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El fin de la tauromaquia

 Por: Daniel Yepes Naranjo (@yepesnaranjo)

He tenido largas discusiones con tres amigos, a los que respeto profundamente, sobre la conveniencia de prohibir o no lo que, dos de ellos, Felipe Vélez y Juan Diego Naranjo, denominan ‘Fiesta Brava’, y Alexánder Bolívar llama ‘Tortura Animal’. Dos extremos bastante interesantes en términos argumentativos en los que de un lado y otro tienen defensas fuertes para sus reivindicaciones.

Los primeros sostienen lo tradicional de la tauromaquia, lo definen como un evento cultural y artístico en el que el torero se enfrenta al toro en igualdad de condiciones para librar una batalla a muerte.

Alexánder, por su parte, sostiene que no puede llamarse arte al ejercicio de asesinar un animal luego de haber sido torturado durante unos minutos por picadores y banderilleros antes de recibir la estocada final.

Yo, particularmente, me identifico más con la posición de Alexánder, creyendo que, no porque Felipe y Juan Diego admiren este tipo de eventos, sean unos asesinos o unos bárbaros. Llamarlos así, aparte de hacerme perder la cercanía suficiente para escucharlos y rebatirlos, desviaría mi atención de lo que, para mí, es el centro del debate: promover el respeto animal.

Con mis tres amigos he hablado muchas veces de este tema. Mi posición es que el fin de las corridas de toros o de la tauromaquia está basado, más que en la prohibición por parte del Estado, en el cambio de conciencia de quienes podrían empezar a asistir a estos eventos. Creo que no es irse en ‘contra de’ sino a ‘favor de’. No es irse en contra de la muerte sino a favor de la vida. No es irse en contra de los que asisten a las corridas sino convencer a todos los que podrían encontrar algún gusto por la ‘Fiesta Brava’ que en las plazas de toros se irrespeta a los animales, se violan sus derechos y se lucran unos cuantos con el regocijo de la muerte.

Si nos concentramos en dejar de atacar a los asistentes a las plazas y empezamos a convencer a los que todavía no van a éstas de la oposición profunda entre la tauromaquia y el respeto animal, no veremos más la escena, en la entrada de la Santa María, la Macarena o Cañaveralejo, del padre llevando por primera vez a una corrida a su hijo.

 

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