima; su razonamiento podría resumirse así: “una masacre no debería ser objeto de explicación, sino que deberíamos dirigir todas nuestras energías a condenarla como aberración, y no a entenderla como un hecho social”.

Creo que esa es una posición que comparten muchas personas: a los actos atroces de violencia (estoy hablando únicamente de la violencia en el marco del conflicto armado, otras violencias merecen una consideración aparte) –como las masacres– solo cabe condenarlos y rechazarlos como inhumanos. Intentar encontrar una explicación racional para éstos es malo en cuanto: i) canaliza nuestras energías en la dirección equivocada, lo que le resta fuerza a la necesaria condena moral; ii) intentar encontrarle lógica a la violencia justifica a la misma, pues cubre con un manto de racionalidad lo que únicamente puede verse como irracional.

El anterior argumento tiene su atractivo. Según datos del Centro Nacional de Memoria Histórica, el conflicto armado nos ha dejado: 218.094 víctimas mortales, 27.023 víctimas de secuestro, 1.982 masacres (con un total de 11.571 víctimas), 25.000 víctimas de desaparición forzada y 5.712.506 víctimas de desplazamiento forzado, con responsabilidades distribuidas entre todos los actores de la guerra. Ante este aterrador panorama, ¿No deberíamos sencillamente unirnos en rechazo a la barbarie? ¿No deberíamos simplemente condenar el horror a todo pulmón, en vez de ponernos a explicar por qué ocurrió? ¿Qué lógica podría subyacer a todo esto? ¿No es un irrespeto con las víctimas buscar racionalidad en semejante caos?

No, no lo es. Así nos disguste la idea, la violencia no es siempre irracional. Es normal verse tentado a pensar que actos atroces no son más que el producto de la acción de sicópatas. En ocasiones pueden serlo, pero esto no siempre es así. En un estudio de la Fundación Ideas para la Paz, Juan Carlos Palou y María Victoria Llorente explican que según pruebas sicológicas realizadas por la Alcaldía de Medellín, pudo establecerse que la mayoría de desmovilizados del extinto Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas Unidas de Colombia no mostraban signos de sicopatía, pues en ellos se veían signos de angustia y remordimiento, algo que los sicópatas son incapaces de sentir. El Bloque Cacique Nutibara fue sumamente violento, y si sus miembros no eran sicópatas, no hay razones para suponer que otros actores violentos sí lo son.

Por ello, hay que ir más allá de explicaciones simplistas como la sicopática, e hilar fino para explicar la violencia. Recurriendo a la distinción planteada por Stathis Kalyvas, a la violencia puede entendersele: i) como resultado o ii) como proceso. La primera postura es propia de quienes se limitan a condenar moralmente la violencia, como algunos defensores de derechos humanos. Se centra en denunciar los casos de violencia, mediante descripciones detalladas de los hechos, pero en las que se deja de lado los factores explicativos de lo ocurrido. La segunda perspectiva es propia de los científicos sociales que estudian la violencia, y se centra en mirar, no solo los hechos, sino también lo que los antecedió y el contexto en el que ocurrieron (las dinámicas del proceso), para captar las relaciones de causa y efecto que llevaron a que tuviera lugar la violencia.

Estas perspectivas no son mutuamente excluyentes, con lo que puedo contestar a las objeciones de mi amigo y de quienes se sienten incómodos con las explicaciones de lo que es visto como inexplicable. Explicar la violencia: i) no canaliza nuestras energías en la dirección equivocada, pues no se opone a la condena moral del horror. Por el contrario, es una forma específica de condena, que se basa en la idea de que explicar las causas de la violencia contribuye a la formulación de políticas públicas que permitan mitigar a la misma; ii) no legitima la violencia, pues a la aspiración de comprender no puede equiparársele con justificar lo injustificable. Decir que X mató a Y por H motivo no equivale a legitimar el acto violento, y es inaceptable que a quienes han dedicado su vida a estudiar la violencia se les mire como justificadores de ésta.

Ríos de sangre han corrido en este país y ríos de tinta se han gastado intentado explicar por qué. Esperemos que en el futuro la sangre deje de correr y la tinta pueda usarse para escribir sobre otras cosas. Mientras tanto, las explicaciones seguirán siendo necesarias.

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