Por: Andrés Felipe Tobón (@tobonvillada)
Ayer: dos problemas. De un lado, el Huffington Post publica un artículo en el que decide darle a Gustavo Petro la categoría de alcalde que transforma ciudades, por supuesto con una connotación positiva. De otro lado, Petro hace un salto en falso en su Twitter (¡Comunes y cabales los saltos en falso en Twitter!) alardeando de un supuesto sexto puesto, que obligó a los editores del prestigioso diario a eliminar los números en el artículo.
Y digo precisamente que son dos errores porque ni Petro está transformando ciudades, ni tiene por qué alardear de lo que consideran en el exterior cuando en su ciudad la circunstancia es otra, valiéndose acaso del refrán “nadie es profeta en su tierra”. En lo que respecta al primer punto, más allá de las penosas circunstancias de la Bogotá Humana, no hay real transformación en materia de ciudad cuando las decisiones vienen de cabezas y no de cuerpos. Una de las principales y más grandes virtudes de la democracia es la colectividad, ese bellísimo escenario que nos invita a la construcción entre todos de aquello que nos corresponde a todos. Creerse por encima de la colectividad no sólo es burlar la democracia, es un acto de soberbia que reinterpreta la realidad de los ciudadanos en la línea de la equivocación (todos están equivocados), y ubica la verdad en la boca del juez (sólo yo tengo la razón). En este sentido, Petro ha sido rey y juez de Bogotá. El problema de las basuras, para poner un ejemplo que cae sobre la mesa, no es sobre si es adecuado o no el modelo, sino sobre los métodos y medios que empleó el alcalde mayor para tomar la decisión.
Los escenarios democráticos tienen protocolos y sistemas burocráticos que están diseñados para salvaguardar la democracia. Si a Petro no le gusta este asunto, tuvo que haberlo pensado dos veces antes de decidir participar del mundo de la democracia donde no hay uno que da órdenes para que todos obedezcan, sino uno que debe canalizar las discusiones que la colectividad propone. La comunidad internacional se equivoca al respaldar a Petro pues, en la medida en que lo hace, defiende indirectamente la consigna “el fin justifica los medios”. Que el fin sea muy bueno y el proyecto muy adecuado no es justificación para pasar por encima de los sistemas y los protocolos, menos aún cuando ello se justifica en actos de soberbia que atentan contra la colectividad.
Ojalá la comunidad y la prensa internacional caigan en cuenta del peligro interno que implica hacer menciones peligrosas desde fuera. Es cierto que Petro ha sido un alcance que se ha superpuesto a la persecución, que ha salvaguardado su puesto a pesar de la irresponsabilidad de los medios, pero eso no quiere decir que sea un alcalde ejemplar que ha transformado nuestra capital.
¡Cuidado! ¡Mucho ojo! No sea que luego de esta columna el alcalde salga a decir que tiene enemigo al interno de Bajo La Manga.
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