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El juicio de la conciencia

Por. SANTIAGO SILVA JARAMILLO (@santiagosilvaj)

En las pasadas elecciones voté en blanco. En ambas vueltas. Tenía mis razones, como el resto de ciudadanos, para tomar la decisión de votar por la casilla vacía: ninguno de los candidatos representaba las ideas de progresismo social,verdadero liberalismo económico y centralismo responsable que considero necesita el país; tampoco, el estoicismo sincero y la prudencia del “político aburrido”; finalmente, asumí que valía más la protesta de un voto desesperado que la utilidad de un voto resignado, preferí, no sin dificultad, renunciar a elegir, seguir la conciencia a la hora de votar.

Y es que, creo, de eso se trata el voto, de ejercerlo a conciencia.

En efecto, Óscar Iván Zuluaga le ganó en la primera vuelta al segundo, Juan Manuel Santos, por algo más de cuatrocientos mil votos; y el presidente le ganó al candidato del Centro Democrático en la segunda vuelta, consiguiendo su reelección, por novecientos mil votos.

Mi voto, su voto, el de cada uno de nosotros… no es tan importante, por lo menos, como parte del conteo de la elección presidencial.

Conozco muchas personas que votaron “en contra” de alguno de los dos candidatos; no solo por odio o desprecio hacia el candidato o sus patrocinadores, sino por la lógica de la utilidad del voto. “Es que si no voto de pronto gana el otro”, decían. Perfecto, lo más valioso del derecho al voto en una democracia liberal como la nuestra es que la decisión del sufragio es individual, personal e intransferible. No solo eso, sino que es –como debe- impune: votamos cómo queremos y por quién queremos, sin tener que justificárselo –si no queremos- a nadie.

Sin embargo, algunas circunstancias pueden “constreñir” el voto de muchas personas: el miedo, los prejuicios, o el populismo descarado. No digo que todos, pero mucho de los votos de la segunda vuelta presidencial estuvieron motivados por este mal cálculo personal, mezcla del miedo y la sobreestimación del voto individual como decisor de la contienda.

Lo que digo es que la coherencia podría haber sido una mejor alternativa en términos de conservar la tranquilidad en las noches, de despejar el juicio de la conciencia. Y lo digo porque, como era de esperarse, el gobierno de la realidad ha resultado en varias decepciones en cuestión de días (el intento de criminalizar la protesta social y caída de proyecto para revivir las horas extra) para quienes votaron coaccionados por su propio desprecio.

Lo más importante del voto, en el sistema electoral actual, es la conciencia, la tranquilidad o la inquietud que genera la decisión tomada: el poder dormir tranquilo, no el sumar a la contabilidad de la Registraduría y de los candidatos. Pero esa es la carga de actuar bajo el miedo y el odio: las noches en vela.

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