Por: Santiago Silva (@santiagosilvaj)
La participación ciudadana es una de las recetas en las que podemos tener “algo” de confianza sobre su efectividad para poder superar las dinámicas de autoritarismo subnacional (Gibson, 2006) y hegemonías políticas locales en las regiones de nuestro país. Promover la participación ciudadana no es fácil, por supuesto, y está llena de frustraciones, desafíos y riesgos.
La verdad es que buena parte de la periferia colombiana sigue estado bajo el dominio de pequeños reyezuelos, mafiosos y familias políticas que mantienen un control politiquero, corrupto y en ocasiones violento de los gobiernos locales. La participación ciudadana –formal e informal- supone una alternativa sobre la cuál crear o promover opciones diferentes en términos políticos, es la herramienta por la cual algunas fuerzas políticas locales de oposición o liderazgos comunitarios pueden buscar “igualar” su influencia a las de los autoritarismos subnacionales.
La Constitución del 91 intentó ayudar a estos héroes solitarios creando una serie de mecanismos de participación democrática formal, como los cabildos abiertos, las consultas populares y los referendos. En el fondo, los mecanismos querían abrir las democracias locales, lograr desarrollos reales en la competencia en la periferia colombiana. Pero el éxito de estos mecanismos en “balancear” la política local ha sido exiguo, cundo no inexistente.
Así ¿se han perdido veinte tres años del experimento participativo? ¿Nos tendremos que conformar con los excesos de la democracia representativa nacional y los autoritarismos y las hegemonías políticas en el nivel subnacional?
Por supuesto que no.
Dos décadas nos han dejado, sobre todo, muchas lecciones sobre cómo promover, lograr y proteger la participación ciudadana efectiva en el marco de una democracia deliberativa:
- La participación es costosa y en tanto un “gasto” de tiempo y recursos de los que participan, debe idear un sistema de incentivos a la vez atractivos y sin embargo, lo suficientemente simbólicos para no atraer a freeriders y politiqueros.
- Solamente abrir espacios de participación no basta, el Estado central debe preocuparse por la seguridad de quienes participan en el nivel subnacional y apoyarlos no solo con recursos sino con el acompañamiento de la institucionalidad en términos de control sobre autoridades locales, transparencia y responsabilidad pública.
- Hay que apostarle a construir capacidades de participación ciudadana. No todas las personas tienen por qué, necesariamente, saber o tener las capacidades para hacer parte de una expresión participativa. Las organizaciones necesitan mejorar su capacidad de incidencia en políticas, creación de agenda y preocupación por problemas públicos.
- Es necesario construir y aprovechar el capital social de las comunidades, creando confianza, disposición a la acción colectiva y confianza institucional. Estos son elementos fundamentales para cualquier esfuerzo de fomentar más y mejor participación ciudadana.
Entender que la informalidad también supone un espacio importante para participar y que incluso un costurero o un club de libros tiene el potencial de “graduarse” a una expresión política de participación. Lo que hay que incentivar es más la vida en comunidad que únicamente la participación democrática; el objetivo tiene que ser más amplio, debe ser una mejor sociedad civil.
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