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El descaro del mal

Por: ALEJANDRO GAMBOA (@dalejogamboa)

Claro, todos celebran sus triunfos después de las elecciones. Los independientes, porque a pesar de las grandes maquinarias a las que se enfrentaban, lograron tener su curul, los gamonales y caciques locales porque lograron embarazar una que otra urna o quitarle unos votos a su contendor, los que gastaron ríos de dinero comprando votos y quedaron, están felices también. Los únicos que no están felices son los colombianos y colombianas, que en su mayoría se siguen quejando de la corrupción y de la política como si esta fuera un sinónimo de la captura ilegal del Estado.

Es grave el grado de desconexión entre la ciudadanía y la política. Parece que como sociedad estamos cada día más lejos de entender la conexión entre la causa de los males del país y la solución. Es como una resistencia generalizada a entender que lo que menos nos gusta resulta ser el remedio del país: la política. Abunda la falta de interés y ella nos llevó a estos nuevos resultados, 56% de abstención, más de medio país no salió a votar.

En medio de la alarmante cifra que evidencia la voluntad de los colombianos de darle la espalda al tema, lo que queda en evidencia es la insistencia de muchos que son la voz de lo peor de la política, para mantenerse ahí, anclados en el poder. Casi 70 personas cuestionadas por su relación estrecha o dependencia evidente de parapolíticos o corruptos salieron elegidos, un alto porcentaje de las 268 curules pendientes de ocupar en el capitolio.

Cada cuestionado, cada condenado, parecía preparado para mantenerse vigente y como as bajo la manga, tomaron esposas, hijos, hermanos y hermanas, cuñadas, nueras y los pusieron ahí, en el tarjetón. Ganaron de nuevo. Ese es su descaro, a pesar de las condenas, las investigaciones, las denuncias, el voz a voz que deja claro entre la población quién se robó qué, cuándo y a través de quién, la clase política más rancia del país logró representación en el Congreso, un boleto directo para negociar el engrose de sus cuentas personales.

El panorama no es claro, entre otras, porque hoy no se han definido todas las curules, las cuentas no casan del todo, el escrutinio en cabeza del Consejo Nacional Electoral parece la cereza de este postre de corrupción. Resultados lentos, alteraciones y rumores de venta de votos que cambian de un día para otro la cola en el cuadro de los electos.

Para coronar el descaro del mal, al expresidente y nuevo senador Uribe, no le gustaron estas elecciones, competir fuera del poder, contra una maquina criminal de la que se disfrutó no fue tan divertido. Pero fue lo más que pudo lograr con su imagen, porque de propuestas poco escuchamos, con sus candidatos de piedra logró hacer resonancia de un discurso cacofónico en el que él mismo se enredó. Es utópico pensar en un buen uso para los más de dos millones de colombianos que le firmaron el cheque en blanco al tétrico personaje.

Este es el descaro del mal, no se contentan con ponerle zancadilla al desarrollo del país, robarle al Estado para su beneficio personal sino que se mantienen ahí, persistentes, como rocas con la constancia que no tenemos el resto de los colombianos. Esos personajes entienden la dimensión del poder que pelean.

Cada año uno quisiera esperar que todo sea un poco mejor, que la gente saliera a decir algo con su voto y los dejara fuera de la competencia electoral, de donde sacan todo su poder. Pero no, ahí estarán otros cuatro años más.

 

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