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El fútbol y la trampa

Por: SANTIAGO SILVA (@santiagosilvaj)

Su cara se contrae en una horrenda mueca de dolor, el jugador vuela por los aires y cae dando dos tumbos, se lleva las manos a la pierna derecha y se balancea sobre su espalda con maneras de agonía. Sus compañeros corren, unos a socorrerlo, otros a pedir falta y expulsiones al árbitro. Su contrarios le quitan importancia, el otro jugador que hizo parte del choque tiene las manos en el aire, “no hice nada”, dice sin hablar, mientras sus compañeros discuten también con el árbitro, le exigen que no pite una falta.

El referí, que no vio bien la jugada, pero cede un poco a la presión, se lleva el pito a la boca, sopla con fuerza. Los jugadores beneficiados celebran y se disponen a cobrar, los afectados lanzan manotazos de indignación. El hombre golpeado ya se ha repuesto, y luego de cojear un par de veces, trota levemente para acomodarse en su posición. El tiro libre, un centro, los jugadores se amontonan en el área y en la confusión un pie logra patear la pelota dentro del arco. El partido termina y los perdedores no pueden dejar de pensar en que la jugada no fue una falta. En efecto, la repetición no muestra ningún contacto entre ambos jugadores.

Perdieron, se dan cuenta con frustración, por una trampa.

El fútbol es un extraño deporte; lo aman millones de personas en el mundo –en efecto, unas mil millones de personas vieron el final de la Copa de Sudáfrica 2010-, lo juegan otro tanto, pero siempre carga con una extraña sensación de injusticia. “Es como la vida”, decimos en ocasiones para justificarlo, pero lo cierto que en muchas ocasiones (demasiadas) los resultados de los partidos no dan cuenta del mérito de los equipos.

Aunque no es el único elemento, la trampa (que es extensiva y profunda en el fútbol) es culpable de buena parte de los resultados injustos que se presentan mundialmente en el juego. Ahora bien, todos los hombres somos, en esencia, tramposos en potencia, pero tenemos dos filtros antes de tomar la decisión de transgredir una norma: 1. El cálculo moral, 2. El cálculo racional. El primer filtro consiste básicamente en hacernos la pregunta (a veces inconsciente) “¿podré sentirme bien luego de hacer esto?”, mientras el segundo filtro consta de hacer un rápido análisis de costo-beneficio-posibilidad de captura-dureza del castigo, en resumen, “¿Valdrá la pena?”.

El problema es que estos filtros varían según las circunstancias; por eso la gente hace más trampa en el fútbol que en el bádminton, y por eso la gente suele hacer más trampa en un juego por la final de la Copa Mundo, que en un “picao” en la cancha del barrio.

El fútbol ha desarrollado una serie de incentivos perversos que hacen que la trampa no solo sea más atractiva para los jugadores, sino que no sea ni castigada, ni “socialmente” mal vista por hinchas, jugadores, o incluso el cuerpo técnico.

Un buen ejemplo de esto fueron las palabras del técnico uruguayo Óscar Washington Tabares al defender el mordisco de Luis Suarez: “esto es un mundial de fútbol, no un mundial de moralidad”. El problema es ese, que al final, muchos de los que hacen parte de las instituciones del juego no tienen el más mínimo interés en reformar el juego –con la delicadeza del caso- para desincentivar realmente la trampa como medio de ganar ventajas dentro de la cancha.

La FIFA y su presidente, el suizo Joseph Blatter, con sus constantes escándalos de corrupción, tampoco parecen tener la voluntad para hacerlo, mucho menos la autoridad moral para exigirlo.

Así, solo queda la informalidad, que en muchos casos puede ser tan poderosa como la formalidad: esto es, en la inaceptabilidad de la trampa como parte del juego, acabar con la posibilidad de justificar los comportamientos transgresores por parte de jugadores, técnicos y dirigentes.

Para que al final, ahí sí como la vida, el resultado de los partidos no sea tan injusto.

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